Se levantó como cada mañana lo hacía desde que se casó con Maribel. Alzó su brazo lentamente y desactivó la alarma del despertador. No requirió mayor esfuerzo puesto que no estaba enredado en las sábanas ni apegado al cuerpo de su mujer…… como antes. Su cuerpo se había acostumbrado a dormir siempre del mismo lado, de espaldas a ella. Y es que la rutina poco a poco fue marcando su vida y por extensión a su matrimonio. La relación con su esposa siempre había sido buena……. es decir, al principio era excelente, amor apasionado, locuras, viajes, amigos, fiestas, etc., pero desde un tiempo ya no era lo mismo. El amor no había mermado, pero para Luciano había cambiado, o quizás él lo había hecho.
Quizás las responsabilidades en el trabajo, fruto de un buen pasar laboral, exigían mucho de él y eso había repercutido en que Maribel pasara mucho tiempo sola en casa, una casa en un buen barrio residencial que, a pesar de ser hermosa y tener una vista al mar privilegiada y digna de un rey, era demasiado grande y solitaria para ella, que no tenía con quién compartirla durante el día, ya que ni siquiera había tenido la dicha de ser madre.
A pesar de que Maribel tenía algunas amigas, no era mucho de salir ni de socializar. Amaba su casa, pero hacía tiempo que le faltaba algo. Si bien por un tiempo había sacrificado su maternidad de común acuerdo con Luciano en pro de su trabajo, ahora que ya todo marchaba sobre ruedas en ese aspecto, le dolía que él hubiese olvidado su acuerdo.
Ambos habían acordado que apenas lograra sus objetivos se pondrían en campaña para llenar aquella casa que ahora se le hacía tan fría e impersonal. Diez años habían transcurrido desde aquel acuerdo y cinco desde que las metas de Luciano se habían cumplido. Y aunque Maribel muchas veces quiso tocar el tema de los hijos, siempre había algo que se interponía en sus deseos.
Al final, Maribel dejó de insistir y solo se dejó arrastrar por la rutina. Amaba a su esposo y tenía la esperanza de que un día las cosas fueran distintas.
Luciano también estaba al tanto de la deuda pendiente con su mujer. Sabía que habían hecho un trato y aunque era un hombre exitoso en lo que hacía, sentía que a nivel familiar ese éxito aún no había llegado y precisamente por su culpa. Era responsable en su trabajo, pero tenía temor que no fuera de la misma manera con un hijo de por medio, que le fallaría no solo a Maribel sino también a esa criatura que ni siquiera estaba en proyecto de arribar aún.
Fue esa rutina la que fue causando estragos en ambos. Sabían que había cosas no dichas entre ellos y decisiones importantes que tomar, pero ninguno de los dos quería exigir nada, tampoco arriesgarse a matar lo que tenían hasta ese momento. Lo único claro que tenían era su amor y hasta eso a ratos parecía desvanecerse.
El simple hecho de vestirse sin hablarse cada día a Luciano le pesaba. Recordaba con nostalgia esas lejanas mañanas cuando se despertaba con sus brazos aferrados al cuerpo de Maribel, compartiendo su calor y sus suaves caricias. Era tan fascinante verla con ese aspecto desaliñado, su cabello revuelto, sus ojos desperezándose y dedicándole la primera mirada cargada de amor solo a él. ¡Por Dios que dolían aquellos recuerdos! Eran como dardos que se le clavaban en el corazón.
No podía evitar sentir cómo la melancolía lo atacaba por la espalda. Y cuando intentaba con su amor reparar aquel daño del que él mismo se sentía culpable, a menudo la prisa podía más que la pasión y terminaba por echar por la borda todos sus esfuerzos. El silencio se imponía nuevamente junto a la rutina y parecía que retrocedía lo poco que había logrado avanzar.
Para Maribel tampoco era fácil. Despertar sintiendo el vacío y el frío que había donde antes estaba el cuerpo y el calor de Luciano era difícil. Extrañaba la fogosidad que había cuando recién se habían casado. Parecía que nunca se sacaban las manos de encima. Siempre había tiempo para los abrazos, para los besos, para las caricias, para las locuras y las escapadas inesperadas a donde fuera que el destino los empujaba. La alegría emergía a borbotones por sus cuerpos y el amor fluía sin impedimentos, porque no había nada más importante que el amor que se profesaban. Extrañaba todo eso. Lo extrañaba a él…… a Luciano.
Sus días eran una sucesión de horas repletas de soledad y desánimo. A veces no sentía ni siquiera las ganas de salir de la habitación que compartían. Simplemente se quedaba sentada a los pies de la enorme cama, vestida solo con el pijama, con su cara enterrada entre sus rodillas mientras sus brazos mantenían atadas a sus piernas. Cuando lograba volver a la realidad, caminaba por la casa como un sonámbulo, sin rumbo fijo, con el fin de gastar el tiempo hasta perderse en la inconsciencia del sueño cuando este llegaba por las noches…… eso cuando llegaba, porque usualmente no era tan benévolo y rehuía de ella periódicamente dejándola sumida en pensamientos inquietantes con respecto al futuro.
¿Cambiarían alguna vez las cosas? ¿Volverían a ser como antes, cuando todo entre ellos era un descubrimiento delicioso de la vida juntos?
Esas mismas dudas emergían en la mente de Luciano. Deseaba volver a su antigua vida, a esa donde nunca sabía lo que le deparaba el nuevo día junto a Maribel, esa en donde la improvisación era la reina de la casa y llenaba sus existencias de cálidos recuerdos.
El inminente viaje de negocios de Luciano pondría distancia entre ellos justo en un momento crítico, pero él confiaba en que un par de días lejos le ayudaría a reorganizar su vida y su relación. Con suerte pronto podrían comenzar de cero si aún era tiempo……