Irene
¿El egoísmo, también debe formar parte dentro de un matrimonio?
"Eso lo fui averiguando, mientras pasaban los años.
Estela estaba llorando y le siguió la corriente Tomás, primero se cayó Estela y se raspó la rodilla. Su hermano a ver la raspadura, en ella se asusto. Estela tenia seis años y Tomás cinco.
Los dos aún eran pequeños.
Los alce a ambos como pude, los dos pesaban poco así que tuve las fuerzas necesarias para arrullarlos. La gente a mi alrededor nos miraba, pero ninguno se ofreció a ayudarme a levantar las bolsas de mercado que hice caer, para consolar a mis hijos.
—Cariño…estarás bien…iremos a casa y te curare el raspón…ya no llores Estela—le di un beso en la frente y a Tomás le di un beso en la mejilla—y tu travieso. ¿Porque lloras?. Si no te hiciste nada, tu hermana estará bien.
Con cuidado los baje de mis hombros y los coloque en el piso. El llanto de Estela ceso. Tomás se acercó a su hermana y la abrazo. Me di media vuelta y me agache para levantar los víveres que había comprado, todo estaba regado por todos lados. Mis pequeños, fueron los únicos que me ayudaron a levantar las frutas y verduras, que había comprado. Cómo las bolsas se rompieron, tuve que acomodar todo en la pequeña mochila de Estela. Al volver a casa, compre tres helados de barquillo, para poder dar las pases con el dolor. Estela sonreía sin un diente y Tomás me mostraba todos los suyos que por apenas estaban creciendo.
Llegamos a casa y Félix no había llegado, eran más de las cuatro de la tarde. Antes él llegaba temprano para poder almorzar juntos, luego de las cuatro de la tarde todos, nos sentábamos en el sofá para ver una maratón de dibujos animados que daba los fines de semana en la televisión en ese tiempo.
Últimamente los fines de semana ya no eran los mismo de antes. Félix había postulado para ser supervisor en otra empresa de construcción, y la gano, ya no viajaría todo el tiempo, seria de vez en cuando, pero esta vez ya no como obrero sino como supervisor. En su nuevo trabajo, Félix tenía la obligación de estar a disposición de su jefe, casi todo el día, prácticamente hubo días o talvez semanas, en que él llegaba a altas horas de la noche solo para dormir. En los últimos meses de ese año, Félix se esmero tanto dentro de su trabajo, porque había la posibilidad de que le ascendieran.
Un suspiro lento salió de mi. Al ver la casa vacía, sin él.
Bañé a los niños primero antes de ver nuestra maratón de dibujos animados, una maratón, otra vez sin papá. Ya casi eran las diez de la noche cuando escuché la puerta abrirse. Era Félix, me sonrió y torpemente coloco su portafolios al suelo, estaba ebrio de nuevo como los anteriores fines de semana. Camino directo a mi para darme un beso. Esa noche por primera vez, lo rechacé.
—Irene. ¿Estás enojada?. Solo fueron algunas copas.
—Últimamente siempre son algunas copas, cada fin de semana. Félix. ¿Qué haces?
—Divertirme, relajarme. Me pasó toda la semana trabajando como un burro. Necesito descansar, necesito respirar un aire distinto que no sea…
Lo mire fijamente.
—Dilo, termina lo querías decir. Este lugar…un aire distinto a este lugar.
—Yo no quise decir eso, no pongas palabras en mi boca, palabras que ni las pensé—volvió acercarse a mi, para calmar mi enojo con un abrazo y de nuevo lo rechacé—bien, me iré a dormir. Espero que mañana te encuentres de buen humor.
Félix camino a nuestra habitación y antes de cerrar la puerta, de nuevo me habló.
—Espero, que no te arrepientas, por la distancia que estás poniendo entre los dos, por culpa de tu envidia.
No dije nada, tampoco lo mire. Escuché la puerta cerrarse y ahí parada en ese lugar, por primera vez después de años, no derramaba lágrimas por felicidad, estás lágrimas eran distintas: dolían y sofocaban. Las reconocí, eran de tristeza, las mismas que por años, me acompañaron, cuando vivía con mis padres.
Por fin conocía la impotencia, el de no ser lo suficientemente buena, para ti misma. El dolor por saber que a esa persona que amas, no le importa lo que hagas o lo que digas. Escuché, como algo dentro de mi se quebró. Fue mi corazón.
Sin ganas, me acerque al pequeño sillón que ese encontraba cerca de la puerta de la calle y ahí deje que las demás lágrimas cayeran, junto con mi cuerpo.
Metafóricamente, todo este tiempo, junto con Félix, estábamos caminando, sobre una capa de hielo de un lago, en pleno invierno. Ambos estábamos arriesgando todo, por llegar a la otra orilla, yo me había detenido en medio del camino, no podía moverme del lugar, porque de repente, el miedo dominó mi ser. Esa noche, Félix soltó mi mano por primera vez, y poco a poco, se fue alejando de mi, sin mirar atrás.
Pasaron meses, quizás años, acumulando tristeza dentro de mí, sentía que no podía respirar, estaba apunto de ahogarme. Así que decidí, que ya era mi turno de ser escuchada. Era el momento de salvarme.
—¡¡Ya no puedo más!!
Grite, estaba desesperada, no sabía que más podía hacer para que él entendiera, el vacío que estaba dejando dentro de mí, gracias a su nueva personalidad.
Félix, respiraba agitado igual que yo, ambos, minutos antes, habíamos dado inicio de nuevo, a una batalla verbal. Donde los insultos no se quedaron atrás. Estaba harta de quedarme todo el tiempo callada, necesitaba expresar lo que sentía. Necesitaba con urgencia, que él me escuchará, que dejara tan solo un momento aún lado ese ego, para poder escuchar lo que en tanto tiempo, negó hacerlo.
Por suerte ese día Estela y Tomás dormían en sus habitaciones. Estela tenía nueve años y Tomás ocho.
Editado: 13.10.2023