Bajo las persianas. Me sumerjo en la oscuridad de mi habitación. Con la pantalla de mi celular ilumino el último cajón a mi derecha. Saco un libro del tamaño de mi mano, del grosor de la misma. Me paseo por las páginas hasta toparme con la cartulina amarillenta. Contiene cien alertas por ambos lados, descripciones diminutas y su nombre en el encabezado.
El día que Lenny reunió la osadía para entregarme este libro me recordó la forma tan común de conocerme, cuando no sabía que él era el padre de mi mejor amiga.
—Hola, muchacho —dijo estrechando mi mano—. Bienvenido a la ciudad.
Me habló de las desdichas de Lake, mencionó que mis tíos temían haberme llevado consigo, el índice de extravíos iba en aumento, y no descubrían al culpable.
—Es difícil irse de un lugar así—Le pregunté por qué—. Niño, en Lake se es libre, es tan grande que perderse en él es un simple regalo de la naturaleza —contestó bebiendo de su soda.
Y sin yo entenderle, cortó de raíz la narración.
—Dime, ¿qué eliges? —lo miré, estaba confundido—. ¿Una vida larga y feliz, o un sube y baja con muerte súbita incluida?
—¿Morirme? —me reí con poca gracia—, soy un crío, tengo mucha vida por delante.
Él se carcajeó sin pudor, por lo visto mis palabras eran absurdas, ahora lo veo claramente.
—Ingenuo —puso el libro en mis palmas—. Esto te ayudará, las alertas fueron lo único que me salvó.
Se fue. Desde esa tarde no he sabido de su existencia. Se esfumó.
—Ding —el sonido de importancia en el libro suena sacándome de mi ensimismamiento.
Aún me sorprende que el libro contenga cualquier tipo de situación, resolución y manipulación que te saca de aprietos en un tronar de dedos. Voy a la última página, pongo mi firma diaria, ahí se explica que el apoyo del ejemplar es para mí, y para quienes estén junto a mí.
Veo que en las primeras filas firma un tal Ural, supongo que no logró su objetivo, o quizás Lenny se lo robó, de cualquier forma esa piezas me hace amanecer cada día sin un rasguño, pero fui soberbio, no tuve que asumirlo.
***
Noche de fiesta. Un ambiente en donde me desenvuelvo como pez en el agua. Voy en el auto de Sadisha, los demás están apretados en el puesto trasero.
—Yo he visto esa casa —dice Dissa removiéndose en busca de espacio—. La veo desde pequeña, sus antiguos dueños la abandonaron luego de que su hijo la incendiara.
—Algunos dicen que murieron ahí.
Giro la cabeza a la par que Sadi aparca frente a los escombros que llaman estructura. Se desabrochan los cinturones y huyen del interior del carro.
—Entren, voy detrás de ustedes —Ellos se adentran a la casa que, por fortuna, no cede ante su peso.
Nos recibe la insoportable vibración musical que cala nuestros huesos. Una nube de humo interrumpe mi inspección visual, agito la mano frente a mi cara para disiparla.
—No hay nadie—
Se equivoca, pues, registro a varias personas bailando, chocando entre sí, y… fusionándose con el humo. Entreabro la boca y enarco una ceja, tienen forma humana, «no pueden ser fantasmas».
Alerta 400.
Eso es, son almas arrepentidas que desean vengarse de quien los dejó así.
—Adiós —profiere Dissa.
—¿Adónde vas, D? —inquiere un cuerpo impidiéndole el paso—. Me dolería que no presenciaras esto —deshace su agarre en el hombre de mi amiga y enfrente a Minett.
—Te costó hacerme tu víctima, ¿no? —Ellie jamás fue una madre inquisitiva, así que dudo que sea ella.
El golpe que le da traspasa su cuerpo, dándome le entendimiento suficiente, sí es Ellie con el semblante destruido. Luego de leer el libro ya nada me sorprende, o quizás sí porque ella pestañea y desaparece.