Caminé por las calles horrorosas y estrechas. Las personas me miraban, varios señores panzones sentados en sus pórticos con sus licores. Algunas gallinas andaban por la pista de tierra. Sabía que a esos animales les gustaba andar libres y no había problema con eso. Después de todo, como yo siempre decía, en pueblos como estos, las personas, aparte de conocerse entre ellos, ya sabían hasta de quién era cada gallina que rondaba por ahí.
Algunas moto-taxi pasaban de vez en cuando, pero también sabía que en estos pueblos la gente era de caminar.
—Oye tú —me llamó una voz.
Volteé y vi a un señor anciano apoyado en la pared de adobe de una pequeña y fea casa de un solo piso, una sola puerta abierta de madera, y una sola ventana. Era como muchas de las que la rodeaban.
El hombre miró hacia algo cerca de mí y seguí su vista. El gato negro estaba a unos pasos atrás.
—No eres de por aquí —agregó el tipo—, y esa cosa no es un gato. —Soltó una corta y siniestra risa—. Sígueme.
El gato avanzó, como si hubiera obedecido una orden. Tragué saliva y me aventuré a entrar también.
Al entrar había una pequeña sala, con un par de muebles sobre el piso de cemento pulido, pero siguiendo por el corredor, el piso era de tierra. Pasamos por la cocina, y unas tres habitaciones. Las casas eran así en estos lugares, y la de esa mujer rara era similar.
Olía a la leña y a las ollas de barro sobre esta. Los pollos piaban por algún lado. Llegamos a la parte posterior, a lo que se le llamaba “corral”, en donde tenían a sus animales.
El señor se detuvo frente a una puerta de una habitación que estaba al fondo en el mismo patio.
—Eres un brujo, pero no lo sabes aun —murmuró—. No sabes cómo. ¿Qué quieres aprender a hacer? ¿Amarres? ¿Venenos? ¿Vudú?
—Eh... no, bueno... Nada en especial, solo controlar la ener... magia negra.
—Ya tienes un pacto con el demonio, si has sabido hacer eso, no veo el problema. Ahora solo debes tener control sobre él.
El tipo estaba un poco equivocado si creía que en verdad era un pacto.
Tomó un frasco y vació su contenido en una vasija. Empezó a realizar raros cánticos que se asemejaban a palabras balbuceadas. Eso me hizo recordar a cuando mi madre decía que algunos brujos hacían sus rezos y cosas así.
Se me enfrió y escarapeló la piel cuando sentí esa potente energía negra hacerse presente. No podía verlo pero ahí estaba, estaba en el lugar, era muy pesada. Al parecer el sujeto controlaba a una masa de energía negativa mayor que la que me acosaba.
Comenzó a mover la mano sobre el líquido y vi con claridad la energía negra que salió de sus dedos para entrar al extraño brebaje.
—¿Le has podido ver? —preguntó.
—Eh... No, no. Pero sí vi lo que entró en el líquido.
Sonrió de lado.
—Tu fuerza está a medio camino de ser superior. Las cosas que un brujo sabe las aprende por intuición si es que alguien cercano no se las ha enseñado. Sospecho que tú no necesitas que te enseñe, tienes tu propia manera de hacer que ese ente haga lo que quieras. —No hacía lo que quería, salvo cuando le daba la gana. Escuché un susurro inentendible—. Sé lo que piensas —agregó, asustándome—. Tu ente no es el único que escucha tus pensamientos. —Abrí mucho los ojos al recordar, que, ciertamente, el gato había dado respuesta a lo que decía en mi mente incluso cuando no había articulado palabra alguna—. Aunque no lo creas su nivel de consciencia es débil, cuando ha accedido a tus peticiones lo ha hecho por tu autoridad, porque tú desde el fondo y de forma inconsciente se lo has ordenado. Recuerda que no son seres vivos, son demonios, y están para servirnos.
Una fuerza me empujó haciéndome retroceder unos tres pasos. Me volví a enfriar por la pesada energía negra.
—Gato, vamos —susurré.
El gato no se movía.
—Perdona, pero se queda conmigo —aseguró el hombre. Sonrió mostrando dientes amarillos y acentuando sus arrugas—. ¿O quieres terminar como yo?
Vi cómo su rostro se tornaba más diabólico, sus dientes se hicieron en punta. Mi pulso se aceleró de golpe, de lo que me había bajado la presión sanguínea primero. Quería correr pero no quería dejar al gato, ese demonio era mío, no suyo.