Ian
Mi reloj marcaba más de las ocho de la noche y Gerardo y yo estábamos dentro de la patrulla haciendo guardia en un barrio muy tranquilo. La radio estaba en silencio desde hace mucho tiempo así que Gerardo y yo estábamos tomando café para no ceder ante el sueño.
Ambos éramos viejos amigos de la secundaria y sabíamos todo el uno del otro. Hacíamos un buen equipo juntos y no era divertido hacer guardia con otro compañero.
–¿Pensaste en lo que te dije? –preguntó él– Mi prima tiene un millón de amigas que puede presentarte. No podrán resistirse cuando sepan que eres policía.
–¿Y después qué? ¿Tener citas? Odio las citas. Jennifer y yo nunca solíamos hacer esa clase de cosas.
–¿Y qué esperabas? La chica ideal no va a caer del cielo, tienes que tener varias citas para decidir con quién tienes química y con quien no.
Era extraño oír hablar a Gerardo así.
–¿Se puede saber por qué estás tan cursi el día de hoy? –me burlé.
–Solo quiero que te esfuerces un poco.
–No tengo ningún problema con estar soltero.
–¿No extrañas que te digan buenos días, que hagan planes contigo, que te pregunten cómo estás? –él me miró de reojo– ¿No extrañas que alguien caliente tu cama?
Bueno allí tenía un buen punto.
–Que yo sepa nadie calienta la tuya –me burlé.
–Yo estoy abierto a conocer chicas, pero tú no.
–Creo que no entiendes el punto. Si me cito con una mujer y me siento frente a ella no sabré qué decir.
–Lo sé, ya pensé en eso.
Lo vi con el ceño fruncido.
–Por eso creo que debería ser una cita doble –agregó.
Cubrí mi cara con mis manos y él se puso a reír.
–¿Qué? No puede ser tan malo –dijo él.
–Como si estar con una chica no fuera lo suficientemente malo.
–Sofía quiere una respuesta hoy.
–Pues dile a tu prima que estoy fuera, hazlo tú solo.
–¡Pues bien!
–¡Bien! –repetí.
–¡Bien! Quiero ver la cara de envidia que pondrás cuando consiga una novia pelirroja.
Me puse a reír por demasiado tiempo y me empezó a doler el estómago.
–¿Una pelirroja? Suerte con eso –me burlé.
Él había deseado tener una novia así desde la secundaria y todavía no lo había logrado. Creí que a sus veinticinco años lo superaría, pero no era el caso.
Una rubia alta y delgada pasó caminando por la acera y captó mi atención porque estaba completamente sola. Todas las casas estaban cerradas y no había nadie más caminando por allí. Ella iba muy tranquila escuchando música con sus auriculares, pero no estaba alerta en absoluto. La seguí con la mirada y desapareció de mi vista al doblar una esquina.
Encendí la patrulla sin hacer ruido y empecé a conducir mientras oía a Gerardo insistir con lo mismo.
–Ya cállate, ya me tienes harto –dije mientras trataba de localizar a la chica. Quería que llegara sana y salva a su casa.
–¿A dónde vamos?
–Nos toca cambiar de posición.
La chica desapareció de mi vista así que empecé a dar una vuelta por la zona. Nada parecía fuera de lugar. Detuve la patrulla cerca de una calle porque me pareció ver un cuerpo tirado sobre la acera. Tenía que acercarme para ver bien, tal vez solo era una bolsa de basura. Giré y empecé a manejar por aquella avenida.
–Creo que vi algo extraño –dije mientras conducía.
Gerardo sacó su pistola y se preparó por si acaso. Las luces de la patrulla alumbraron el camino y mi corazón dio un salto cuando vi tirada sobre la acera a la misma chica rubia de antes. Solo podíamos ver su espalda y su cabello, pero no se movía. Un momento atrás se encontraba perfectamente bien.
Ambos abandonamos el coche y yo me acerqué a ella mientras Gerardo vigilaba. Le di vuelta con cuidado y vi que su blusa estaba manchada de sangre, tenía cortes en el pecho y en la mano producto de un arma blanca. Verifiqué sus signos vitales y comprobé que seguía viva.
Gerardo llamó a una ambulancia y no tardaron mucho en venir por ella. Los paramédicos la subieron en una camilla y comenzaron a darle los primeros auxilios. En mi experiencia como policía llegué a presenciar muchos casos horribles y era algo normal lidiar con la muerte, pero de verdad esperaba que ella estuviera bien. Era muy joven para morir.
Mi compañero revisó todo el lugar y no encontró su teléfono, obviamente la habían asaltado.
–No era necesario que la lastimaran, solo tenían que llevarse el teléfono –observó Gerardo.
–Tal vez se resistió. Iré con ella y tomaré apuntes de lo que recuerde –diciendo eso me subí a la ambulancia.
–Entrevistaré a los vecinos y trataré de averiguar quiénes son sus padres –respondió él antes de que la ambulancia se pusiera en marcha.
Los paramédicos me informaron que se encontraba estable así que solo tenía que esperar que despertara y que se estabilizara. La chica se veía muy pálida e indefensa, pero no podía dejar de notar lo bella que era. ¿Cómo pudieron ser capaces de hacerle algo así? Tuvo muy mala suerte.
Llegamos al hospital lo más rápido posible y los médicos la ingresaron en la sala de emergencias. Gerardo me informó por medio del radio que el ataque fue cerca de su casa y que logró contactar a sus padres. Ellos estaban en camino y no tardarían en llegar. Tomé un café mientras esperaba y la doctora que estaba de turno me dejó pasar al cabo de un rato.
–Estaba muy asustada cuando despertó así que le dimos unos calmantes, pero no tiene por que darle sueño. Estará consciente y podrá responder sus preguntas.
Ambos nos detuvimos junto a una puerta y la doctora la abrió para dejarme pasar. La chica estaba despierta y me veía expectante con los ojos azules más hermosos que nunca jamás había visto. Le habían puesto una bata de hospital, pero aún así podía ver una gasa sobresaliendo del lugar de la herida. Tenía el cabello rubio suelto y se veía un poco nerviosa.
–¿Verónica Palmieri, no es así?
Ella afirmó con la cabeza.
–Soy el agente Ian McCaffrey –me presenté mientras estrechaba su mano.
–Necesito hablar con mis padres –fue lo primero que dijo.
–Ya están en camino.
Eso pareció tranquilizarla un poco. Me senté en un pequeño sofá que estaba junto a su cama y abrí mi libreta.
–¿Puedes describirme lo que pasó?
Ella suspiró y trató de recordar mientras se pasaba la mano por la frente. Sus facciones eran suaves y delicadas y me recordaba mucho a las actrices de Hollywood. Su rostro era ovalado, sus cejas eran finas, tenía pestañas largas y sus labios eran carnosos y sugerentes.
Ella miró la venda de su mano izquierda y empezó a hablar ignorando por completo el sondeo que le hacía en mi mente.
–Había ido a cenar a un restaurante, pero estaba sola y empecé a caminar de regreso a casa… y un hombre apareció frente a mí como si me hubiera estado esperando.
–Continúa –respondí mientras escribía.
–Estaba vestido todo de negro y tenía una máscara de payaso que era horrible. Me enseñó un cuchillo muy grande y empecé a correr presa del pánico. Él me capturó y me tiró al suelo, no tuve forma de huir y le di mi teléfono y mi billetera creí que con eso se iría, pero no fue así. Quiso apuñalarme, pero me resistí. Me hirió en la mano y el pecho… Fue horrible.
Ella estaba notablemente afectada.
–¿Y qué pasó después?
–No lo sé. Creo que salió corriendo, pero no recuerdo nada más.
–¿Puedes describirlo físicamente?
–Sé que era un hombre por su voz, pero solo pude ver que era alto y musculoso.
–¿No te dijo nada? –indagué.
–No.
–¿Sospechas de algún familiar o conocido?
Ella pensó un poco antes de responder.
–Creo que no –dijo al fin.
–No te preocupes, lo atraparemos tarde o temprano.
Los dos escuchamos a alguien gritar en el pasillo y acto seguido entraron los que parecían ser sus padres. Ambos se veían muy preocupados y era comprensible.
–¡Hija! –exclamó su madre antes de abrazarla– ¿Estás bien?
Ella asintió con la cabeza.
–No debimos dejarte ir sola –reflexionó su padre.
Me puse de pie y le extendí mi tarjeta a Verónica.
–Llámame si recuerdas algo más.
–Muchas gracias oficial –respondió ella.
–Los dejaré solos –diciendo eso abandoné la sala y recibí un mensaje de Gerardo que decía que estaba afuera esperándome.
Dejé el hospital y me monté en la patrulla junto a él. La víctima no había muerto y eso me hacía muy feliz.
–Eso fue una locura –comentó él.
–Si cayó una chica del cielo después de todo –dije pensativo.
–No cuenta si no le pediste su número.
Arquee una ceja.
–¿Crees que me daría su número en un momento así?
–Tienes razón –Gerardo rompió un papel de su libreta y me lo extendió– Debes esperar un tiempo y luego tienes que inventar algo inteligente.
Leí el papel y me di cuenta de que era su dirección. Ahora sí estábamos hablando.
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Editado: 06.01.2022