Día 4 - Canibalismo
La doctora que me está tratando cree que estoy loca. Puedo verlo en sus ojos, como me observan llenos de superioridad y un dejo de pena. Como si ella fuera perfecta. Todos en este loquero sabíamos lo que ella y el conserje hacían cuando creían que nadie los observaba. Si doña doctorado y especialidad psiquiátrica era tan brillante, ¿cómo es que no sabía que había cámaras en cada rincón?
Bufé, recordando la función estelar que se reprodujo a escondidas para algunos de los pacientes, a falta de vida personal, los reclusos se ponían creativos. El lenguaje corporal de esta «profesionista» gritaba lo que pensaba realmente, no quería conversar con una chica que se negaba a comer nada en todo el día, porque nadie aquí creía que, al hacerlo, se enfermaba. Pero yo no mentía.
—Tienes que hacer un esfuerzo —me repitió por tercera vez. Pude escuchar la ira reprimida deslizándose en sus palabras, estaba harta, igual que yo.
La miré, parpadeando repetidas veces, cosa que ella odiaba. A mi me importaba un soberano pepino, estaba encerrada, mis padres habían cedido la custodia a este manojo de gorilas en bata blanca, no tenía nada que perder.
—Tienes que dejar de tratarme como si estuviera desquiciada —dije, usando toda la fuerza mental para no reírme en su cara, al menos no aún.— ¿No estás cansada de este circo?
La doctora alzó una ceja, su postura se tensó tanto, que creí que esta vez sí me golpearía.
—Sabes que la comida «normal» me lastima —miré a la bandeja de metal con desagrado, el platillo de ese día era filete de pollo,— He perdido la cuenta de las veces que he terminado con un enema enterrado en mi trasero porque te niegas a creer que lo que digo es cierto.
Eso la enfureció, sin duda, se reclinó, señalando la bandeja, la expresión que me daba ya la conocía, y me dije que, si volvía a decir las mismas estupideces, nuestra estimada sesión, terminaría muy mal; para ella.
—Tienes un trastorno, uno muy extraño, hasta exótico —comenzó a decir, como repitiendo un libreto.— ¿Cuántos dedos has perdido esta semana?
Me negué a perder el contacto visual, las botas de tela en mis pies ocultaban la falta de tres cerditos que se habían ido a mi estómago. Pero no tuve otra opción, ellos se negaban a alimentarme con la carne que necesitaba.
—Me entero de todo aquí, idiota —susurró, mostrando, al fin, su verdadera cara.— Si no haces lo que te digo, terminarás en una cama con una sonda bien enterrada, que yo misma me encargaré de poner, te ataremos de pies y manos y solo sabremos que sigues viva cuando las enfermeras te cambien tu pañal asqueroso.
Quise reír. ¿Por qué personas así se convertían en doctores? ¿Dónde quedó la empatía? Los principios éticos de la medicina se desaparecían cuando esta desgraciada habría su boca. Me puse de pie, llegando a la bandeja, quería que todo terminara, hoy tendríamos doble función, y a lo que escuché, el conserje había añadido ciertas… herramientas a su encuentro lujurioso.
—Buena chica —sonrió, como si obligar a una paciente incomprendida y mal diagnosticada la enorgulleciera.— Te dije que terminarías haciendo lo que yo dijera.
Tomé la bandeja, y, luego de agarrar aire, se la avente a la cara. Ella chilló, por supuesto, me moví con rapidez, pues solo tenía unos segundos antes de que los gorilas entraran a detenerme. Casi sentí pena por ella, que de nuevo demostraba su estupidez, al traer un cuchillo en el juego de cubiertos.
Me abalancé sobre ella y le enterré el puñal en la mejilla, le corté el tajo en un segundo y me puse de pie. Los guardias entraron con sus macanas y yo me metí el pedazo de carne fresca a mi boca, masticando con rapidez, esta había sido una oportunidad única, y aunque sabía que la pagaría caro, podía asegurar que esa doctora lujuriosa no me volvería a molestar.
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Editado: 22.06.2023