Irene
Gritos.
Escucho muchos gritos.
La gente está hablando pero no lo logro entenderlos, aún mantengo los ojos cerrados.
Tengo sueño.
Oigo más gritos.
Abro los ojos lentamente, me encuentro echada en el suelo. Apoyo mis manos contra el piso y con dificultad logro levantarme. Debí caerme. A veces soy torpe al caminar. Pero aún no entiendo porque no siento dolor.
Aun escucho las voces. Hay mucha gente hablando. Doy media vuelta de donde me encuentro, al frente mío una gran multitud esta reunida en media de la calle.
Gris.
Todo a mi alrededor era gris, era el único color que podía distinguir. Frote mis ojos con fuerzas. De seguro que el golpe de mi caída fue tan fuerte que lastime mi vista.
Estoy asustada.
Muy asustada.
Empiezo a caminar. Hacia la multitud.
—¡Por favor llamen una ambulancia!... Necesito ayuda— empecé a gritar con fuerzas, a pesar que mis gritos eran fuertes, ninguno se dio la vuelta, todos aún seguían en el medio de la avenida observando algo.
Corrí hacia la multitud. Levanté la mano para poder tocar a un señor, no pude hacer contacto con él por qué mi mano atravesó su cuerpo.
Retrocedí del susto y torpemente caí, mire mis manos tenían color pero los demás no.
¿Por qué?
De nuevo me levanté.
—¡Por favor ayúdenme!—volví a gritar y nuevamente me ignoraron—¡Por favor ayúdenme!
La ambulancia apareció en breves segundos los paramédicos bajaron de el con una camilla e instrumentos. Apartaron a la gente del lugar, para darse camino, para dar auxilio a alguien. Se escucharon las sirenas de los carros policiales llegar al lugar, los policías empezaron a dispersar a la gente.
Grite de nuevo pidiendo auxilio, está vez cerca de un oficial pero este ni me miro.
¿No lo entiendo?
¿Que me esta pasando?
Dos mujeres pasaron por mi lado. Entre ellas empezaron hablar.
—Dios Santo, las avenidas sean vuelto tan peligrosas. No entiendo porque les dejan manejar automóviles a los jóvenes, a mi parecer no deberían darles el permiso de conducir después de los veinticinco años—le habla a una mujer mayor que limpia su vestido largo— y ahora ¿Que pasará con ellos?
—Amiga eso mismo me pregunto. Hoy dos vidas cambiaron su rumbo. Una ira la cárcel y otro jamás volverá a casa.
—Pobre mujer. Hoy su familia la vera regresar a casa dentro de un ataúd.
¿Ataúd?
¿De quién habla?
Intento sujetar a la mujer, fue envano de nuevo mis manos no la pudieron tocar.
Estoy asustada.
Toco mi pecho con fuerza, quiero escuchar a mi corazón. Un ataque de pánico se empieza a sentir en mi. Nuevamente comienzo a gritar con más fuerza pidiendo ayuda, camino directo hacia la multitud. Sin pedir permiso, paso por medio de ellos. Al frente mío están los paramédicos dando los primero auxilios a una persona que esta en el piso. Aún costado un auto está estacionado, su parabrisas está roto, sentado en el suelo a lado del automóvil un muchacho llora y pide que alguien no se muera.
Me acerco un poco más. Dónde se encuentra los paramédicos. Y mis ojos ven lo que nunca creí ver en toda mi vida.
Era yo.
En el suelo empapada con mi propia sangre. Un paramédico, golpeando mi pecho una y otra vez con fuerza haciendo un R.C.P a mi cuerpo.
—Vamos mujer aún no es tiempo. Tus seres queridos te están esperando a que regreses. No les hagas esto. Despierta.
Estela.
Tomás.
¡No!
No puede ser.
No puedo estar muerta.
Las lágrimas comienzan a caer de mi rostro.
—No estoy muerta. ¡No!. Aun no puedo morir. ¡Ayúdenme!. ¡¿Mis hijos?!. Debo llegar a ellos.
Intente una y otra vez tocar a la gente. Pero no pude.
—Hora del fallecimiento—me doy media vuelta y corro de nuevo hacia mi cuerpo— son las seis veinticinco de la tarde. Debemos trasladar el cuerpo a la morgue para que le hagan la autopsia correspondiente. Lo hiciste bien Hugo—el paramédico le toca el hombro del muchacho que me dio los primeros auxilios—es normal que suceda esto en estos tipos de accidentes. Ella no pudo resistir más y es mejor dejarla ir.
Vi los ojos de Hugo cristalinos, apunto de llorar enseguida las seco sin dejarlas caer ninguna a sus mejillas. Se acerco nuevamente a mi cuerpo que ya estaba en la camilla. Cerca de mi oído para hablarme.
—Descansa en paz. Desde dónde estés cuida siempre a tu familia.
Cerraron la bolsa con mi cuerpo y jalaron la camilla hacia la ambulancia. Quise sujetar a Hugo pero no pude.
—Hugo. No estoy muerta ayúdame un poco más. Por favor tengo que regresar a casa—gritaba cerca de él.
Trate de llegar a mi cuerpo. No pude hacerlo porque algo en medio del camino me detuvo. Una clase de vidrio a pareció de la nada en medio de mi y del carro de la ambulancia. Lo golpeé con fuerza para romper lo. No lo logré. La ambulancia arranco y vi como se llevaron mi cuerpo.
¡Estela!
¡Tomas!
Repetía sus nombres a cada instante mientras lloraba.
Dentro mío sentí el dolor más cruel de toda mi vida. Ese dolor tenía nombre y era el adiós.
Ahora en este mundo ya no tenía cuerpo, mi alma seguía viva. Y era ella la que lloraba.
Todo estaba de color gris.
Todo a mi alrededor había perdido color.
—¿Por qué?—mire al cielo—por favor, quiero regresar. quiero volver a casa una vez más y abrazar a mis hijos. No es justo, aún me falta muchas cosas por vivir. A lado de ellos.
Mi llanto no paraba. Mi tristeza quemaba por dentro.
—¿Sabías que existe vida después de la muerte?—levante la mirada para ver de dónde provenía esa voz. Al frente , una hermosa muchacha vestida blanco empezó a caminar directo al sitio donde me encontraba— cuando tus seres queridos te recuerdan y piensan en todos esos bellos momentos que pasaron juntos—se agacho y dulcemente seco mis lágrimas con sus manos—los seres humanos no dejan este mundo por completo. Aún late su corazón. Si en ellos existió el amor de verdad.
Editado: 13.10.2023