Ximantsi 4. El libro de los elegidos.

La horda

Ndomi quedó intrigado por lo que le dijo el espectro, primero le decía estar consciente de haber muerto, pero al final le dice que aún vive. Simplemente no tenía sentido.

Tras dejar a Feza y Mbanga en la isla de Banxu, partió hacia el Hemi, a la réplica de la isla de Uthe. Era algo que nunca dijo a nadie, ni siquiera a Noho cuando se lo preguntó. La intriga que tenía por Uthe iba mucho más allá que la simple aprensión por verla tan triste. Desde que vio al fantasma de Uthe por primera vez, su rostro lo continuó persiguiendo toda su vida.

 Ndomi no acostumbraba a hablar de sus sentimientos con nadie, ni siquiera con Banxu. Muchas veces le ocurrió que se despertaba a medianoche, asustado, sintiendo un peligro del que sólo podría salvarlo aquel fantasma o a veces, al contrario, sintiendo a ese fantasma en un peligro del que sólo él podía salvarla.

Desde que se fue a vivir al Hemi, fue una y otra vez al castillo en la réplica con la esperanza de encontrarla, pero Uthe nunca aparecía en esa réplica, y curiosamente ese dolor de frialdad en su pecho sólo se aliviaba cuando visitaba la réplica de la isla de Kutsi, en el castillo aun en pie de Njahui, el mismo alivio que sintió un día antes, cuando volvió a ver al fantasma después de tantos años. Sentía que no se lo podía negar más a sí mismo, lo supo desde que al vio por primera vez, en la sala de juntas. Ese fantasma, era la mujer que había soñado, aquella mujer a la que sentía amar con toda el alma. Estaba consciente de que lo que sintió no era suyo, eran los sentimientos de alguien más, pero no le importaba, estuvo enamorado de ella desde la primera vez que la soñó.

Caminó hasta la sala circular de aquel castillo vacío y revisó por enésima vez los objetos que ahí había. Lo había hecho tantas veces que en su mente ya estaba el inventario de cada uno de esos objetos.

Encima de la vitrina estaba lo que él siempre buscaba, primero que nada: esa foto de Uthe con aquel joven. Cuando Banxu vio esa foto en ese mismo lugar, algo la conmovió casi hasta las lágrimas y no se lo quiso decir, pero lo mismo le pasó a él, era como un hambre desesperante de poder entrar en esa fotografía y estar con ellos, en ese justo momento. Lo había pensado tantas veces, que muchas veces se sorprendió a sí mismo fantaseando con lo que sucedería si lograra hacerlo, tomar el lugar de aquel muchacho y ser él quien sujetara a Uthe por la cintura.

Dejó la foto en su lugar y movió de nuevo objeto por objeto, pero igual que antes, no encontró nada. Se sentó en el suelo frío, observando la habitación con detenimiento, había revisado y movido todo. Todo, excepto…

Se levantó de un salto, había algo que nunca había movido de lugar, aquella vitrina. Estaba tan llena de objetos que jamás se le ocurrió moverla y ver si detrás o debajo había algo. Sacó las cosas aprisa y la jaló hacia el frente.

Sonrió, emocionado, al fin, después de tantos años, había algo nuevo qué ver. Lo que parecían ser las patas de la vitrina, eran en realidad dos cajas de madera independientes. Se apresuró a bajar la vitrina al suelo y tomó la primera de las cajas.

Dentro de esa caja estaba un barco de madera, una capa raída y una botella de licor. Fue como vivir el dolor de alguien más en su propio corazón, sentía que aquellos objetos eran los tesoros más preciados de ese castillo. Tomó en seguida la otra caja que tenía un grabado en letras antiguas:

“Por un momento perdí la esperanza y quise morir, pero al final mi vida fue tan llena de amor como siempre lo deseé, todo gracias a ti, arquitecto.”

 Ndomi frunció el entrecejo. Abrió la caja y su corazón dio un vuelco, dentro había una osamenta. Hubiera dado lo que fuera porque Banxu estuviera ahí, estaba seguro de haber encontrado la osamenta de Uthe. Pero de nuevo era muy extraño ¿por qué estaba en el Hemi? En esa era nadie había logrado cruzar al otro lado de la luna. Tomó uno de los huesos y un ruido le distrajo, detrás de él estaba el fantasma de la mujer de bata capitoneada, tenía un cuchillo en una mano y con su otra mano tenía a Uthe por el cabello, en un fantasma aún mucho más traslúcido.

―Si no estás dispuesto a salvarla ―dijo la mujer―, este será su destino.

Dicho esto, cortó de un tajo el cuello del fantasma de Uthe. Ndomi reaccionó saltando hacia ella y una trampilla se abrió en el pilar central y él cayó por un tobogán de piedra hasta una terraza a un lado del mar.

Gruñó levantándose, con el corazón completamente agitado. No era la primera vez que le sucedía eso, ya le había pasado con anterioridad, y siempre de forma similar. Aquel espectro amenazaba a Uthe, y en su intento de salvarla, caía por ese mismo tobogán, y aunque sabía que no era real, de algún modo no podía evitar esa necesidad instintiva de protegerla.

Subía de vuelta hacia la sala circular, recordando la vez que Uthe le dio las pistas para entrar en esa habitación oculta. Se detuvo en seco, ella le había dicho que sólo aquel que estuviera dispuesto a dar su vida por ella, podría cruzar el umbral por completo.

Ndomi abrió sus ojos por completo, ahora lo comprendía, todo tenía sentido al fin. Su corazón sintió una especie de desesperación, él podría encontrar a Uthe, sentía que ese era su destino. Pero ¿los del círculo de protectores lo aprobarían? Quizá temerían que él cometiera algún error que todos lamentarían, pero por primera vez en su vida, la cordura se veía disminuida por ese ferviente deseo que crecía en su pecho. Tomó la caja con la botella de licor, la capa y el barco de madera y los llevó consigo a una de las naves de Hojai. Estaba por llegar al Made cuando su comunicador se activó.

―¿Ndomi? ¿Ndomi, estás ahí? ―era la voz de Kuamba, sonaba alarmada

―Aquí estoy, Kuamba, ¿qué es lo que pasa?

―¡Tienes que venir de inmediato! Han llegado zuthus, vienen por cientos, los chicos están intentando detenerlos, pero les es imposible. Muchos demonios van hacia el puerto de Tse.




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