Yana

EL HOSPITAL

Con una única maleta entre manos, tanto Yana como Ailan estaban listos para emprender viaje hacia Córdoba, en donde conocería la locación en la que se basaría para el escenario de su próxima historia de terror llamada, La familia Masaru, el hospital psiquiátrico abandonado "Santa María de Punilla". 

Un viaje de seis horas los separaba de la provincia contigua y una vez que arribaron a la residencia en la que se hospedarían temporalmente, acomodaron sus pertenencias para seguidamente emprender viaje hacia la locación. 

—La señora Cristinziani va a estar esperándonos en el lugar y nos enseñará cada rincón del hospital. Nuestra visita parecía realmente emocionarle, porque, ¿adivina qué? 

Yana desde el asiento del acompañante, giró la mirada hacia Ailan quien se encontraba frente al volante. 

—¿Qué? — interrogó acompañado de una sonrisa al ver la emoción de su hermano. 

—Su hija es fanática tuya, por lo que esperaba que pudiera conocerte. 

—Adivino, le dijiste que estaría encantada de conocerla— respondió con cierta diversión. 

—Claramente, porque si hay algo que te encanta hacer es conocer a tus fanáticos. 

Yana volvió la mirada hacia la carretera. 

—Siempre odié esa palabra— se quejó acompañado de un suspiro. 

—¿La palabra fanáticos? — interroga Ailan sin quitar la mirada de la carretera. 

—Me hace sentir distante de ellos, admiro tu trabajo, me emociona verte y pedirte un autógrafo, pero eso es todo— cita las últimas palabras que solía escuchar. 

—Es básicamente el significado de fanatismo. 

—Y es por eso que odio la palabra, es tan frívola. 

—No es como que puedas mantener una interacción constante con todo ellos, al menos no fuera de las redes, sería un completo desastre. 

—Ya lo sé, solo que siento que los limita y me limita. 

—Que es otra cosa que odias— completa Ailan. 

—Exactamente, pero tampoco sé qué puedo hacer para que sea diferente sin que se desate un completo descontrol. 

Yana lleva la mirada hacia la ventanilla del acompañante. 

—Me olvidé de comentártelo, respecto al hombre del estacionamiento disfrazado de Tokki. 

Yana regresa la mirada hacia Ailan con atención. 

—Descubrieron que solo era un fanático, el guardia de seguridad lo vio por las grabaciones y dijo que fue realmente escalofriante. Se quedó mirando las cámaras como en la escena— Ailan sacudió su cuerpo ligeramente— No sabía que podían llegar a ser un poco extremistas. 

—¿Un poco?, si no hubiera aparecido Frago, no estaríamos en Córdoba en estos momentos— y regresa la mirada hacia la ventanilla mientras los espléndidos paisajes acompañaban su vista. 

Después de un relajante y breve viaje, habían llegado al tan ansiado lugar. El viejo y abandonado Hospital Psiquiátrico Santa María de Punilla, el cual se encontraba colgado de las sierras, alejados de los centros urbanos y aislado tanto de los mismos residentes como para el resto del mundo. 

Mientras que Ailan observaba el lugar con cierto temor, por su parte, Yana lo observaba maravillada. 

—No me sorprende que haya actividad inusual en un lugar así— comenta Ailan y lleva la mirada hacia Yana—Y como era de esperarse, a vos te atrapó al instante. 

Ailan niega con la cabeza y va en búsqueda de la señora Cristinziani. 

Yana observa detenidamente el exterior del lugar que vociferaba, que era el sitio indicado para usarlo como locación en su próximo escrito y podía imaginarse un proyecto audiovisual filmado en él. 

—¡Yana! — llama Ailan desde la distancia. 

Yana lleva la mirada hacia Ailan quien se encontraba en la entrada del lugar junto a una mujer de mediana edad y antes de caminar hacia ellos, le da un último vistazo al exterior del sitio. 

—Ella es la señora Luiza Cristinziani, quien va a encargarse de mostrarnos el lugar— comentó Ailan. 

Yana se acerca hacia la señora Cristinziani para seguidamente saludar a la mujer con un beso en la mejilla. 

—Un gusto conocerla, señora Cristinziani. ¿Está bien si la llamo Luiza?, no soy una aficionada de las formalidades. 

La señora sonrió en respuesta. 

—¿Quién de nuestra gente lo es? — responde con amabilidad. 

—Aunque a veces podemos ser extremadamente informales y entramos en confianza en cuestión de segundos— suma Yana con cierta diversión. 

—Es parte de nuestro encanto también— responde Luiza acompañada de una amplia sonrisa. 

Yana, a quien si algo no le fallaba era su intuición hacia las personas, pudo sentir en cuanto se encontró con la señora Luiza, que podría ser un gran aporte para su escrito. 

—Por cierto, es un honor tenerla en nuestra amada Córdoba. 

Yana sonrió en respuesta. 

—El honor es mío, tenía tantas ganas de venir de visita y ahora que estamos entre las sierras y el hermoso paisaje que rodea el hospital, siento que la inspiración permanecerá durante toda nuestra estadía. 

—Es agradable oírlo y si le parece bien, podemos comenzar con el recorrido. 

Yana asintió y con un cuaderno acompañado de una birome, se adentraron en el interior del lugar y un escalofrío no tardó en acechar el cuerpo de Ailan. 

—¿Por qué no escribiste libros infantiles con unicornios, arcoíris y todo eso? — se queja mientras observa el lugar con una mirada de espanto. 

La primera habitación a la que ingresaron fue al recibidor que se encontraba unido a la siguiente habitación, la sala de espera y la recepción. Al igual que en su exterior, el lugar contaba con una arquitectura colonial que incluso el inevitable paso del tiempo no pudo borrar. 

—Los reportes de las personas que vinieron de visita al hospital son similares entre ellos, aullidos desgarradores, llantos, voces de súplica, pasos tanto de alguien que camina como rápidas pisadas como si estuvieran corriendo y la más común, son las luces que titilan y se apagan temporalmente. Como bien sabrán, el lugar no cuenta con electricidad desde hace años, sin embargo, hay personas que se atrevieron a desmentirlo. 




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