El entrenamiento empieza
La pequeña loba inició la búsqueda de su manada. Corría lo más rápido que sus patas podían llevarla, pero a pesar de todo lo que había recorrido, nada de lo que veía a su alrededor se le hacía conocido. Solo seguía observando árboles y más árboles, pensando en que tal vez estaba pasando por la misma zona una y otra vez. Pronto comenzó a reducir su velocidad, hasta que se percató de que no se encontraba sola. Había un grupo de lobos corriendo a su lado, no eran muchos y parecían no haber visto a la cachorra. Los lobos pronto se adelantaron, dejando a Makoto atrás, pero ella los alcanzó tan solo unos segundos después y se adaptó a su ritmo.
—¿Quién es esa cachorra? —susurró uno de los lobos del grupo.
—No lo sé. Nunca antes la había visto —contestó una de sus compañeras.
—Disculpen mi intromisión, estoy buscando a mi manada y esperaba que pudieran ayudarme —habló Makoto interrumpiendo la conversación de los dos lobos.
—¿Tu manada? —preguntó un lobo que corría detrás de ella.
—Si. Son los... —Miró hacia el cielo mientras recordaba el nombre de su clan—. Son los guerreros lunares —dijo dirigiendo su mirada hacia el que había preguntado.
—¿Los guerreros lunares? ¡Su territorio está muy alejado de aquí! —exclamó con una leve risa.
—¿Demasiado lejos? —preguntó la cachorra.
—Así es, pequeña. No podemos ayudarte a llegar hasta allá —dijo la loba.
Sin previo aviso, un lobo con un pelaje de distintos tonos de gris y un poco de blanco se detuvo. Todos los que le seguían hicieron lo mismo, pues se trataba de su líder, quien los había estado escuchando hablar. La lobezna también se detuvo.
—Escucha con atención, chiquilla. Si deseas nuestra ayuda, alcánzanos —dijo con una sonrisa algo maliciosa, sin voltearse para mirar a la cachorra.
Cuando Makoto comprendió el mensaje de aquel lobo, todo el grupo ya se hallaba corriendo a gran velocidad. Se desplazaban tan rápido que parecía que el viento era el que los llevaba. Makoto no dudó en dar su mejor esfuerzo, por lo tanto, empezó a correr rápidamente para alcanzar a aquellos que consideraba sus oponentes durante esa carrera.
—¡Ya casi lo consigo! —exclamó para sí misma con su lengua afuera por el cansancio y la sed. Fue vencida por el agotamiento y dejó de avanzar, quedó parada mirando el suelo sin poder parar de jadear. «Son realmente rápidos» pensó la lobezna. Logró oír las risas de aquellos lobos, antes de que estos se esfumaran como si el viento se los llevara de nuevo.
—¡Agh, esos engreídos! —exclamó una voz nunca antes escuchada por la cachorra.
—¿Quién eres? —preguntó ella mirando al animal que producía esa voz.
Un perro de unos cuantos meses de edad, era él quien se había mostrado frente a la loba.
—¿Tú quién eres? —preguntó el joven canino, a la vez que rascaba con su pata trasera una de sus orejas.
—Yo te he hecho esa pregunta primero —dijo la cachorra, esta vez con una actitud más fría y seria.
—Soy Lewis, un cachorro mestizo —respondió con su cola en alto mostrándose orgulloso—. Tú eres una loba, estoy seguro de eso. ¿De casualidad tu nombre es Makoto?
—¿Có...cómo sabes mi nombre?
—Así que eres tú. Me han hablado mucho sobre ti.
La lobezna miró al cachorro de arriba a abajo, su apariencia era como la de un pequeño Pastor Alemán mezclado con alguna otra raza. Él no se le hacía conocido, tampoco se le ocurría alguien que le pudiera haber contado sobre ella. Volvió a mirar al pequeño mestizo entrecerrando sus ojos, suponía que este le estaba haciendo una especie de broma para confundirla.
—No confío en tus palabras. Jamás te había visto y ninguno de mis conocidos mencionó algo sobre tener un cachorro como tú.
—¿Piensas que estoy mintiendo? —alzó una ceja y sonrió levemente—. ¡No me digas que mi abuela no te contó sobre mi!
—¿Tu abuela? —preguntó confundida para luego soltar un suspiro—. No puedo quedarme a perder el tiempo contigo, tengo algo importante que hacer.
Makoto le dio la espalda al perro y comenzó a caminar continuando su búsqueda.
El cachorro la siguió.
—¿Buscas a tu manada? Ya escuchaste a esos lobos, está muy lejos de aquí —dijo mientras caminaba a su lado.
—¿Por qué sabes todo eso?
—Ya te dije, me lo contaron. Además llevo vigilándote desde que aparecieron los lobos con los que competías.
La cachorra gruñó un poco. La presencia de Lewis le fastidiaba, incluso llegó a sentirse acosada cuando este reveló que la había estado observando.
—No puedes recorrer todo ese largo camino así como estás —continuó diciendo el cachorro.
Editado: 12.05.2019