La luz brillaba con una intensidad cegadora en las heridas del ángel, Roberto tapó su cara con un brazo, le costaba soportarla; Luna no dejaba de mirar, le parecía hermosa.
El ángel gritaba, pero cada vez menos, entonces paró y comenzó a respirar de forma cada vez más calmada.
- Gra... gracias- Murmuró el ángel agradecido mirándolos a los dos.
Roberto se destapó la cara y pudo ver asombrado los ojos color dorado de aquella maravillosa criatura, eran ojos muy expresivos, siempre había escuchado que los ojos son la puerta del alma, pero jamás había visto algo que lo demostrase de una manera tan literaria.
Luna cambió su cara de pronto, tras haber estado de un humor de perros todo el tiempo, ahora parecía renovada, muy contenta a decir verdad.
- No es nada...- Dijo sorprendida de que hablase su idioma.
Luna tocó su pecho resplandeciente y comprobó algo para lo que no daba crédito, sus heridas estaban cicatrizando rápidamente, a una velocidad de regeneración increíble. Conforme ella lo comprobaba, ya se habían cerrado.
- No... no es posible... esto, no puede ser, ¡¿Cómo?!- Preguntó sin comprender.
- Se le han curado todas las heridas donde le he echado agua Luna...- Su marido parecía orgulloso- ¡Esto es para flipar!-.
Luna asintió y miró al ángel a los ojos.
- Curaremos el resto de sus heridas- Parecía decidida- Dame el agua Roberto.
A su marido le molestó que de pronto le prestase tanta atención y esfuerzo al ángel, y también que lo llamara por su nombre, y no por su diminutivo, como solía hacer cariñosamente; pero como solía actuar muchas veces en su vida, lo dejo pasar y le dio la botella sin rechistar.
Luna echó agua sobre sus manos y las paso sobre las zonas con heridas superficiales del ángel, que inmediatamente sanaban, pero surgió una duda, ¿qué debía hacer con el aparato metálico que atravesaba su pierna derecha de un lado a otro?.
- Quítalo, no lo pienses mas- Ambos escucharon la profunda voz del ángel en sus mentes.
No hicieron excesivas preguntas, luego ya habría tiempo para que respondiese a todas sus dudas.
- Roberto, ayúdame- Pidió su esposa.
Su marido asintió.
- Vale, yo sujeto su pierna, tu quítale eso de dentro- Pidió ella posicionándose.
- Entendido- Roberto agarró el objeto metálico por donde pudo, dado que parecía estar afilado.
- Lo siento si esto duele, estas preparado- Luna miró al ángel directamente a los ojos.
El agarró su mano y asintió.
- De acuerdo, tira fuerte Rober-.
Su esposo comenzó a tirar con todas sus fuerzas, usando ambas manos. El ángel no cesaba de gritar, Luna notaba la mano del ángel apretando la suya. Aquella cosa metálica se resistió bastante, pero el verdadero problema fue cuando salió. Roberto cayó de espaldas con aquel aparato extraño en sus manos, pero la herida del ángel comenzó a sangrar en exceso.
-Oh... dios mio, esto sangra mucho- Luna cogió el agua y lanzó una mirada interrogante al ángel, que asintió con la cabeza.
Vació la botella sobre la herida borboteante de sangre, y la luz que emitía la cegó, pero sin apartar la vista fue vertiendo el agua sobre la herida. Paró cuando creyó que era suficiente y comprobó que se cerraba, era difícil de apreciar, su curación era rápida, el tejido de su pierna se unía a una velocidad pasmosa. La curación parecía provocarle dolor al ángel, pero como dice el dicho popular: No hay mal, que por bien no venga.
Luna se hallaba a la vera del ángel a un lado de la mesa, Roberto la miraba con reproche, se había caído y no se había preocupado siquiera por si estaba bien. Era su marido y que menos que algo de interés el uno en el otro. Aunque le molestaba su actitud, la perdonó, como siempre hacía, era una situación compleja y sabía que no lo hacía con intención de hacerle daño sentimental.
- ¿Estás mejor?- Preguntó Roberto al ángel.
- Lo... lo estoy- Musitó- Gracias.
- Deberíamos curarte el ala, me parece que la tienes rota- Dijo Luna con voz relajada.
- Necesito descansar, estoy agotado, ¿podría yacer en algún lugar?- Preguntó a modo de suplica.
- Por supuesto- Respondió Luna autoritaria mirando a Roberto.
El ángel le miró, esperando la aprobación de su marido.
- Acompáñanos- Pidió Luna.
El ángel se sentó en la mesa, su ropa estaba hecha jirones y la sangre que todavía manchaba su piel, permanecía brillando en aquel tono azul tan bonito.
- Rober, préstale ayuda- Le instó su mujer.
Su esposo se acerco con temor al ángel, y le ayudó a levantarse, este se apoyó sobre sus hombros.
Ambos le condujeron a una de las habitaciones de invitados de la primera planta, pese a que les costó subir con él por las escaleras, cuando lo consiguieron le llevaron a una cama de matrimonio, que le quedaba pequeña de largo, pero no de ancho.