Yana

PERDIDOS

Continúa su camino luego de revisar cada habitación del tercer piso, mientras que las luces titilantes, los sonidos y los escalofriantes susurros acompañan su recorrido.

Unas anchas escaleras la llevan hacia el siguiente y último piso, el piso cuatro, y esta vez comienza a observar el lugar con más detalle, desde el cielorraso hasta cada rincón del mismo, en la búsqueda a la respuesta que se estaba formulando a sí misma.

—¡Ailan!—llama una vez más, pero esta vez su tonalidad había cambiado.

Sin embargo, suelta un suspiro molesto al recordar que solo se encontraba en uno de los quince pabellones con el que el hospital contaba, aunque antes de viajar a Córdoba, había leído que solo dos de los pabellones se encontraban abandonados mientras que uno se había incendiado. Los pabellones restantes continuaban siendo utilizados con normalidad, tal como lo había relatado Luiza.

Rápidamente, se dirige hacia el pabellón siguiente, el pabellón que se había incendiado de manera misteriosa en el pasado y con gran cuidado avanzó a través de él, aunque no había mucho que podía inspeccionar, los escombros dificultaban sus pasos, pero no iba a detenerse, no hasta hallar la respuesta a lo que estaba ocurriendo.

Al pasar a través de los escombros, había llegado hacia el segundo pabellón abandonado o el pabellón de los perdidos, como los locales solían llamarle, debido a solo los pacientes que esperan por su muerte, eran puestos en este pabellón, la esperanza solo era para unos pocos, por lo que solía ser el pabellón que más pacientes albergaba. Sabía que los testimonios hablaban mayoritariamente del segundo pabellón abandonado, era en este lugar donde las personas habían dicho experimentar sentimientos angustiantes, al punto de sentirse parte del mismo, inclusive, los testimonios narraban que, en cierto punto, llegaron a experimentar un fuerte dolor de cabeza, haciendo alusión a cuando los pacientes fueron sometidos a experimentos tales como la lobotomía.

Con pasos ralentizados avanzó a través del pabellón mientras la envolvía una angustiante sensación. De pronto, las luces titilantes se habían detenido, las voces fueron silenciadas y los sonidos se desvanecieron, un intenso silencio envolvió a Yana en cuanto sus pisadas se conectaron con el segundo pabellón.

A medida que avanzaba, los escalofríos se intensificaron y el aire parecía cargado de una energía pesada. La oscuridad y el silencio solo se veían interrumpidos por el eco de sus propios pasos. La sensación de estar siendo observada crecía en su interior, pero se obligó a mantener la compostura y seguir adelante.

Las habitaciones a su alrededor estaban en ruinas, con muebles destrozados y paredes descascaradas. El tiempo había dejado su marca en aquel lugar, recordándole que había sido testigo de tiempos mejores. Aunque el pabellón estaba en desuso, aún se podían percibir las sombras de antiguos pacientes que alguna vez habitaron esas salas, dejando su dolor y sufrimiento impregnados en las paredes.

Mientras Yana avanzaba por el oscuro pasillo del pabellón de los perdidos, comenzó a escuchar susurros y gemidos provenientes de las habitaciones a su alrededor. Un escalofrío recorrió su espalda cuando notó las siluetas borrosas de figuras humanas moviéndose en la penumbra.

Los antiguos pacientes, atrapados en ese lugar de desesperanza, parecían haber cobrado vida una vez más. Sus rostros pálidos y demacrados reflejaban el sufrimiento que habían experimentado en vida. Algunos arrastraban los pies, arrastrándose por el suelo con movimientos torpes y entrecortados. Otros balbuceaban palabras incoherentes y extendían sus manos hacia Yana en un gesto de súplica.

A medida que avanzaba, las figuras parecían multiplicarse, rodeándola por todos lados. Sentía su mirada penetrante y susurros que resonaban en sus oídos. El aire estaba cargado de una energía pesada y opresiva, como si estuviera siendo arrastrada hacia la oscuridad junto con ellos.

A pesar del miedo y la angustia que sentía incluso con sus manos temblorosas, Yana resistió la tentación de huir. Mantuvo la compostura y continuó caminando, tratando de ignorar las miradas acusadoras y los lamentos que la rodeaban.

En un intento desesperado por alejarse de aquellos pacientes angustiados, Yana aceleró el paso, esquivando las figuras que se interponían en su camino. Cada paso la acercaba más a una puerta entreabierta al final del lugar.

Con cautela, se acercó a la puerta y la empujó suavemente. Crujió al abrirse, revelando una habitación en completa oscuridad. Una luz tenue y parpadeante provenía de una lámpara vieja colgada del techo. El polvo flotaba en el aire, creando una atmósfera irreal.

En el centro de la habitación había una silla de aspecto ominoso, cubierta de manchas rojizas y viejas marcas. Sobre una pequeña mesa, junto a la silla, había una libreta vieja y desgastada. Intrigada, se acercó y abrió la libreta con cuidado.

Las páginas estaban llenas de escritura ilegible y garabatos incomprensibles. Parecían anotaciones de alguien que había perdido la cordura. A medida que pasaba las páginas, los escalofríos se intensificaban, y una sensación de opresión creció en su pecho.

De repente, una ráfaga de viento apagó la luz, sumiendo la habitación en una oscuridad total. El silencio se volvió ensordecedor. Por un instante, sintió que el tiempo se había detenido.

En ese momento, una voz susurrante resonó en su mente, casi inaudible. 

—No debiste haber venido acá. Ahora, te vas a quedar con nosotros para siempre.

Un escalofrío recorrió su espalda, y sintió cómo su cuerpo se paralizaba por el miedo.

Yana luchó contra la parálisis y trató de mantener la calma. Sabía que debía actuar rápidamente si quería salir de esa habitación. Con las manos temblorosas, buscó en sus bolsillos y tomó su celular. Encendió la linterna y la luz tenue iluminó la habitación, revelando las paredes descascaradas y el mobiliario deteriorado.




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