23 julio 2017
Un azul intenso y un rojo desvanecido pintaban los cielos de esa tarde. Estaba a unos pasos de mi casa compartiendo frituras con mi mejorsisimo amigo, Caleb. Platicábamos del último chisme del barrio: Sofía, nuestra compañera de escuela había decidido internarse en un instituto de señoritas. Era sorprendente, ¿quién en su sano juicio se interna en estos tiempos en esas cosas? Oh sí, Sofía.
Sabíamos que había una razón muy poderosa que la hizo tomar una decisión como esa, pero desconocíamos cual era. Y bueno, tampoco es que lleváramos una buena relación con ella; nuestra interacción siempre fue estrictamente escolar y con Caleb, Sofí se odiaba a morir. La razón: las preferencias sexuales de Caleb y su gusto por el mismo chico.
Los rumores no se hicieron esperar y hasta especulaciones de un embarazo precoz rondaban por los pasillos. Todo era posible por lo repentino que se había dado la situación.
Cómo buenos amantes del chisme hacíamos nuestras propias conjeturas y todo se tornaba aún más extraño. Fue un tema de entretenimiento por un corto tiempo, al menos para mí.
—¿Alguna vez la viste con algún chico? ―preguntó Caleb con ese tonito de intriga que ocupábamos para viborear.
—No —conteste con las frituras en mi boca y tragué rápido. —Nunca le conocí algún novio.
—¿Sera lesbiana?
Me atragante con mi propia saliva y empecé a reír. Me enganche a su brazo y seguimos caminando sin rumbo fijo.
—Pero que dices, Caleb.
—Piénsalo, Joce. No es tan descabellado.
—Podría ser...
—Escucha, esta es mi teoría. Qué tal si no había salido del closet y se escudaba en una rencilla conmigo por un chico. Entonces como yo no tengo nada que esconder envidiaba esa parte de mí. Ella por su parte al no tener el valor de hacerlo me tomó coraje y así mató dos pájaros de un tiro: lo ocultaba y engañaba a todos. Entonces… ―dijo de pronto con un toque muy peculiar de suspenso que me hizo voltear a verlo, ―al revelar su secreto sus papás se horrorizaron y la mandaron a ese internado para corregir sus preferencias.
—¿Corregir?
—Bueno, algunas personas siguen enrolladas en las ideas del pasado y siguen creyendo que la homosexualidad se puede corregir con terapias, sermones y exorcismos.
—¡Exorcismos! ―enfatice sorprendida, pero pronto caí en cuenta que no tenía nada de descabellado, bueno si es descabellado porque es real. ―Eso suena muy elaborado. Yo me voy más por un embarazo que quiso ocultar de todo el mundo.
Caleb no dijo nada. Ambos nos sumergimos en nuestros pensamientos hasta que de pronto él se paró en seco y susurro con un aire de complicidad:
—Joce.
—¿Por qué susurras? ―. Arrugue el gesto y volteé a verlo con extrañeza por su actitud.
—Shh ―puso su dedo índice en mi boca y yo lo quite de un manotazo.
—¿Qué pasa? ―susurre como él lo había hecho para no perder la intriga del momento.
Sí, sabíamos complementarnos perfectamente bien.
—Mira al frente.
Por acto reflejo seguí su dedo y me quedé pasmada al igual que él.
En la acera del frente, un chico no tan mayor que yo, estaba bajando una maleta de la cajuela de un taxi. Al principio lo observé con curiosidad, como diciendo "¿Qué hace ese aquí?" y “¿Quién es?, pero después, al observar su rostro mi curiosidad paso a ser embelesamiento.
Patético, pero real.
Era lindo a primera impresión, pero a detalle resultaba un tipo demasiado atractivo. Tenía el cabello de un color castaño oscuro en un corte prolijo y bien definido, ni tan corto ni tan largo, ni un solo mechón opacaba su frente. Su piel era de un tono claro, pero no llegaba a ser blanco como los americanos. Usaba lentes de pasta en color negro y vestía bien: un pantalón de gabardina, camisa abotonada hasta el cuello y una chamarra de cierre sin cerrar. Y para completar un semblante casi, casi angelical.
Toda su apariencia apuntaba a que era el típico chico nerd, pero un nerd jodidamente guapísimo.
Quién diría que con ese aire de “inocencia” me rompería el corazón.
Actualidad.
Abrí los ojos. Inmediatamente una punzada en mi cabeza me hizo volver a cerrarlos y apretarlos tan fuerte que también me dolieron. Sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo, me sentía aturdida y tan pronto como reaccione al dolor recordé lo que había pasado.
Al abrir los ojos de nuevo el blanco de las lámparas y las paredes me lastimaron la vista, tuve que forzarla para ver dónde carajos estaba, aunque en el fondo ya lo sabía, la cuestión era como había llegado hasta aquí.
Al lado de mi camilla colgaba el suero. Estaba en bata de hospital sin ropa debajo de ella.
Cada vez se tornaba todo más confuso.
Suspiré y trate de levantar mi cabeza un poco, pero su voz me lo impidió y entonces sentí un alivio que pareció calmar cualquier malestar.
—¿Qué haces, Joce? —. Su voz, esa dulce voz que me calmo en mis peores momentos.
—Mercedes —pronuncie al borde de la emoción.
Tenerla cerca siempre me tranquiliza.
Mercedes es mi amiga, la única y verdadera amiga que tengo aquí en Francia. Ella me ayudó cuando llegue; sola y desorientada. Me ofreció su mano y desde entonces no se ha separado de mí. Es como mi tía.
Ella tiene treinta y seis años y también es de otro país. Esa cuestión la impulso a apoyarme cuando me conoció. Ambas radicamos aquí y llegamos solas. Tenemos muchas cosas en común aunque no lo parezca.
Es una mujer bella de pies a cabeza. Su piel es morena de un color envidiable. Tiene el cabello negro, de un tono intenso y por si eso fuera poco tiene unos rizos de encantó. Sus ojos son del color del grano café cubano. Y tiene una risa escandalosa. La adoro. Adoro a mi cubanita.
—Me pegaste el susto de mi vida, mija.