No lo recuerdo bien, pero quizás lo primero que haya emitido mi boca haya sido un: «¡¿Qué?!». Porque aceptémoslo, una cosa así es muy difícil de creer. A estas alturas de mi vida, aún no puedo creer que algo así me haya pasado. Me sentía tan afortunada. Y a la vez tan confundida, ¿por qué yo? Había tantas otras chicas por ahí, chicas sin cargas pesadas sobre sus hombros, sin problemas familiares. Sin tristezas acumuladas o rencores guardados. Chicas que estaban dispuestas a entregarse por completo. Pero él se fijó en mí. Quizás esa fue otra de las cosas que jugó en contra tiempo después. Pero no me adelantaré a los hechos.
Sería mucho mejor que me hubiese odiado, que pensara que era la chica rara de segundo que sentía algo por él. Porque juro que hubiese creído ciegamente en eso. Pero no, él estaba ahí, diciendo que yo le gustaba.
—¿Puedo sentarme? —preguntó con naturalidad, luego de soltar aquella confesión.
—Claro —dijo Andrea. Y empezó a levantar sus cosas—. Sería mejor que los dejara solos.
Recuerdo que por mi cabeza pasaron muchas ideas. Pero la que más me preocupó fue que Andy estuviera molesta. No me hubiese gustado que se enojara por algo así, pues era una de las personas con las que mejor me sentía. Y un chico no valía perder a una amiga. Jamás habíamos discutido qué pasaría si Santiago, o cualquier otro chico que nos gustara a ambas se interesaba por alguna. Porque en realidad, cuando nos gustaba la misma persona era porque de verdad era muy guapo, casi inalcanzable.
—Andy... —empecé. Y entonces ella me sonrió, una sonrisa totalmente verdadera. Por lo que solté el aire, aliviada.
—Te veo luego Lory —antes de irse me guiñó un ojo.
—No es necesario que te vayas, de verdad —se apresuró a decir él—. No es mi intención importunar.
—Descuida —dijo relajada—. Necesitarás tiempo a solas con ella ¿no?
—¿No te molesta? —preguntó Santiago, una vez más.
—En lo absoluto —y entonces se fue. Solo quedábamos él y yo.
No daré muchos detalles de ese día. Creo que a estas alturas sobran. Pero diré que reí como nunca lo había hecho en mi vida, me sentía muy cómoda con él. Hablamos como si nos conociéramos de toda la vida. Antes pensaba que era un chico que jamás se iba a fijar en mí, porque tenía un círculo social más abierto, y porque parecía sentirse tan cómodo en su piel, que contrastaría conmigo, que apenas y aceptaba no tener tantas curvas como deseaba. O que mi cabello no era como me gustaría que fuese. Sin embargo, en ese momento, sentados uno junto al otro, empezando a conocernos, y hablando con la naturalidad que lo estábamos haciendo, supe que tendríamos algo especial.
No era lo que yo había imaginado, no era tan perfecto como lo había proyectado. Pero era perfecto para mí en ese momento, era sencillo, de sonrisa fácil y capaz de hacerme sentir cómoda estando en el lugar que fuese. No necesitaba más.
A pesar de todo, las cosas no iban bien. Supongo que era lógico no tener paz en mi casa. No cuando mi papá se comportaba cada vez más agresivo con mi mamá, cuando nos controlaba todo, cuando cortaba los cables del teléfono o revisaba los historiales de nuestros ordenadores. Buscando alguna prueba de traición, aunque siempre fuimos inocentes. En ese tiempo, a pesar de que me molestaba muchísimo, me parecía normal que se comportara así con mi mamá, porque de alguna u otra forma imaginaba que eso pasaba entre esposos. Hay que ver lo realmente afectada que estaba por eso. Pero, cuando también empezó a comportarse así conmigo, supe que no estaba bien. Era controlador y posesivo, cada paso que dabas representaba para él una amenaza, y no soportaba sentirse inferior. Es por eso que nos trataba como lo hacía, para que fuésemos nosotras las que estuvieran por los suelos, y no él.
Al crecer Allisson y yo éramos muy diferentes. Mientras yo me rebelé contra él, ella actuó más sumisa. Ahora, en retrospectiva, sé que ella tenía razón con lo que dijo sobre lo que mamá veía en cada una de nosotras. Porque era cierto, yo me volví más fuerte, ella se volvió más sensible. La ironía de la vida es que, ella lo superó, y yo no.
Las primeras semanas de mi amistad con Santiago, no le hablé a nadie en mi casa sobre él. No me parecía necesario, era un amigo y nada más. Además, parecía que toda mi familia estaba en automático; asentían y me contestaban con monosílabos, porque realmente no me estaban escuchando. Pero, cuando un mes después, Santiago me pidió ser su novia, supe que tenía que decir algo. Jamás me ha gustado esconder las cosas.
Mamá estaba sorprendida. Tenía dieciocho años y jamás había tenido novio. A veces me daban ganas de no tener nunca, así, quizás finalmente notaba que la situación con mi papá era incorrecta, tal vez lo relacionaba y creía que no intentaba estar con algún chico porque me daba miedo, porque le había creado un cierto odio a los hombres, a causa de su tóxica relación con mi padre. Sin embargo ella nunca lo hizo, en cambio tuvo el descaro de preguntar alguna vez, si la cuestión era que no me gustaban los chicos, sino las chicas. La rabia que sentí hacia ella ese día, fue infinita.