Día 19 - Espíritus
La puerta de mi closet se abrió lentamente. El crujido de la madera rechinó en mis oídos como campanas, rompiendo con el silencio de la noche. No abrí los ojos, esta no era la primera vez que pasaba. Mi casa tenía sus años y a veces se escuchaban ruidos que lograban estremecerte la médula. Respiré con lentitud, esperando que todo pasara.
La puerta se cerró de golpe. Sentí mi cuerpo saltar por la impresión, no lo vi venir. Me obligué a mantener los ojos bien cerrados, apretando las cobijas con mis dedos. Estaba sola, no había nadie en la casa, no tenía mascotas, así que no podía excusarme con alguna. Era solo yo. Yo, y «ella».
Silencio.
Ahora seguiría la ventana. Los golpes pequeños y molestos comenzaron a sonar en el vidrio. Me pregunté si era alguna clase de código morse, y tal vez pude haber investigado, de esa manera podría responderle a lo que fuera que molestara su sueño en la madrugada.
La ventana se abrió, y la corriente de aire gélido hizo ondear las cortinas. Apreté los labios, sintiendo que estaba siendo probada por algo o alguien, pero no me iba a rendir. No iba a abrir mis ojos. La última vez que perdí, no pude regresar a mi casa en semanas.
«Era inofensivo», me dijeron unos expertos, luego de que vi al espectro por primera vez. Tenía unos días de haberme mudado y cometí el error de levantarme al primer sonido de la noche. Pasó detrás de mí y grité como nunca lo había hecho mientras salía de la casa en ropa interior, subí a mi auto y conduje sin rumbo hasta que salió el sol. Sentía su presencia acosándome en cada rincón oscuro.
Eso era lo que ella quería. Asustarme, aterrarme al punto de dejar «su casa». Pero mi trasero era terco, había trabajado por años para poder comprarme esa casa, no iba a dejar que un espíritu chocarrero de cuarta me ganara. Me di cuenta de que, si no respondía a sus intentos, se cansaba y se iba. El día pasaba con normalidad, se respiraba la paz y armonía. De noche, era como estar en un reality de terror mal dirigido.
Investigué un poco. Al parecer la dueña de la casa fue una condesa o algo por el estilo. La estructura original se derrumbó décadas atrás, la casa se construyó sobre el terreno y compartían el mismo sótano.
Le expliqué esto al sacerdote que fue a «bendecir» mi hogar, según él, la presencia se sentía más poderosa en el sótano. Pasamos ahí y luego de unas rociaditas y unas palabras en latín, dijo que su trabajo estaba hecho.
Esa misma noche continuaron los episodios. Maldije al cura, por primera vez en mi vida. Sintiendo que mi abuela me reventaría el labio de una cachetada por la blasfemia que acababa de cometer. Pero la visita de ese sujeto no se pagó con limosnas y me sentí estafada.
Al final me dije que no dejaría que me molestara, ponía música, ella la apagaba. Si usaba tapones en los oídos, se caían luego de que me dormía. Si cubría mis ojos con un antifaz, aparecía bajo la cama. La desgraciada sabía cómo sacarme de quicio.
Ahora escuchaba pisadas subir y bajar las escaleras. Quise gritar para que se callara, tenía una reunión temprano y eran las tres de la mañana. Agarré aire. Me senté en la cama, mis ojos seguían cerrados. Señalé a la puerta de mi cuarto y al closet.
— ¡NO ME IRÉ! ¡ENTIÉNDELO DE UNA VEZ! —exclamé, perdiendo la paciencia.— ESTA ES MI CASA, SI TIENES ALGÚN PROBLEMA, ¡TRAE A TU ABOGADO Y CON MUCHO GUSTO PATEAREMOS TU HUESUDO TRASERO!
Silencio.
Ya no se escuchaba nada. Sonreí, aliviada de que pudiéramos resolverlo, y al fin pude dormir en paz.
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Editado: 22.06.2023