Me dejo caer sobre mi sillón nuevo y observo mi alrededor. ¡Al fin terminé de mudarme! Me llevó días trasladar todo y redecorar, pero al fin estoy aquí. En el octavo piso de uno de los edificios más importantes de la ciudad.
Mi nueva vida empieza ahora.
Todavía puedo escuchar a mamá decir: "Tu nueva vida comenzará cuando te cases y tengas hijos... Cuando formes un hogar".
Te tengo noticias mamá. Me gradué con honores, soy una importante ingeniera informática, estudiaré una maestría en el extranjero el próximo año. Y tengo este lujoso departamento que, yo misma pagué, en una de las zonas céntricas de la ciudad.
No se puede tener todo en la vida. ¡No seas tan ambiciosa!
Por años nadie entendió mi vida. Todos critican el hecho de que no tengo un esposo a mis veinticuatro años, y de que fui muy lenta para tener novio en la adolescencia, porque según ellos, el tren me dejará.
¡Demonios! Puedo comprar otro boleto y subir luego. No hay prisa.
¿Necesité un hombre para tener todo esto? Já, por supuesto que no.
Y no me malentiendan, no detesto a los hombres ni creo que son una enfermedad incurable. Es solo que, jamás he sido buena con las relaciones de pareja. Y he de admitir que, le tengo un profundo pavor a los compromisos.
Si puedo contarles un secreto, les diré que, en el fondo me hace mucha ilusión encontrar al amor de mi vida y ser felices para siempre. Pero, a veces dudo del para siempre, siendo sincera, creo más en Santa Claus, aunque nunca me haya traído a Wade Poezyn empacado para navidad. Cualquiera se equivoca.
Pero, jamás tuve un buen ejemplo respecto al amor. ¿Qué puedo decirles? Papá jamás dejaba a mamá ser independiente, no la dejó trabajar ni buscar su propio éxito, la encerró, y ella no hizo nada contra eso. Siguiendo la ridícula ideología del "tren". Se casaron demasiado jóvenes, veintidós y veintiún años. Con el tiempo hubo peleas, celos y él se volvió tan controlador y posesivo que llegó a usar violencia física. Sin contar con la psicológica que ya ejercía sobre nosotros.
Yo jamás caeré en eso. Primero muerta.
Soy exitosa... No necesito más.
El timbre suena y me levanto de mala gana a abrir. Este era mi momento a solas con mi nuevo bebé.
Es mi mamá.
—¿Qué haces en esas fachas? —pregunta escudriñando mi vestimenta.
Observo mi pijama, una camiseta de tirantes y un short sencillo. Voy descalza, no me gusta usar nada en los pies.
—Ah, puedes pasar —me hago a un lado para que entre, al nada más hacerlo, estudia todo el lugar con sumo cuidado—, estoy en mi casa, son las ocho y media, y es sábado. ¿Debería usar un vestido de cóctel?
—Exacto, es sábado —usa un tono de obviedad que me pone de nervios—, deberías salir a bailar o con tus amigas. Tal vez conoces a alguien, y si no, al menos te diviertes un rato.
—No me libraré de ti nunca ¿verdad? —mascullo molesta.
—O puedes llamar a Lucian —continúa, ignorándome. Me tenso ante la mención de ese nombre.
—¡Mamá supera a Lucian! Él tiene novia.
Tres palabras: Acabo.de.mentir.
Lucian no tiene novia hace muchísimo tiempo, de hecho no recuerdo ni siquiera la última vez que tuvo. Pero eso, mamá no debe saberlo.
—Ya te he dicho que las novias no son para siempre —me recuerda con simpleza, como si lo que acabara de decir fuese cualquier cosa.
¿Lo ven? ¡Ni siquiera ella lo cree! Es lógico, ¿quién cree en el para siempre en estos días?
«Tú», me recrimina una vocecita en mi mente. Rápidamente la mando a callar, no sin antes corregirla. Yo no creo en el para siempre. Yo quiero creer en el para siempre.
Pero, no puedo.
Regresando a mi mamá. ¡Rayos! No le enseñas a tu hija algo en lo que no crees... Debí saber que no era de fiar, debí saberlo desde que me engañó diciendo que me veía adorable con el peinado ridículo que me hacía de niña.
¿Cómo tener fe en la humanidad si no puedes confiar en tu propia madre? Y luego por qué estoy soltera.