Estaba iniciando en el segundo año de la universidad. Y todo iba como debía, había tenido altibajos, pero nada que no pudiera solucionar, así que si todo seguía así, en menos de cuatro años tendría mi título. Era todo lo que necesitaba, un paso cada vez, hasta llegar a mi meta.
Andrea y yo caminábamos por el pasillo con mucha prisa, pues llegábamos tarde para la primera clase. Todo había sido su culpa, me había obligado a detenerme en la cafetería para comprar un jugo de naranja, pues no podía iniciar el día sin él.
—Me encontré con Lucian ayer —comentó mientras caminábamos cada vez más rápido—. Me preguntó qué tal estabas, dice que tiene mucho tiempo sin verte.
Era normal. Él y yo estábamos en la misma universidad, pero en carreras diferentes, y a excepción de las veces que coincidíamos en los pasillos, no teníamos mucho contacto. El primer año se sentía extraño, pues había estado en el mismo salón con él, desde el primer nivel de preescolar, y era raro no verlo casi ocho horas seguidas. Pero, luego me fui acostumbrando, e incluso me pareció que era mucho mejor, así, cuando nos encontrábamos en alguna parte, teníamos muchas cosas de que hablar.
—Sí, hace mucho que no hablo con él, puede que no me esté perdiendo de nada —dije casi sin aliento, cuando llegamos al salón, justo a tiempo—. ¿Estaba con Gina? Con ella tampoco hemos hablado.
Gina, era una amiga de Lucian, siempre estaban juntos, eran, según creía yo, mejores amigos. Nos caía realmente bien, era divertida, y algo cruel con Lucian a veces, y su sarcasmo me impresionaba.
Entramos al salón, y un minuto después el profesor lo hizo. Tomamos nuestros asientos, y nos preparamos, sin embargo, él se quedó revisando algunos papeles en su escritorio, normalmente siempre hacía eso, y la clase iniciaba quince minutos después, sin embargo debías estar puntual, si no, no te dejaba entrar.
—Sí, ella me contó que tendrán problemas con uno de los catedráticos porque resultó ser insufrible, y les está haciendo la vida de cuadritos. Tendrán que esforzarse mucho para pasar en este semestre esa clase.
Pensé en Lucian estresado, y casi me eché a reír. Él era la persona más relajada que yo conocía, e igualmente obtenía buenos resultados.
—Ojalá todo les salga bien. —me limité a decir.
Y entonces, las clases pasaron.
A la salida, nos íbamos a detener para tomar algo en la cafetería de la universidad. Y entonces lo vimos.
Con su cabello castaño, más largo en la parte superior, y un poco más corto a los lados. Su sonrisa casi perfecta, sus ojos castaños, su piel que podría ser la envidia de cualquiera. Y esa presencia tan suya, que te hacía querer voltear para verlo pasar, y que indudablemente te haría mantener la vista fija en él.
Así era Santiago.
Desde nuestra mesa, lo observábamos con sigilo. Yo, principalmente. A Andrea no se le daba nada bien disimular, en cambio yo era toda una experta en eso. Después de todo me la había pasado toda la vida disimulando cuando me atraía alguien.
Supongo que no hace falta decir que nos gustaba a ambas. Y como las niñas tontas de dieciocho años que éramos, hablábamos algunas veces de él. Quizás él ni nos notase. Nosotras éramos de segundo, pero él era de tercero. Y, por alguna razón, se sentía como si él fuese mayor, inalcanzable.
Mientras estábamos en la mesa, Andrea era quien lo tenía de frente, yo en cambio le daba la espalda. Era mejor así, me sentía cómoda, segura.
—Está viendo hacia acá —casi chilló Andrea. Le pedí que se callara. Y, mientras tomaba otro bocado de mi sándwich, Lucian y Gina, con algunos otros chicos de su grupo, aparecieron.
Ambos le dijeron algo a los chicos que los acompañaban, y luego se acercaron a sentarse con nosotros.
—¿Podemos? —preguntó Gina, halando una silla. Cuando asentimos, se sentó, agitando su brillante cabello rizado. Lucian también se sentó. No sin antes, darnos un beso en la mejilla a Andrea y a mí, era una costumbre muy suya de saludar, y al principio la detestaba, aunque jamás me expliqué por qué.
—Tiempo sin verte —dijo él—. ¿Qué ha sido de tu vida?
—Lo dices como si tuvieses años lejos, solo han sido un par de semanas, creo que no hay mucho que contar.
En ese momento, Andrea golpeó mi brazo con insistencia.
—Lorena, Lorena, Lorena, ya se va.