Día 20 - Monstruos Gigantes
Estamos perdiendo velocidad. El auto se queda sin gasolina. Miró a mis hijos que no pueden dejar de llorar. El terror absoluto se refleja en sus pequeños ojos, y yo no tengo idea de lo que debo hacer para mantenerlos a salvo.
Fue una ráfaga de situaciones. Creímos que estaba temblando, la tierra se movió por unos segundos. Nada que lograra preocuparnos, en la ciudad era normal. Pero las explosiones que siguieron a eso nos alertó a todos. Estábamos en el supermercado, llevaba lo necesario para preparar la cena favorita para mi hijo menor, celebraríamos su cumpleaños ese día, mañana viajaríamos a casa de mi madre.
Corrimos al auto, dejando las cosas detrás, no sabía para donde mirar, el pánico se apoderaba de cada persona que corría a mi lado. Sujeté a mis hijos, cargándolos como costales y entramos al auto. Cuando encendí el motor, escuchamos el primer rugido. Era como una alarma aguda que logró agrietar los vidrios del auto, perdí la consciencia por unos segundos. Pero conduje, haciendo uso de la adrenalina en mi sistema, una imperiosa necesidad de mantener a salvo a mis niños.
Logré verlo. Creí que el miedo me jugaba una mala pasada, que el humo que descendía de los cielos era simple neblina, pero tenía ojos, cientos de ellos, mirando en todas direcciones. Me estremecí, conducía con una mano y con la otra sostenía a mis hijos. Les pedí que cerraran los ojos, que todo estaría bien. Pero las lágrimas me ganaron y no pude seguir hablando.
Disparos. Alarmas de emergencia y aviones volando sobre nosotros me dijeron a gritos que los nuestros estaban defendiéndose. Pero si conocía bien a mi país, sería cuestión de tiempo para que las bombas comenzaran a caer.
Y así fue.
Detonó a unos metros frente a nosotros. Todo se puso negro, la alarma seguía sonando y ya no escuchaba el llanto de mis hijos.
Me despertó el sabor amargo metálico en mis labios, al abrir los ojos no puedo ver nada, no escucho, no siento, no puedo hablar, todo permanece en blanco. Aterrada, a mi memoria vuelve el huracán de recuerdos, causando que un grito desgarrador se escuche en el espacio abierto. Estoy sola, en un campo abierto.
Deseo cubrir mis oídos cuando los alaridos de ultratumba crean un zumbido insoportable, pero mis manos se cierran con fuerza, amainando el ardor del siniestro que acabó con todo.
La blancura desaparece, y contemplo, perdiendo toda esperanza en mi alma, la nube grisácea de irregular forma marcando el cielo, que, hasta hace unos minutos, era azul.
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Editado: 22.06.2023