Ndomi se despertó sintiendo sus ojos hinchados por las lágrimas, quería ser maduro, quería aceptar que Uthe jamás lo amaría como amaba a Dumui, pero el hecho de haber tenido aquel dejo de esperanza hacía todo el asunto aún más insufrible. Se sentó sobre su camastro y sus pies pisaron una libreta vieja. Frunciendo el entrecejo, se agachó a recogerla. Del interior salió una carta que él lleyó.
“Cuando leas esto, comprenderás muchas cosas, y entenderás por qué tuve que destruir la máquina del tiempo. Sé que la reconstruirás para dar a tu hija la información que necesita, pero por ahora, necesitaba evitar que Uthe regresara a buscar a Dumui.
Behe”
Ndomi abrió la libreta. Estaba dividida en carpetas, cada una con un nombre diferente. El primer nombre que aparecía en ella era Kuhu.
“Mes quince, año mil trescientos veintidós.
Hoy conocí a Kuhu. Es una niña que recién llegó a esta ciudad y coincide conmigo en las clases de astronomía, alquimia y álgebra. Nunca había visto a una persona tan hermosa, y además es muy alegre…”
Fue como si una ola de imágenes llegara a su cabeza. Boquiabierto, hojeó con rapidez hasta encontrar otro nombre: Uthe.
“Mes 22, año 1330.
Hoy sucedió algo realmente extraño. Daba mi función a los niños como siempre y de la nada surgió una extraña mujer. No la sentí llegar, yo regularmente siento la energía de la gente que se me acerca. No sé si sea que su energía es similar a la de los niños y por eso la confundí…”
Ndomi se hizo hacia atrás, completamente abrumado, tardó algunos segundos en reponerse y continuó leyendo sin detenerse hasta el último párrafo que hablaba sobre la profesora Uthe.
“Mes 23, año 1331.
Hoy sucedió lo más extraordinario que me pudo haber pasado. Por segundo pensé que sería el peor día de mi vida, estuve inconsciente por días luego de haberme enfrentado a una horda de espíritus furiosos. Me desperté sólo para recordar a Uthe abrazando al capitán Behe y lo peor, haber recibido la noticia de que la profesora Mpadi ya no está. Me sentía vacío, detestando haber sobrevivido, deseaba haber muerto para no tener que sentir lo que estaba sintiendo.
Pero entonces Uthe me dijo justamente lo que más necesitaba escuchar. Ahora soy un héroe, ahora ella me ama.
Yo no podía creer sus palabras, por un momento dudé que sería sólo una alucinación causada por el estrés, pero es real, es la realidad que esperé toda mi vida.
Hice el amor con ella, y no importa cuánto lo haya imaginado, haberlo vivido es mucho más hermoso que la más loca fantasía que mi mente hubiera podido crear. Ella duerme a mi lado mientras escribo esto. Al fin siento que los espíritus me compensan todos estos años de soledad y sufrimiento”
Era lo último que había anotado en esa libreta, no decía más, pero no era necesario, él sabía perfectamente lo que había sucedido después de ese día. Se levantó, y fue hasta el camarote de Uthe, pero ella no estaba ahí. Salió rápidamente de la nave, viendo a Ugi que recogía leña en el bosque.
―Ugi ―le llamó―, ¿has visto a Uthe?
―Estaba preparando la pila funeraria para el capitán Behe. ―respondió Ugi―. Pensaba llamarle, pero Uthe me dijo que lo dejara descansar.
―Gracias, Ugi. ―Ndomi se encaminaba por un sendero, pero Ugi lo llamó.
―¿Por qué no permitió que la sacerdotisa me castigara?
―Ugi ―Ndomi caminó hacia ella, la tomó las manos y la observó con una sonrisa triste―, con todo esto me di cuenta de que alguien se sacrificó para que yo encontrara el secreto para regresar a esta era. Sin su ayuda yo quizá habría tardado años en saber cómo abrir la conexión.
―Y ¿eso qué tiene que ver conmigo?
―Tu castigo será autoimpuesto, y con él purificarás tu alma. Si aceptas ayudarme en el futuro, vivirás una vida feliz y después de morir, tu castigo será penar por seiscientos años en un castillo en el Hemi, esperando por mí.
―No lo entiendo ―dijo Ugi.
―Será tu fantasma quien me dé la pista de cómo venir a esta era, no te voy a forzar, pero sé que lo harás, pasarás seiscientos años de soledad, recordando el dolor que tu marido te hizo sentir ―Ndomi le acarició la cara―, pero tendrás una vida hermosa, encontrarás lo que buscabas, te lo prometo.
―¿Cómo lo sabe?
―Porque tu destino está escrito, y la felicidad que se te ha negado, llegará pronto.
Ndomi le dedicó una sonrisa y caminó hacia el sendero. Uthe, acompañada por el grupo de rebeldes oraban solemnemente mientras los restos del capitán se incineraban en la hoguera. Ndomi se paró a un lado de ella, en silencio. Cuando el fuego se extinguió, él tomó su mano, ella quiso retirarla, pero él la apretó con fuerza, impidiéndolo.
―¿Ya estás más tranquila? ―dijo enjugando sus lágrimas.
―Sí, Ndomi. Pero… ―ella intentó retirar su mano de nuevo.
―Deja que el resto se organicen para levantar las cenizas de Behe. Irás conmigo al Hemi, usaremos esa nave que Behe dejó en el barco. Es pequeña, pero en ella llegaremos en pocas horas.
―¿Al Hemi? ―preguntó ella, extrañada―. ¿A qué?
―A reencontrarte con Dumui. ―Uthe se quedó sin habla. Ndomi le sonrió, besando su mano.
―Confía en mí.
Uthe se aseó en el río y en seguida partió con Ndomi. Quiso interrogarle en el camino, pero él no hablaba en absoluto. Cruzaron por el Made a medio día, por lo que, al otro lado de la luna, era de noche. Uthe, quien no había dormido bien por la muerte de Behe, entró en un profundo sueño. Se despertó cuando el cantar de un ave nocturna la despertó. Bajó de la nave y se dio cuenta de que se encontraban en la isla de Kutsi, pudo reconocer el castillo de la costa, pero todo estaba vacío y cubierto por enredadera. En la entrada del castillo estaba una maleta con una nota encima. Ella abrió la maleta y vio que dentro estaba un vestido antiguo color escarlata, uno de los vestidos que siempre llevaba con ella por si lograba abrir al fin la conexión, para que Dumui la viera vestida como una princesa. Tomó la nota y la leyó
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Editado: 05.06.2022