Yo decido cuándo.

2. Entre las vías del tren.

Tecleo con vehemencia, mis ojos van de la pantalla de mi portátil, a los papeles que tengo en mi escritorio con agilidad. Ya casi tengo listo el reporte que debo entregar hoy. Mi concentración se encuentra cien por ciento en mi trabajo. El incidente con Lucian, aunque es un tema que me inquieta, está puesto de lado. El trabajo siempre es primero.

 

Cuando por fin acabo, leo y releo un par de veces, con el fin de que los errores sean mínimos, casi inexistentes. Soy una persona demasiado perfeccionista, y eso a la larga es un defecto. Pero, en mi empleo es una virtud.

 

Está todo listo, ya puedo presentarlo. El problema es que mis pensamientos ya no están ocupados, y mi discusión de esta mañana con Lucian se repite cual escena de película en mi cabeza. 

 

Masajeo el puente de mi nariz con estrés. ¿Cómo pude armar semejante lío? Él solo bromeaba.

 

Maldición, ¿es que acaso no puedo ver que no todos los hombres son iguales? ¡Tonta!

 

Tocan la puerta de mi oficina un par de veces. Conozco a la persona que toca de esa manera.

 

—Pasa —digo mientras reviso un par de proyectos en el ordenador. Lucian apenas y asoma la cabeza.

 

—¿No interrumpo?

 

—No.

 

Lo cortante de mi respuesta parece hacer efecto en él, porque retrocede. Sin embargo, se arma de valor y entra. Debí esperarlo, Lucian proyecta confianza y valentía. Es un hombre que toma riesgos, por eso le va muy bien.

 

—Lorena, quería disculparme por lo de antes.

 

—Ni siquiera me hiciste nada en realidad. La que debería disculparse soy yo... pero no lo haré.

 

Sonríe de lado y exhala.

 

—Tú y tu orgullo. Gracias a Dios que me gusta el combo completo.

 

—Gracias a Dios que no me importa lo que te guste. —le sonrío con sarcasmo.

 

Se sienta del otro lado de mi escritorio.

 

—Lo lamento, yo conozco tu historial familiar, te conozco prácticamente desde que me acuerdo. Yo mejor que nadie debí saber que decir algo como eso, removería viejos recuerdos.

 

Mis ojos están clavados a la pantalla de mi portátil. Sólo asiento mientras habla.

 

—Ya.

 

Coloca sus manos sobre las mías. Haciendo que pare de teclear. Me obligo a verlo para fulminarlo con la mirada, sin embargo mi expresión me delata, aquel es un tiempo de mi vida que deseo olvidar.

 

—¿Estamos bien? —pregunta con suavidad.

 

—Siempre estamos bien —me rindo—, es imposible estar mal si tú estás cerca.

 

Sonríe y se pone en pie.

 

—Vamos, caminemos un rato.

 

Extiende su mano frente a mí, pero no la tomo.

 

—Lucian, se supone que estoy trabajando.

 

—¿El proyecto para dentro de un mes? —inquiere con aire juguetón. Me sonrojo un poco y aparto la mirada.

 

—Vamos obsesiva —suelta una pequeña y sincera carcajada—, lo que necesitas con urgencia, ya está cubierto. Además, soy tu jefe, debes hacer lo que te diga.

 

Me guiña un ojo.

 

—No eres mi jefe, eres el hijo de mi jefe —cito sus palabras—, y no debo verte como tal, ¿recuerdas?

 

—Solo vamos —susurra. Su mano sigue ahí, esperando el calor de la mía. Me levanto y la tomo.

 

Lo sigo hasta la terraza del edificio de la empresa. Necesitaba aire fresco, sentir el viento contra mi cara. Estar aquí me relaja.

 

—¿Siempre vienes por aquí? —pregunto acercándome a él. Está con los brazos cruzados sobre el muro de concreto que cerca el perímetro, observando la hermosa vista panorámica de la ciudad—, es hermoso —suspiro cuando yo también soy consciente de ella.

 

—Lo es ¿verdad? —sonríe y cierra los ojos—, vengo aquí cada vez que necesito pensar o simplemente alejarme de todo el ajetreo de la empresa.

 

—¿Es como tu lugar secreto?




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