¿y si Digo Que No?

Capítulo Diez: ¿Qué?

Hace más de una semana que no vemos a Aleka, además, el primer mes está terminando, mi noción del tiempo vuelve a hacerme consciente de que estamos creciendo. Por ello acordamos encontrarnos en el parque para organizarnos y buscarla.

Sadisha viene acompaña por sus hermanos, Feicco y Hungría vienen solos, y Dissa ha traído a sus padres.

—¿Qué haremos? —Dice Dissa acomodándose la gorra—. Lo último que supimos fue por el mensaje, eso significa que… —no se atreve a completar la idea.

—Parte de su familia está aquí, llamémoslos —propone Feicco.

Se ponen manos a la obra. Contactan exitosamente a casi todos, exceptuando a sus padres. Algunos ni sabían que está desaparecida, el resto no la conoce lo suficiente para saber si ha huido o algo peor.

Rhode Artega, ¿en qué puedo servirle? —A través del altavoz del celular de Sadisha se escucha la voz del padre de Aleka—, ¿quién habla?

—Hola, señor Artega, soy Sad, ¿me comunica con a Aleka? —un largo suspiro por parte de él se escucha claramente.

—La he estado buscando y nada —explica—. Recuerdo que se pierde cuando necesita tiempo, pero esto ya es demasiado.

Minett le hace una seña de que el celular de Taris está apagado.

—Taris iba de juerga, ¿cree que se hayan ido juntas?

—Ya quisiera yo, Taris recayó, la estoy cuidando —ella, derrotada, se despide de él—, no, no, no, ayer volví al pueblo, les puedo ayudar si quieren.

Ellos le toman la palabra y esperan sentados en el parque aproximadamente quince minutos. Él llega y se hace cargo de las decisiones.

—Solía ir al parque de atracciones en las mañanas, cuando caía la noche iba a la piscina pública.

El gimnasio Star, una pequeña galería de arte, biblioteca, el prado incandescente, el teatro, aparentemente ella visitaba esos sitios para despejarse. En su contra el pueblo, aunque pequeño, tiene muchos lugares que te agradarían como turista.

No son turistas; dan dos vueltas por cada espacio. Pegan anuncios aquí y allá, no encuentran nada.

—Ánimo, chicos, hay donde buscar —alienta Laura, madre de Dissa—. Fuimos a su casa esta mañana, pero quién sabe, ¿verdad? —propone dándole esperanzas a los presentes.

En un camino donde les pesan los pies detienen el paso frente a la casa Hudak. ¿Qué harán si no la encuentran acostada sobre el sofá en medio de lágrimas por una película? Afortunadamente esto no sucede, no obstante, podría cortarse el aire con una tijera y estallaría el oxígeno contenido en sus pulmones.

Taris está en el suelo, Aleka la sostiene por el torso y presiona el agujero en su mano del que gotea sangre. Se apresuran a socorrerlas. Aleka en su inmersión aletea para alejar a los supuestos intrusos. Por ende, Feicco la toma por las axilas y revisa su cuerpo, tiene una herida profunda en su abdomen.

—¡Muévanse! —vocea con la chica en brazos. Rhode va detrás de él, dejando a su agonizante exesposa en segundo plano.

Hungría revisa el pulso de la mujer.

—Es débil, dudo que sobreviva —él imita la acción de su amigo y la mete al auto junto a Aleka.

***

El pitido de la máquina se entierra en las paredes, llegando a los oídos de los chicos. Han pasado diez horas, Aleka fue operada de emergencia y su madre estuvo en un cuarto siendo vigilada hasta su reciente muerte.

—¿Cómo te sientes? —inquiere Rhode apartándole un mechón del rostro.

Sus amigos le contaron sobre su madre y ella no ha hecho nada más que llorar.

—¿Cómo crees que me siento papá? —Sube el tono—¡Abandonaste a mamá en esa insulsa habitación! —cierra su mano en el cuello de la camisa, atrayéndolo—. Tu deber era cuidarla, y la pusiste al final de tu lista —limpia con su dorso las lágrimas que brotan de su lugar.

—Es mejor que salga a pasear —Hungría aprieta el hombro del hombre en una notable petición.

Acepta a regañadientes, en el instante en que desaparece ellos rodean a Aleka. La bombardean con muchas preguntas.

—Chicos —dice, no le prestan atención.—¡Chicos! —profiere—No puedo con esto, quiero descansar.

—Por supuesto, nena —Hungría acaricia su mejilla casi congelada.

Recogen sus cosas para sentarse en la sala de espera, sin embargo, Hungría empieza hablar justo cuando un hilillo de sangre adorna su boca.

—No es nada —dice tocando el líquido—, estoy—

Termina tendido en el suelo y sin dudarlo el resto se escandaliza por segunda vez en el día. Un grupo de doctores trae consigo el desfibrilador al notar que un infarto ha atacado su corazón.

—¡Despejen! —se alejan y su cuerpo reacciona a los cuatro mil vatios.

Él parpadea lentamente, enfoca a Minett que palmea su mejilla. Lo levantan y sin ayuda llega a una pálida habitación.

—Qué día de mierda —murmura Feicco desde la esquina observando al chico—, ¿no crees?

***

2 a.m.

Un muchacho de cabellos brillantes ronda al admirable grupo de amigos que duermen en la sala de espera. No pierde la oportunidad y escribe una corta oración en el brazo de Minett, misma que se remueve en su puesto.

—Despierta, Biancheri —susurra en su oído haciéndola despertar ante la mención de tal apellido.

Ella ve hacia todos lados y no hay rastro de él. Dirige sus ojos hacia la zona donde escribieron con marcador negro.

—Te advertí, ya no queda más que decir… Por ahora.




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