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Mew pasó la noche en vela. Sabía que no iba a dormirse desde el momento en el que se dejó caer en su cama. Aún así cerró los ojos y rememoró aquel beso.

¿De dónde había sacado el coraje para besarlo? ¿Cómo se había atrevido a hacerlo a pesar de notar, en aquel primer segundo, una mirada de ira en los ojos de Gulf? Realmente había ira en aquellos ojos atigrados... Pero, ¿dónde había quedado aquella ira cuando sus labios saboreaban los suyos en aquel crepúsculo gris? ¿Y después...? ¿Qué pasó después...?

La mente de Mew pareció detenerse por un momento. Sólo lograba recordar flashes: un empujón, una mirada esquiva un balbuceo y el sonido de sus pasos alejándose. Y así pasó la noche. Rememorando aquello una y otra vez.

Con la llegada del nuevo día Mew se levantó de la cama con el cuerpo agarrotado por el frío y las mejillas húmedas y la convicción de que todo había sido verdad: la ira, el empujón, la huída...
Todo excepto el beso correspondido. Su corazón enamorado se lo había imaginado.

¿Cómo podría haber creído por un momento que aquel iracundo joven llamado Gulf que odiaba a todos los gays del mundo podía haberle correspondido su beso?

Un Mew tembloroso, arrastraba los pies en la acera mojada, camino hacia el Instituto, sin atreverse a mirar ni una sola vez hacia el callejón, donde la noche anterior había delirado con el beso más dulce y apasionado de toda su corta y triste vida...