El parque de atracciones estaba lleno de gente, lo que significó que para disfrutar de cualquier atracción tuvieron que hacer colas interminables.
— ¿Por qué habré dicho que si vendría aquí? — Se quejó Paloma consigo misma, sentada en un banco y con el estómago medio revuelto debido a la última atracción.
— ¡Tita Paloma! — La llamó Jonathan que se acercó corriendo, llevando en sus manos dos helados de cucurucho. — Este es para ti. — Jonathan le ofreció un helado de fresa y Paloma lo aceptó.
— Gracias, Jonathan. Pero tal y como tengo ahora el estómago no creo que me vaya a sentar bien.
— ¿Estás mala? — Le preguntó Jonathan.
— Solo algo mareada. Será mejor que en la próxima atracción subas solo con el tío Anthony.
— Ya hemos subido en muchas, podemos pasear hasta la hora del almuerzo. — Propuso Anthony que se acercó con un helado de nata. — ¿Te parece bien, campeón? Así no dejamos sola a la tía Paloma.
Jonathan asintió concienzudamente y le dijo a su tía.
— Nos quedaremos contigo.
— Gracias, cariño. — Paloma tocó su cabello y Jonathan se sentó a su lado para comerse el helado. — Ten cuidado de no mancharte, las manchas de chocolate son difíciles de sacar y esa camiseta es nueva. — Le pidió Paloma y miró a Anthony regalándole su helado. — Cómetelo tú.
Anthony cogió el helado y Jonathan se rió.
— Ahora tienes dos helados. — Le dijo Jonathan riéndose.
— ¿Lo quieres? — Le preguntó Anthony ofreciéndoselo, pero Paloma impidió a Jonathan cogerlo.
— Con uno es suficiente para ti, Jonathan, o te dolerá la barriga más tarde. — Le advirtió Paloma.
— Vamos, tiene siete años, no dos. — Paloma clavó la mirada en Anthony debido a su protesta y él asintió. — Como digas, lo siento, campeón.
Jonathan sonrió mirando a su tío comerse los dos helados.
Esa noche, Anthony salió del baño de la segunda planta de la casa, con cara pálida y una mano en la barriga, asustándose al encontrarse con Paloma de frente.
— ¿Qué haces ahí en la oscuridad? — Le preguntó Anthony.
— Haces tanto ruido que vas a despertar a Jonathan. — Le respondió Paloma. — Acompáñame abajo.
Paloma caminó hacia las escaleras y Anthony la siguió sin demasiadas ganas, su estómago estaba descompuesto y le exigía no alejarse del cuarto de baño.
Al bajar las escuelas, Victoria se le acercó ladrando frenéticamente y Paloma la regañó.
— ¿Y ella no va a despertar a Jonathan? — Preguntó Anthony entrando en la cocina detrás de Paloma.
— No le gustas. — La justificó Paloma señalando la mesa de la cocina. — Siéntate, te haré un remedio casero para el estómago.
— ¿Quieres envenenarme para deshacerte de mí? — Paloma se detuvo de pronto.
— ¿Por qué no se me habrá ocurrido… ? — Se preguntó y Anthony se rió, sentándose en una de las sillas en torno a la mesa.
— No sabía que podías bromear.
— ¿Por qué no iba a poder hacerlo?
— Te pasas el día con el ceño fruncido y quejándote de todo. — Contestó Anthony apoyando la cabeza en una mano. — Parece que Victoria fuese la única que te cae bien de la casa...
— Mi hermana ha muerto. Llevaba años sin verla y ahora me veo cuidando a su hijo y casada con su cuñado. Tengo motivos para tener el ceño como quiera, pero nunca he dicho que Jonathan me caiga mal. — Habló Paloma, dejando en la mesa para Anthony una taza con manzanilla. — Tómalo, te sentará bien.
— No he querido decir exactamente eso. — Se disculpó Anthony y Paloma asintió.
— Supongo que no has querido. — Se sentó en la silla frente a él y le recordó. — Anoche me preguntaste por el motivo por el que no hablaba con mi hermana. Tuvimos una pelea absurda, ni siquiera recuerdo de que se trataba solo qué era algo trivial, pero fui rencorosa y me alejé de ella. — Sonrió con tristeza y se agarró las manos encima de la mesa. — Si soy sincera, creí que tenía tiempo para solucionarlo, pero ahora ella está muerta y nunca podré hacerlo. Lo único que me queda es Jonathan, es lo más preciado que había en su vida y tengo tanto miedo de no hacerlo bien…
— Lo estás haciendo bien. — Le dijo Anthony. — Siento si te he puesto las cosas demasiado difíciles.
— Que hayamos tenido que casarnos no es de mucha ayuda, pero creo que podría ser peor si estuviera sola con Jonathan. — Negó Paloma.
— Eso ha sonado a un agradecimiento.
— Tampoco te emociones. — Paloma se levantó y le dijo. — Tómate la manzanilla y ve a descansar. Ahora no tengo que cuidar de un niño, sino de dos.
Anthony sonrió, pero borró la sonrisa cuando la taza con la manzanilla comenzó a agitarse encima de la mesa. Paloma la miró atentamente y se tuvo que agarrar a la mesa cuando el suelo a sus pies también comenzó a agitarse.
Por la mañana, Paloma descolgó su teléfono en la puerta del colegio, mientras Anthony se despedía de su sobrino.
— ¿Dime, Elías? — Preguntó Paloma a la persona que la llamaba.
— ¿Recuerdas que me dijiste que no te llamara a no ser que fuese algo importante… ? Pues bien, esto no es importante, es una emergencia. — Habló Elías al teléfono.
— ¿Qué ha pasado? ¿De qué emergencia estás hablando? — Paloma sonrió a Jonathan cuando le dijo adiós antes de entrar al colegio.
— Te envío algunas fotos, espera. — Elías le colgó y Paloma miró el teléfono a la espera de recibir esas fotos.
— ¿Todo bien? — Le preguntó Anthony qué se acercó.
— No lo sé, el encargado de mi cafetería es un exagerado y nunca sé cuando pasa algo realmente importante. — Respondió Paloma dejando de mirar el teléfono. — ¿Qué harás ahora?