Yo Lo Hice

Capítulo 14

Ian 


Escogí mi mejor camisa, me puse mi mejor perfume, ordené cada hebra de mi cabello e incluso compré un ramo pequeño de rosas… pero Verónica no llegó a nuestra cita. No sé por qué me sorprendí. Era obvio que no lo iba a hacer. No estaba atravesando su mejor momento. ¿A qué estúpido se le podría ocurrir pedirle una cita a una chica el día que intentó suicidarse? Ah, cierto. A mí. Solo yo podría ser tan estúpido. Seguramente ni siquiera recordaba la invitación que le hice sus emociones estaban fuera de control ese día. Lo que necesitaba era paz y tranquilidad. 
La mesera del restaurante fue muy atenta conmigo y me vio con mucha ternura al darse cuenta que me dejaron plantado. Incluso me dio su número. ¿Me volví atractivo por haber sido plantado? 
Regresé a mi auto y arrojé las rosas a un lado sin la menor delicadeza. Apoyé la parte posterior de mi cabeza en el asiento del auto y solté un largo suspiro. Por fortuna no le había comentado nada de la cita a Gerardo y no necesitaba darle explicaciones. Solo tenía que fingir que nada había pasado. 
No tenía el número de Verónica así que no había nada más que hacer. Volví a mi casa y me senté en el sofá para ver la Ley y el Orden. Quería distraerme, pero no estaba funcionando. Agarré un libro de Agatha Christie e intenté concentrarme en la lectura, pero se me hacía muy difícil porque mi mente volaba una y otra vez hacia otra parte. Al final la frustración me ganó y tuve que cerrar el libro porque leía mil veces el mismo párrafo sin comprender lo que estaba pasando.  
Apagué las luces y me fui a dormir. Tenía que trabajar al día siguiente y no podía darme el lujo de desvelarme a lo estúpido. Cerré los ojos y mi mente evocó la imagen de Verónica sin mi consentimiento. En mi sueño ambos estábamos en un campo de girasoles en medio de la nada, nos habíamos sentado sobre un mantel y ella estaba leyendo a mi lado. Yo hacía lo mismo o fingía hacerlo mientras la veía de reojo. Ella traía el cabello rubio suelto y se veía muy tranquila. Su serenidad era contagiosa. 
–Perdón por haberte dejado plantado. 
Levanté la vista y me encontré con sus ojos azules. Ella me veía con una combinación de ternura y arrepentimiento. Todo se sentía muy lejano y muy irreal y una parte de mí sabía que se trataba de un simple sueño, pero aún así se sintió bien. Era lo que necesitaba oír.  

 




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