Julia despertó helada de frío.
Recordando sin saber bien por qué el momento en que aseguró a Tylerskar que jamás lo mandarían al polo, maldijo para sus adentros. Porque aquello tenía que ser cosa de ese sujeto.
No llevaba ropajes adecuados para el invierno cerrado que se vivía en aquel territorio sumido en un hostil crepúsculo.
Se llevó la mano a la frente para tratar de atisbar algo a través de la ventisca, adivinando en su horizonte más cercano tan solo un camino zigzagueante que se le antojó una eternidad recorrer.
Cuando las fuerzas flaqueaban y comenzaba a acelerársele el pulso por el apuro, distinguió en la lejanía la inconfundible aura de una cálida luz.
Acercándose ya en carrera, pudo concretar de dónde provenía. Una cabaña solitaria, en medio de una llanura, rodeada por inmensas montañas inundadas de nieve virgen.
Cuando fue a poner el primer pie en las escaleras de la entrada, una bola de nieve estalló contra su nuca provocando que bufase de pura furia. Cuando se giró, en un primer momento no vio a nadie detrás suyo. Tardó una fracción de segundo en percatarse de que una menuda niña la miraba desafiante.
—¡Eh, tú! No deberías tratarle tan mal. — La voz resonó en el interior de su cabeza. Quedó consternada, pues la niña no abrió la boca en momento alguno. En ese instante, el chirriar de madera añeja reveló que la puerta de la cabaña se había abierto.
—Bienvenida, Victoria me dijo que vendrías.
Julia se giró sorprendida hacia el origen de aquella voz rota y amable.
Se trataba de un hombre de avanzada edad, que sostenía en una mano una pipa humeante y en la otra una vaso ancho con un líquido oscuro en su interior.
—Oh, pasa, por favor. Si quieres puedo ofrecerte un refrigerio. — Alzó la copa haciendo tintinear los hielos para añadir: —O algo más fuerte si lo deseas. Me llamo Anciano. Creo que tu nombre es Julia.
La educación del hombre hizo que bajase la guardia, accediendo a entrar. Al fin y al cabo, las avalanchas comenzaban a cubrir el paisaje y sentía la imperiosa necesidad de sentirse refugiada, a buen recaudo.
El interior de la cabaña era todo de madera, con algunos libros repartidos aquí y allá. Una hoguera presidía una de las esquinas, frente a la cual dos grandes sillones parecían gritar que ansiaban que se produjese una conversación.
Anciano fue directo a la cocina, pasando al lado de una mesa con un montón de folios y una pluma en su tintero.
Sin saber muy bien cómo reaccionar, Julia se paseó por el menudo interior de la planta baja. Le resultaba muy acogedora. Hojeó los folios para revelar que todos estaban en blanco. Ni una mancha, ni una idea, ni un apunte. Nada.
Alzó la voz para dirigirse a su anfitrión.
—¿Qué sabes de Victoria? ¿Cuándo ha pasado por aquí?
La respuesta no se hizo esperar.
—Ahora mismo, de hecho, descansa en una de las literas de arriba. — Anciano apareció sonriente con una copa idéntica a la suya. Al recibirla, Julia inhaló el líquido. Bourbon. —Victoria llegó realmente agotada, ¿Sabes?
Anciano caminó algo quejumbroso hasta el sillón del fondo, en el que se sentó con cuidado, emitiendo un sonido de alivio una vez estuvo acomodado.
—Por favor, siéntate. Acompáñame un breve tiempo si eres tan amable.
Julia le hizo caso. Aunque no bajó la guardia, pues aquel hombre parecía algo que su mirada contradecía. Enclaustrados entre miles de arrugas, aquellos ojos revelaban una capacidad de observación perturbadora.
Quedaron en silencio, escuchando el relajante crepitar de la hoguera.
Ésta parecía bailar una danza peculiar, porque en ocasiones descendía hasta la práctica extinción, mientras que en otras se inflaba para conquistar la chimenea hasta el punto de parecer querer salir de ella.
Hipnotizada por aquello, debió perder la noción del tiempo y el espacio, pues como un súbito despertar, el choque de la puerta al abrirse la sobresaltó sobremanera.
Cuando se giró, quedó tan boquiabierta como el joven que acababa de irrumpir en la cabaña.
—¿Julia? — Pronunció él, alargando la vocal, en un exagerado tono de sorpresa.
Se puso en pie y se limitó a levantar el brazo a modo de saludo.
—Tylerskar, bienvenido. — Anciano se mostró feliz por la visita del recién llegado.
—No he venido a verte a ti, viejo. ¿Dónde está Victoria?
—Duerme arriba, creo que está inconsciente.
Maldiciendo para sus adentros, Tylerskar pasó enérgico al lado de Julia, que quedó por un momento extrañada. Se suponía que ese joven era el origen de los males de Joel. Sin embargo, parecía campar a sus anchas en un territorio lo suficientemente profundo como para haber convocado y retenido a las dos hermanas.
Cuando Tylerskar alcanzó la habitación de las literas, exhaló aliviado al ver que Victoria respiraba, descansando en sueños.
—¿Está preciosa cuando duerme, no es cierto? — Foer apareció por un lateral, sin coger por sopresa a un Tylerskar ducho en apariciones súbitas.
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Editado: 19.03.2019