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Hana
No eran sus costillas, ni sus piernas, su rostro se veía bien para mí. ¿Su brazo? Si, su brazo. Casualmente la noche del accidente me encontraba viendo la segunda película de Harry Potter. Solo por si no recuerdan, Harry, el protagonista, se rompe el brazo durante un juego de Quidditch. ¿Familiar?
En las películas, siempre que alguien terminaba en el hospital sus amigos y familiares le llevaban dulces y flores, pero no sabía que llevarle a Jimin. Así que, por la mañana me vi en la tarea de buscar flores para él. Eran amarillas, tristes y para nada costosas.
— ¿Cómo es que sigues sonriendo con un brazo roto? – Namjoon, Hoseok y Yoongi también estaban allí como los buenos amigos que se suponía que eran. Los ojos de Jimin y los míos estaban conectados en una tierna mirada.
Estaba hasta el fondo de la habitación. El resto estaban alrededor de él, me había recostado al marco de la ventana que nos dejaba ver la vía principal en donde estaba ubicado el hospital.
— Estoy bien – sonrió este. El pelinegro llevaba ropas blancas parecidas a pijamas y su brazo derecho estaba reposando sobre una almohada que tenía en su regazo. En unos días le pondrían el yeso, en lo que su brazo se deshinchaba. – enserio – volvió a sonreír. Se veía fuera de sí.
— ¿Recuerdas algo? Aun no puedo creer que te hayan atropellado a pocos metros de tu casa. – una Young seria se hizo presente en la conversación.
— La verdad – pensó por unos segundos hasta que lentamente empezó a negar. – solo unas luces en mi rostro y un fuerte dolor en el brazo derecho – explicó.
— Es hora – una voz femenina se escuchó en la habitación. Una mujer alta, delgada y muy elegante había entrado a esta. A juzgar por cómo estaba vestida, y miraba al pelinegro tal vez sería un familiar. – Jimin debe reposar un poco. – esta sonaba amable. Los chicos se quejaron al unísono y empezaron a despedirse para por fin salir del lugar. Este se veía muy feliz por nuestra visita.
— Nos veremos pronto amigo – habló por última vez Namjoon con una sonrisa muy triste. Todos empezamos a salir. Era hora de ir a casa.
Jimin se quedó con la mujer adentro.
— ¿Hana? – me di media vuelta. Esta sonrió mientras que me pedía que me acercara con un movimiento de manos. – Jimin me pidió que vinieras un segundo.
Entré nuevamente a la pequeña sala color azul cielo. Jimin se estaba acomodando para quedar completamente sentado sobre la cama. La mujer salió a penas que este le agradeció por traerme de vuelta, sin antes recordarnos que solo teníamos cinco minutos antes que las enfermeras me pidieran que me fuera de mala gana.
— Esta no era la clase de llamada que tenía en mente – ambos sonreímos. – con un “¿cómo estás?” creo que era suficiente ¿no? Lo siento por asustarte. – me reí a su último comentario.
— En ese caso, si vamos a comenzar a disculparnos, yo lo siento por traerte flores tan feas – dije mirando las esqueléticas matas que había conseguido en el supermercado. – no era eso lo que tenía en mente. – ahora era él, el que sonreía.
— Las flores están bien – dijo dándoles una mirada de aprobación. – si vienen de ti, son perfectas. – no podía dejar de mirar su brazo hinchado por el golpe. Sus manos están un poco amoratadas, apenas un día las había tenido atadas a las mías. – estoy bien – dijo viendo mi rostro de pocos amigos.
— Son amarillas – chillé, este rió y miro sus manos. – las flores – aclaré – el amarillo es el equivalente al azul para mí. ¿Quién regala flores amarillas? No vas a morir.
— Te he dicho que están perfectas – dijo el pelinegro en su característico tono de voz. – el amarillo me causa felicidad, es brillante y agradable. Como tú.
— También puede ser tóxico – agregué. – los carteles de residuos tóxicos, las cintas que usan para aislar las escenas del crimen o cuando alguien muere.
— Es otro tono de amarillo, no vale – se quejó como si tuviera cinco años. Adorable. Su mano libre tomó una de las mías con amabilidad. – no te preocupes por eso. – gracias por venir.
— Vendré cuantas veces quieras – miré a mi alrededor. Se veía como un lugar bastante calmado. – tal vez – me volteé un poco para ver el sillón que estaba a mis espaldas. – podría estudiar aquí.
— Yo estaré bastante complacido de tenerte aquí. – por alguna extraña razón él siempre me hacía sonrojar con sus sutiles, pero directos comentarios. – Tus amigos esperan por ti. Ve con ellos.
— ¿Me estás echando? – si era así, cuanta diplomacia. Reí al ver su rostro de nerviosismo.
— Solo no quiero que te vayas sola.
— Muy considerado de tu parte.