Irene
Estoy mirando el paisaje gris atreves de la ventana que da hacia la calle. Veo a la gente caminar, ir de un lugar a otro e ignorar a una pequeña flor que está en medio de su camino. La observo con atención, sus frágiles pétalos muestran decoloración, aún sonríe, sabiendo que en cualquier instante, pronto morirá.
He comparado al amor como si fuera una flor. Si no la riegas fácilmente puede morir. Pero si la cuidas con empeño, tolerancia y cariño, podrá seguir con vida por más tiempo. De la misma manera, debemos de cuidar la relación de pareja, dentro de un matrimonio. No debemos de olvidar regarla todos los días. Con actos de amor.
Cuando eres joven, la imaginación no tiene fronteras, creas una y otra fantasía. Creas realidades que posiblemente, podrían formar parte de tu día a día. Iguales a las escenas de una telenovela. Me gustaba tanto ver las e imaginar que mi vida sería así de interesante y sorprendente. Cuántas veces cree en mi mente, de lo perfecto que debía de ser el día de mi matrimonio, como aquellas escenas que veía en las pantalla de la televisión.
Mi futuro esposo me pediría la mano delante de muchas personas. Luego nuestra boda sería en una hermosa capilla adornada con muchas flores. A lado izquierdo estarían sentados los familiares del novio y al lado derecho la familia de la novia. El novio ansioso, esperando en el altar a que yo aparezca, por la puerta principal sujetando el brazo de su futuro suegro, verlo a él derramar algunas lágrimas, al verme con un hermoso vestido de encaje, pegado al cuerpo, haciendo notar mis delicadas curvas. Mientras me dirijo al altar, voy mostrando a todos la mejor sonrisa tengo, una sonrisa que ayuda a resaltar mi maquillaje. Ver a mi mamá en la primera fila de asientos, deseando con voz baja mi felicidad, mientras seca sus lágrimas de alegría. Después de la ceremonia, tendríamos una fiesta en un hermoso salón, donde un vals lento, dominara nuestros pies, demostrando a todos un espectáculo del más sincero amor. Más tarde, antes de irnos de luna de miel, contaríamos un pedazo de pastel de boda juntos. Sacarnos muchas fotos a lado de nuestros familiares y del enorme pastel, que tiene encima como adorno, a dos novios observándose con amor.
Ese día anhelado, llegó, pero no fue de esa manera, como la imagine.
La realidad a veces puede ser cruel, como también, inolvidable.
Una semana antes, de que llegue ese día especial. Fui a casa, deseaba, con todo el corazón, que mis padres estuvieran presentes en mi boda. Pero de nuevo ambos me mostraron su indiferencia y su rechazo: mamá fue la primera en decirme que haga lo que quiera con mi vida y papá grito que no tenía hijos. De nuevo ese día llore, por la manera en que me trataron, siendo yo su única.
Doña Rosa, madre Félix. Fue la única que nos acompaño y acepto ser testigo de nuestra unión. Félix tampoco, tenía muchos familiares que pudieran acompañarnos. Su padre había fallecido, cuando apenas cumplía los seis años y sus hermanos mayores vivían en otras ciudades, con sus respectivas familias.
Mientras esperábamos nuestro turno en el registro civil, Félix no dejaba de apretar mi mano y de besarla. La comisura de sus labios formaba una sonrisa, amplia y cerrada, cada vez que me observaba. Sin darnos cuenta, habíamos pasado más de tres horas, sentados en ese lugar, esperando a que nos llamarán ante el juez de matrimonio.
Observe de nuevo el DNI que tenía en mis manos. Oficialmente, dos días atrás, había cumplido los dieciocho años de edad y ante la sociedad, yo ya era una adulta, que podía tomar decisiones por si sola.
-¡¡Ficha número treinta y cinco!!-grito la secretaria dentro de la oficina, obligándonos a levantar de nuestro sitio.
Antes de entrar a la oficina, me arregle el cabello en el reflejo del vidrio de la ventana que había en el pasillo: apreté con más fuerza el pequeño emprendedor que sujetaba aún costado mi cabello suelto. Planche con los dedos mi vestido largo y holgado, que era perfecto para mis ocho meses de embarazo. Vi a Félix de nuevo, estaba muy guapo, vestido de camisa blanca y un pantalón de tela.
Félix fue donde mi suegra y le pidió una bolsa y corrió de nuevo hacia mi.
-Cierra los ojos Irene-sin dudar, le hice caso-Ahora si, puedes abrirlos.
Lo primero que vi al abrir mis ojos, fueron unas flores al frente de mi.
-¡Sujétalas!-Félix me entrego un pequeño bouquet de flores, margaritas para ser exacto-una novia no debe casarse sin uno de estos. Es la tradición. ¿No?
Con delicadeza los sujete, estaban envueltas con papel de color beige, sujetada con un moño del mismo color. Inspire por un rato su dulce fragancia. Eran sencillas, pero hermosas.
-Félix. Tú...¿Lo hiciste para mí?-le pregunté y lo afirmó con la cabeza-es el bouquet de novia más hermoso que ví en mi vida.
Félix extendió su mano y la sujete con fuerza.
Un catorce de octubre decidimos dar un gran paso, unir nuestras vidas para formar una nueva familia. Ese día acepte quererlo hasta que la muerte nos separe y él hizo lo mismo. Estar juntos en las buenas y en las malas. Despertar lado a lado y ser testigos de como el tiempo nos regala arrugas y nos deja sin dientes.
Aquella realidad sin duda, fue inolvidable -por que aún lo recuerdo- el si acepto y el beso tierno en los labios, sellando nuestra unión.
Las manecillas del reloj, son los peores enemigos de los indecisos, porque a sus ojos el tiempo se convierte en un verdugo que lentamente los tormenta. Al contrario para mi, el tiempo fue un buen profesor, que me enseño que la felicidad, siempre va acompañada de la tristeza y que el amor, también puede tener fecha de caducidad.
La vida de casada, es maravillosa, los primeros años. Ingenuamente, pensé que el amor era lo único que no debía faltar en nuestra relación e hice a un lado ese pensamiento de que podría existir problemas entre ambos. Aún era joven y no me di cuenta que también dentro de una relación, tiene que caber la comprensión, la tolerancia y el respeto. Palabras que mutuamente deben ser correspondidas
Editado: 13.10.2023