o «Encontrando algo más que romance»
A veces desearía poder apagarme a voluntad, tener un interruptor que callara todo el ruido que hay en mi mente. Cuando tu voz mental se divide en cinco personalidades con identidad propia y todos se ponen en un plan en que necesitan ser escuchados, una batalla campal se instaura en el mundo interior, y si a eso le sumas una enorme cantidad de cambios, de eventos y sentimientos ajenos que poco a poco se transforman en aventuras completas repletas de tormentas, días de sol, lluvias, huracanes, hasta terremotos en un lugar donde la calma solía ocupar cada día, desde el amanecer hasta la puesta de sol y después su cielo era cubierto con estrellas con un sueño en cada una de sus lucecitas tintineantes, el ruido se hace insoportable, ensordecedor.
A mi relativamente corta edad, la última parte de ella la he vivido con una aparente calma que oculta una constante lucha interna entre voces y personalidades que buscan cualquier rendija, cualquier descuido o tropiezo para salir y respirar por sí mismos. Cada uno de ellos traían un paquete ejemplar de características físicas, gestos, pensamientos, ideas… empujando la impresión que la sociedad tiene de mí hacia la volubilidad y retracción, introspección y una serie atributos que cada vez me alejaban más de la gente. La verdad, no me quejo. Si lo veo desde un punto de vista objetivo, el estrés que sentía al momento de socializar temiendo un cambio de personalidad o algún grito desmedido por parte de uno de ellos reducía a medida que disminuía las interacciones.
Pero los humanos, ni siquiera gente como yo, estamos hechos para la soledad. Fueron años de práctica y un gran trabajo interno, así como la construcción de las tantas bases mentales, lo que me trajo a una cierta estabilidad. Pronto, volver al mundo real a ratos y hablar con la gente dejó de ser tan estresante. Comprendía bien los detonantes de los cambios y tomé muy en serio el trabajo de evitarlos. Sabía que si alguna personalidad tomaba el control a la fuerza las cosas saldrían mal, pero tampoco podían quedar relegadas al fondo de mi ser porque cada una de ellas posee elementos importantes de un sistema mayor, partes que no me gustaría perder.
En días como ese, cuando han sucedido demasiadas cosas difíciles de digerir para los cinco, y sus voces parecen haber alcanzado un grado superior en decibeles, ante la imposibilidad de apagarnos por completo, a no ser que optemos por dormir o ver un maratón de películas con Molly Ringwald, lo mejor es tomar asiento en una de las mesas con mejor vista, servir un café humeante de Veracruz, el cual tiene ese suave sabor a tabaco que acentúa la textura rugosa y artesanal de la bebida, y citarlos a todos.
Es claro que para el mundo exterior solo era una joven sentada en una mesa viendo a la nada; saqué una libreta de bocetos y esparcí mis lápices sobre la superficie libre. Dibujar ayuda bastante porque me permite sumergirme en mi interior con mayor facilidad, es como un portal directo al interior.
—¿Crees en el destino, Foer? —Jules, muy al interior de mí misma, casi siendo una sola con mi ser, preguntó al hombre de traje que fumaba frente a mí.
—Define destino.
—El hecho de que todo está escrito, que vas a pasar por ciertas cosas, que irás por un camino específico, solo porque debes pasar por ahí.
—Sabes que sí —rió, dio la última calada al cigarro y lo apagó en una servilleta—. ¿Por qué preguntas?
—Por mi madre. —Suspiré profundo y doloroso, alzando la vista por primera vez desde su llegada—. Sabes lo que dice de Joel… que él no es el hombre de nuestra vida, el «amor de nuestra vida». Toda su cosa esa de los sueños premonitorios que dice tener sobre mí… Por momentos me hace dudar y no me gusta.
Foer me miró con algo de lástima y protectoramente alcanzó mi mano. Al mismo tiempo, Julia tomó asiento a mi lado, cruzando los brazos al instante y robó la mitad de mi café.
—Dime algo, Victoria. —Julia fue quien tomó la palabra—. En serio, sé honesta. ¿Ves a mamá aquí?
—Claro que no, ella está en casa…
—No aquí en la cafetería, sino aquí… aquí.
Se refería al mundo interior, claro.
—No, no la veo.
—¿Y a quién ves aquí, entonces? —Me preguntó y yo, a punto de contestar que solo estamos nosotros, como siempre, me decido a pensar un poco más en la respuesta, así que observé a mi alrededor. Donna estaba tras la barra, charlando aun con Experiencia. Ella no ha dejado de coquetearle aunque se estrella contra un grueso muro de «solo amistad».
—Bueno, estamos nosotros y él —dije al fin.
—Exacto, ahí lo tienes —me contesta prepotente, dándome un golpecito en la cabeza—. En este mundo solo estamos nosotros y la prole de Rebel. Somos nosotros quienes estamos viviendo todo este remolino de casualidades, tormentas, calor, agitación… cambio. Si quieres ser más realista, son tú y Joel quienes están al centro de esto.
—Mamá tiene su propia carga, Victoria. —Foer tomó la palabra—. No es un buen momento para ella, debes comprenderla. Ella tiene también sus propias creencias… y sigue esperando que un Chris Pratt con Ingeniería y familia católica te encuentre en un estudio de televisión y tras tres años de noviazgo te pida matrimonio. Tiene una idea muy fija de cómo es el ideal de vida perfecta y eso es lo que ella quiere para nosotros. Su misma mente le juega malas pasadas y le manda ese tipo de sueños que ella cree proféticos. Tú misma has visto cómo se pasa al destino por sus anchas cuando pone en tela de juicio los actos y las decisiones de los demás, hasta de su propia madre. Que la abuela se equivocó al casarse con el abuelo, que todos le dijeron a ella que él no convenía y que aun así decidió hacerlo… juzgando, juzgando. Pero no se ha puesto a pensar que ella ha nacido a causa de esa unión.
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Editado: 19.03.2019