Día 17 - Brujas
Era mi culpa.
Miré a mi madre quien me cubría la boca con su mano, me sujetaba con fuerza, rogándome en silencio que no me moviera, que no hiciera ruido, que desapareciera por unos segundos mientras el caos que se daba afuera de mi hogar terminara.
Yo quise llorar, no podíamos permitir que lastimaran a esa pobre niña. Era inocente. El pueblo estaba siendo llevado por la paranoia y el odio. Ese reverendo desgraciado tenía amor por la sangre, mataba lo que se le antojaba, y los aldeanos idiotas hacían lo que les ordenaba. Todo en nombre de su supuesto dios.
Mordí la mano de mi madre, logrando zafarme de su agarre, esta reprimió un grito, fusilándome con la mirada. Lo había hecho por mí, porque sabía que si el tipo ese se daba cuenta irían tras su hija.
—Si no es ella será alguien mas —susurró, logrando que yo comenzara a llorar.— Debemos proteger a la familia, cariño, si te descubren, nos condenarás a todas.
Miré de reojo a los demás, me regresaban la mirada, asustadas, incluso mi padre lucía aterrado. Sollocé en silencio mientras me dejaba caer en el suelo, escuchando lo que la turba endemoniada gritaba. Iban a quemarla, como a las demás.
—No importa lo mucho que lo desees —la voz de mi padre me hizo mirar hacia el techo.— Nuestra magia no funciona de esa manera, y lo sabes.
—Una vez que te atrapan no hay escapatoria —mi hermana mayor me dijo, acercándose a mí, se sentó en el suelo y tomó mis manos.— Recemos, por ella, y por su familia, porque su alma ascienda a los cielos.
Yo quise gritar con todas mis fuerzas. No podíamos permitir que esos desquiciados asesinaran a chicas inocentes, siempre había una opción. Si mi familia no me ayudaba lo haría yo misma, era la mejor en conjuros, y si el cielo no respondía mis plegarias, lo que descansaba bajo la tierra, ascendería gustoso.
Me puse de pie, saliendo a la cocina, tomé unas botellas y corrí por la puerta trasera, sin darle tiempo a mi familia de detenerme. Me alejé unos metros y caí de rodillas en las hojas secas, saqué las pócimas y comencé a decir mis cantos: el aire se puso frío, mis manos comenzaron a arder, un círculo de fuego se formó en la tierra suelta. Sonreí.
—Ven, adorado ser —dije, llevada por mi deseo de justicia.— Salva a la inocente, castiga a los malditos que se ocultan bajo la bondad de su dios impuro, has que ellos sufran lo mismo que las otras antes de ella.
La criatura se irguió, creciendo y creciendo hasta medir los tres metros, yo seguía hincada y no pude evitar soltar una carcajada, el poder me poseía. Levanté mis manos y la criatura me miró un par de segundos, sabía que ese trato tendría consecuencias, pero yo estaba más que dispuesta en aceptarlas.
Flotó sobre mi y se apresuró a la plaza del pueblo, donde ya se veía salir el humo. La risa me abandonó, así como mis fuerzas, sabía que mi familia me castigaría por lo que había hecho, pero valía la pena. Cerré los ojos, disfrutando de los gritos que los peregrinos cantaban cuando mi súbdito del inframundo comenzó con su ataque.
Si esto no hacía que detuvieran su carnicería sin sentido, enviaría a los demonios que fueran necesarios.
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Editado: 22.06.2023