El corazón de Yana late con fuerza, resonando en sus oídos como un tambor. La figura oscura, apenas visible entre las sombras, parece estar observándola sin moverse, como si estuviera esperando algo. Yana siente un sudor frío recorrerle la espalda, su respiración se vuelve superficial, casi contenida. El silencio es tan denso que cada pequeño sonido, el crujido de las hojas bajo sus pies, el murmullo lejano del viento, se amplifica hasta volverse ensordecedor.
La mano que había sentido sobre su hombro ahora cuelga inmóvil al costado de la figura, pero Yana no puede apartar la vista de ella, temiendo que vuelva a acercarse. Un paso más hacia atrás, y el suelo se vuelve traicionero bajo sus pies. Siente cómo la tierra cede, una raíz sobresale, y apenas logra mantener el equilibrio.
La figura sigue sin moverse, pero Yana sabe que no puede quedarse allí. Su mente está en un torbellino, intentando procesar lo imposible. ¿Quién es esta figura? ¿Cómo llegó allí, en medio de la reserva, en la profundidad de la noche? Y lo más aterrador, ¿por qué la tocó sin decir una palabra?
Finalmente, Yana reúne el valor suficiente para hablar, su voz temblorosa: "¿Quién sos?"
Pero la figura no responde. En su lugar, da un paso hacia adelante, rompiendo el frágil equilibrio de calma que Yana intentaba mantener. En ese instante, el miedo se convierte en pánico. La adrenalina corre por sus venas, y sin pensarlo dos veces, gira sobre sus talones y corre, internándose más profundamente en la oscuridad del bosque, donde los árboles la envuelven en un abrazo de sombras.
Pero mientras corre, el susurro regresa, esta vez no en sus oídos, sino en su mente: "Yana..." La voz suena familiar, casi como si proviniera de sus propios pensamientos, pero distorsionada, alterada. Yana no se atreve a mirar atrás, sabiendo que la figura podría estar siguiéndola, pero el nombre sigue resonando, cada vez más insistente, más penetrante, como si estuviera siendo pronunciado desde todos los rincones del bosque.
Yana corre a través del bosque, sus pasos torpes y desesperados. Las ramas la arañan, el suelo irregular la hace tropezar, pero no se detiene. El susurro de su nombre sigue resonando en su mente, un eco persistente que parece crecer en intensidad con cada paso que da.
De repente, el susurro cesa, dejando un silencio aún más aterrador. Yana se detiene, jadeante, y gira la cabeza en todas direcciones, intentando orientarse. El bosque, antes tan familiar, ahora se siente como un laberinto de sombras y miedos. Los árboles se alzan como gigantes amenazantes, sus troncos torcidos parecen inclinarse hacia ella, susurrando palabras ininteligibles.
En medio de la oscuridad, Yana distingue algo que la hace congelarse: la figura que había dejado atrás, ahora está nuevamente delante de ella, como si la hubiera estado esperando. La silueta oscura se destaca contra la penumbra, su forma indefinida parece desvanecerse en las sombras que la rodean. Esta vez, la figura no se queda inmóvil. Da un paso hacia adelante, y luego otro, lentamente, con una deliberación que hace que el terror en el corazón de Yana se intensifique.
Sin saber qué más hacer, Yana da un paso hacia atrás, pero su pie tropieza con una raíz expuesta y cae de espaldas al suelo. El impacto le arranca un grito ahogado, y el dolor se irradia por su cuerpo. La figura se detiene, observándola desde las sombras con su presencia aplastante.
Yana lucha por ponerse de pie, pero el miedo ha paralizado sus músculos. Se queda allí, en el suelo húmedo, sintiendo cómo la humedad se filtra a través de su ropa, pero lo único que ocupa su mente es la figura que la mira, su presencia inexplicable, aterradora.
La figura frente a Yana comienza a cambiar. Lo que antes era una silueta oscura e indefinida empieza a tomar forma en la penumbra. A medida que la figura se acerca, Yana distingue algo que la deja perpleja y aterrada: unas largas orejas de conejo se perfilan en medio de la oscuridad.
Las orejas se alzan sobre la cabeza de la figura, moviéndose ligeramente con el viento, y añadiendo una grotesca distorsión a su apariencia. La mezcla entre lo humano y lo animal es profundamente perturbadora, como una pesadilla salida de lo más profundo de la mente de Yana.
El terror en el rostro de Yana es palpable mientras un grito desgarrador escapa de sus labios. La figura con orejas de conejo se alza ante ella, y el impulso de sobrevivir se apodera de su cuerpo. Sin pensarlo dos veces, Yana gira sobre sus talones y corre con la respiración agitada y sus pasos torpes mientras el bosque se cierra a su alrededor.
El sonido de las hojas crujientes y las ramas quebrándose bajo sus pies es ensordecedor en el silencio de la noche. El corazón le late desbocado, y cada sombra que se mueve a su alrededor parece cobrar vida, persiguiéndola, acechándola.
No sabe cuánto tiempo corre, pero la adrenalina la mantiene en movimiento, cegada por el miedo. Los árboles pasan como un borrón, y su mente apenas puede procesar lo que está sucediendo, enfocada únicamente en escapar.
De repente, en medio de su carrera frenética, choca de frente con algo sólido. El impacto la hace tambalearse hacia atrás, y un nuevo grito se escapa de sus labios, desgarrador y lleno de desesperación. Yana cae al suelo, sus manos y rodillas golpean la tierra húmeda.
Parpadea, intentando enfocar su vista mientras el pánico la consume. Ante ella, una figura se yergue, la respiración pesada y jadeante. En la penumbra, Yana apenas puede distinguir quién es, pero la silueta parece humana. El rostro de la persona está parcialmente iluminado por la luz de la luna que se filtra entre las ramas.
Sin embargo, antes de que pueda decir algo, la figura frente a ella la agarra de los brazos, sujetándola con fuerza. La respiración entrecortada de la otra persona resuena en sus oídos, y Yana se queda paralizada, sin saber si luchar o confiar.
Yana se queda paralizada, la respiración entrecortada y el corazón latiendo con fuerza, mientras la figura frente a ella se hace más clara. El rostro que ve es familiar, pero su mente, aún atrapada en el terror, tarda en reconocerlo.