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Maldije. Miré a mi alrededor, no sabía quiénes era la mayoría de estas personas, no sabía sus nombres ni mucho menos reconocía sus rostros. Jimin tomó mi mano y me guio por medio de la muchedumbre. Sonreí mientras que caminaba y de vez en cuando saludaba a uno que otro para que todo se viera natural. Mi idea de cita romántica obviamente no era la misma que la de Jimin.
El pelinegro anduvo raro durante toda la semana, se la pasó dándome pequeños regalos como golosinas en los cambios de horas de clase a clase, se portó muy tierno solo él y yo juntos hablando estupideces, sentados en el césped del parque y comiendo helado al salir de clases. Pensé que ese era mi “regalo” ya que le dije que no quería nada en especial, pero el insistió. Nunca esperé que me armara una fiesta como las que hacía cuando sus padres se iban de fin de semana y lo dejaban solo.
No crean que soy mal agradecida, adoro que él piense en mí y se tome el tiempo de hacerme una fiesta increíble, pero la verdad era que yo no era el alma de las fiestas, no asistía a esta por la misma razón, me daban ansiedad y me sentía nerviosa ya que simplemente no sabía como comenzar una conversación con alguien, prefería quedarme en casa y ver una película o una serie. Eso era lo que yo hallaba como diversión. Pero como la vida es una maldita ironía Jimin era todo lo contrario, Jimin amaba estar en los reflectores, ser visto, apreciado, era divertido, guapo, amable y super amigable. Y yo me preguntaba ¿Cuál era mi papel en todo esto?
— ¡Feliz cumpleaños Hana! – gritaban voces dispersas por toda la casa. Trataba de encontrar de donde provenían, pero era imposible. Jimin y yo seguíamos caminando aun de la mano. Supe de inmediato a donde íbamos cuando enmarqué la puerta azul de su habitación. Entramos y Jimin cerró la puerta tras de él.
— ¿Qué opinas? – era un ángel, su enorme sonrisa no me dejó decir lo que realmente sentía. Tome un segundo antes de responder.
— Estoy segura que todos lo pasarán bien – le aseguré. – Gracias por pensar en mí. – corté la distancia entre nosotros. Jimin posicionó sus manos en mis caderas y yo reposé las mías en sus hombros. – Aun cuando te dije que no quería nada, pero está bien. – Esa última oración la dije con un tono aburrido y cansado. Este rió al instante. – Gracias, Jiminie. – Su rostro cambio de humor tan rápido que no pude contener la risa. Era simplemente hilarante.
— Jiminie – repitió cansado. Yo reí. – Está bien, creo que me merezco esa. – aceptó. Lo cierto era que no le quedaba de otra. – Porque tengo aun una última sorpresa para ti. – No lo dejó ni terminar cuando ya había puesto los ojos en blanco. - ¿Qué parte de “no regalos” era tan dificil de comprender para él? – Se que esta la vas a amar.
— A ver… sorpréndeme Park – dije cruzada de brazos. Este sonrió procedió a buscar lo que parecía una caja naranja brillante con un lazo enorme, aun no entendía como era que esto me debía gustar. - ¿okay? – dije tomando la caja, esta no era más grande que una caja de zapatos.
— Lo amaras - dijo con confianza. Primero que nada, tomé asiento en su cama, empecé quitando el lazo tratando de no romper nada ya que era muy hermoso y luego abrí la caja. Probablemente este era el mejor regalo del mundo. No sabía que hacer así que saqué la foto enmarcada de la caja y la admiré de cerca.
— ¡Jimin! – chillé al darme cuenta de cual era. Me levanté realmente emocionada y me lancé a sus brazos sin pre aviso. Este me atrapó como pudo, pero al final ambos terminamos cayendo al suelo, uno sobre el otro. – Este es el mejor regalo del mundo – dije sobre él. este no hizo más que reír hasta que sus pulmones no se lo permitieran más o, mejor dicho, el peso muerto de mi cuerpo sobre sus costillas. - ¡Gracias! – volví a hablar con una sonrisa en el rostro. Era el mejor día de mi vida. – eres el mejor. – musité sobre sus labios. Lo besé. El pelinegro no se contuvo y siguió el beso de inmediato.
La energía, el calor y la emoción del momento nos convirtió en dos personas completamente diferentes, la cercanía de nuestros cuerpos, nuestras manos recorriendo cada parte de nuestro ser. Quería besarlo, quería estar con él, quería que se diera cuenta que podía recorrer todo mi cuerpo sin que yo lo detuviera. Sentí como Jimin trataba de re incorporarse, me levanté para que este pudiera acomodarse. El pelinegro se sentó recostado sobre la pared que estaba allí. Yo sentada sobre sus muslos y este me hacía cosquillas cada vez que sus dedos rozaban mis piernas. Era como electricidad que corría por todo mi cuerpo. Era como si estuviera en un trance, uno que se desvaneció al instante de escuchar la algarabía y la música proveniente del piso de abajo.
— Hana – habló Jimin. El pelinegro se separó un poco y me miró directo a los ojos. Él sabía que, si esto llegaba más lejos, en ese momento, probablemente me sentiría muy mal al siguiente día. – Amor… - habló con suavidad. – recuerda que hay un niño en la habitación. – me separé de inmediato y lo miré sin entender de que rayos hablaba.