¿y si Digo Que No?

Capítulo Nueve: Retorno

Dormir fue una tarea complicada. Lograron cerrar los ojos alrededor de las 4 a.m. Entre bostezos, tiran los residuos y limpian el auto. Ya en él, sostienen la ley del hielo que están aplicando desde ayer, Lenny Gael representa un problema en el aire de ambas.

Por otro lado, la provincia de Lake está sumida en alegría y confusión, demostrando el ánimo atípico organizando un desfile para el mes siguiente. A través de la ventana se ven habitantes comprando lo que requieran en ferreterías, centro de telares y mercerías. El despertar ciudadano deja como consecuencia para los turistas calles congestionadas.

Minett le atesta un golpe al volante, han quedado atrapadas en un embotellamiento y las incesantes llamadas de Hungría la irritan, sin mencionar que Dissa la obligó a desechar el único cigarrillo que escondió. El efecto generado durante su entrada persiste, las siguen observando de tan manera que las asustan.

—Cálmate, hombre —tranquiliza Dissa por la línea—. Vamos camino a casa, estaremos antes de las ocho —explica con voz cansada.

Luego de soportar las miradas los carros empiezan a fluir. Indignada, la conductora acelera a todo lo que da y escapa del lugar más incómodo e imprudente del mundo. En el camino, la rústica carretera las hace detenerse. Un neumático se ha pinchado.

Se miran las caras con repulsión, abandonan el vehículo para buscar la llave cruz y un neumático de repuesto. Una de ellas no puede evitar detallar el paisaje, el corazón desolado espaciado en esta autopista deja a la imaginación su posible potencial para la vegetación.

—En estos lados precipita en pocas ocasiones —relata Dissa quitando la última tuerca—, uno de sus gobernadores creyó que eso no impediría a las plantas crecer, la arboleda atraería a muchos, pero nada floreció, el suelo está contaminado —señaló una pequeña planta de petróleo.

»Consecuencias de otro ambicioso que los lanzó a la decadencia. Hoy viven, irónicamente, de una potabilizadora a las afueras.

Lo irrelevante de esa información hace clic en la mente de Minett.

—¿Y quienes gobernaron?

Dissa, desde un ángulo incómodo coloca el neumático y concluye regresando las tuercas a su sitio. No duda en arquear una ceja con obviedad.

—Galo y Cesty Biancheri, boba —responde.

Minett se muestra incrédula frente a la información dada, no obstante, ignora el hecho de que su amiga suelta una larga carcajada, que se confunde con burla, pero su tono delata la inocencia.

Suben al auto con la cuerda aún más apretada. Aleja sus pensamientos encendiendo el reproductor. Afortunadamente las siguientes tres horas transcurren en tranquilidad y cuando menos lo notan, ya están delante del letrero de su adorado hogar. Aparcan el vehículo en el porche de la casa Burban, Minett apaga el motor y suspira. Sobre el salpicadero ambos celulares vibran. Fruncen el ceño por la tétrica casualidad. Toman los dispositivos y se lee el mismo mensaje:

Desconocido
¿Llegaron bien? Porque me agradó su insolente visita, la próxima vez que me vean eviten alargar la cara.

—¿Sabes por qué Galo volvió? —Dissa es la menos indicada para contestar una pregunta atiborrada de sentimientos encontrados, líos en los que no desea meterse, y peor aún, donde salir vivo de ahí es un acto favorecido por el mismísimo Dios.

—Tú misma lo dijiste, “volvió” —el uso de comillas enciende la mecha de Minett—, literalmente lo enterraste, les hizo crees que estaba muerto, ¿no es eso lo que debes ver? —interrogarla es contraproducente en alguien como ella, lo que cree está por encima del resto, es la verdad absoluta.

—Quién necesita tu opinión —dice abriendo la puerta.

Permanece afuera sacando lo que llevaron. Sigue a Dissa hasta la entrada, en la casa se topan con que está abierta y que en la sala están Feicco, Hungría y Sadisha. Se desvían, una a la cocina, la otra a la sala.

—Siete y treinta —recalca Hungría dándole golpecitos a su reloj de pulsera—. Llegaron más cosas y nos preocupamos.

—Gracias por preocuparse por nosotras, estamos muy bien —hace una pausa para ir a la cocina y servirse un vaso con agua—. El próximo mes tengo mi prueba de admisión, si no fuera por Minnie estaría perdida —La sonrisa hipócrita en su rostro asquea a la antes menciona que observa desde la esquina.

—¿Cómo estuvo el viaje? —inquiere Sadisha sentándose en sofá.

Desbordando en efusividad Dissa les habla sobre los raros habitantes de Lake, sobre que lo del peaje fue una falsa alarma, y repite lo del empleado en uno de los puestos.

—Dijo que ya no estaba atada, y por una rara razón comenzaron a organizar un desfile —pronuncia rápidamente.

Hungría es el único que no se sorprende por el comportamiento reprochable. Él le pide acercarse y bajar la voz.

—Feicco te extrañaba, por eso estamos aquí —Feicco rueda los ojos—. En la puerta encontramos esto —agita en su mano un sobre blanco, se lo entrega.

Le da un vistazo. De punta a punta están escritas alertas con números esparcidos y conectados por una línea. «Advertencias» encabeza el texto. Ella lo mira extrañada al no entender nada.

—Parecen códigos —arruga las cejas hasta unirlas—, no sé cómo pero los entendí —afirma Hungría.

De su boca sale una lista de preguntas, él solo alcanza a responder dos.

—¿Por qué? Pregúntaselo a quien lo envió —contesta buscando el código que ella mencionó—. Aquí, alerta 03 significa regreso substancial.

«Su padre». Dissa ata cabos y no duda en pedirle a los chicos que se vayan, necesitan descansar. Se despiden tanto de ella como de Minett, que sostiene su cabeza por la hilera de mentiras entrando en su mente.

Con el cuerpo pesado se dan un baño, acostándose a dormir sin un bocado de comida en el estómago.

—Dime algo, anda —susurra Minett a la Luna—, aquella vez me dijiste como superar todo —ruega pegando la mejilla la ventana.




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