Yo Lo Hice

Capítulo 23

Jennifer  
Tres años atrás  


Mis vecinos hicieron una reunión familiar como de costumbre. Todos los fines de semana era lo mismo. El mismo bullicio, el sonido de sus voces, los gritos de los niños pequeños, el sonido de las botellas de vidrio al chocar, el mismo olor a carne asada y el mismo sentimiento de añoranza. Ver a una familia tan unida despertaba emociones y deseos en mí que intentaba enterrar en lo más profundo de mi ser. Odiaba sus estúpidas reuniones y odiaba lo que me hacían sentir. 
Agarré la manguera y comencé a enjuagar mi carro, había terminado de limpiarlo y me faltaba poco para poder volver a la seguridad de mi casa. Aquel día era muy caluroso así que me puse unos jeans viejos y una blusa negra sin mangas. Mi vecino se alejó de su casa para contestar una llamada y yo deseé internamente que no se me acercara. No tenía fuerzas para forzar una sonrisa. No ese día. Por suerte se limitó a saludarme con su mano antes de volver a su casa. Me invitó un montón de veces a almorzar y yo me negué un millón de veces más. ¿Qué hubiera hecho estando allí? ¿Sentarme junto a esa multitud y responder preguntas sobre mis padres o mi vida personal? ¡Ni hablar! No le había contado la verdad a nadie. Ni siquiera a Ezra y a Gerardo. ¿Y ahora iba a contarle la historia de mi vida a una pareja de casados que ni siquiera conocía? No iba a pasar. 
Cerré el flujo de agua de la manguera y sentí una sombra detrás de mí. Me volví lentamente hacia aquella figura extraña y vi que se trataba de una mujer. Estaba parada a unos pasos de mí, sin embargo, no lograba reconocerla. Tenía el cabello negro y su vestido negro le llegaba hasta arriba de las rodillas. Ambos estábamos paradas en la acera, así que lo primero que pensé es que estaba de paso y seguiría caminando, pero ella no lo hizo. Apretaba su bolso con demasiada fuerza y me miraba expectante. ¿Tenía que reconocerla? 
–¿Jennifer? –cuestionó dudosa. 
–Así es. ¿Se le ofrecía algo? 
Ella no respondió y simplemente se abalanzó sobre mí para abrazarme. Intenté apartarla, pero me fue imposible porque me sujetaba con tal fuerza que sentí que me iba a arrancar el hombro. ¿Qué era esto? ¿Una broma pesada? No sería la primera vez que un grupo de actores salían a las calles de Canadá para hacer bromas pesadas. 
Mantuve ambas manos al aire y me quedé quieta un momento. Estaba sorprendida y trataba mantenerme alerta. Su cabello negro me hacía cosquillas en la cara. Lo primero que pensé fue que se merecía un óscar, pero de repente ocurrió algo todavía más extraño. Ella empezó a llorar. No derramó una lágrima ni dos. Era un mar de lágrimas. Ella lloró, lloró, lloró y lloró hasta empapar todo mi hombro desnudo y aún así no se detuvo. Sus sollozos transmitían una agonía y un dolor total. Y entonces empecé a creer que no se trataba de una actriz. ¿Quién podría fingir un dolor tan profundo? Asistí a demasiadas escenas de crímenes para poder reconocer las lágrimas falsas. 
Su llanto perforó mi corazón de una manera extraña. Era muy raro que el llanto de alguien me afectara. Ni siquiera sabía qué demonios le pasaba. 
Ella finalmente se alejó un poco y cubrió su rostro con sus manos para secarse las lágrimas y entonces pude apreciarla de cerca. Tenía sus ojos. Los ojos que nunca había podido olvidar en mi vida. Los ojos de Carolina. Era la hija de esa cualquiera. El fruto de los pecados de mi padre.  
–Roxana –mi voz es apenas un susurro. 
Ella intentó abrazarme de nuevo, pero esta vez la detuve agarrándola de los hombros. Seguía siendo mucho más baja que yo y también seguía siendo muy delgada. Mi piel morena y mis músculos contrastaba con su piel pálida y su cuerpo menudo. Yo era la viva imagen de mi madre y ella de Carolina. 
¿Cómo se atrevía a venir a mi casa y montar una escena? ¿Se le olvidaba que no era bienvenida en mi casa? ¿Creía que eso iba a cambiar solo al derramar unas cuantas lágrimas? 
–¿Qué sucede? –mi voz sonó fuerte y firme. 
Ella intentó respirar para tranquilizarse. 
–¿Puedo hablar contigo? –sonó muy dolida. 
–¿Crees que somos amigas solo porque tienes un mal día? 
Hubo un tiempo en que mi papá insistió mucho en que me acercara a ella porque le iba mal en el colegio y no tenía amigas, pero yo me negué y le dije que ese no era mi problema. 
–Déjame adivinar ¿Te encerraron en el baño de niñas? ¿Ensuciaron tu lindo uniforme? ¿Escondieron tus cosas? –pregunté sarcásticamente. 
Una lágrima rodó por su mejilla. 
Me puse de brazos cruzados y arqueé una ceja. 
–No tengo tiempo para estas tonterías. 
–Papá está muerto. 
Mi corazón dejó de latir por un momento o al menos eso me pareció. Mi papá. El hombre que tanto amé y odié a partes iguales. Examiné de nuevo la apariencia de Roxana y me pregunté cómo no me pude dar cuenta antes. Su vestido negro, su rostro pálido y sus ojos hinchados debieron decírmelo antes. Ella se veía destruida y era comprensible porque Gustavo era su razón de ser. Ella era la niña de sus ojos y ahora su héroe había desaparecido. 
Me encogí de hombros restándole importancia al asunto cuando en realidad quería tirarme al suelo y morir. 
–Él ha estado muerto para mí desde hace mucho tiempo. 
Les dije a todos que era huérfana de padre y madre así que no tenía que darle explicaciones a nadie ni fingir que teníamos una buena relación. 
Roxana miró hacia otro lado y se mordió los labios. 
–No sé cómo puedes decir eso. Él te amaba. 
–Me amaba, claro que sí. Antes de que tú llegaras. 
Ella me vio a los ojos y meneó la cabeza. 
–Fuiste un embarazo planificado, yo no. Fui un maldito accidente. 
Me alegré de que fuera consciente de ello. Mi padre jamás debió tener una aventura y ella nunca debió haber nacido. 
–No puedo negarlo porque es verdad, pero él te escogió a ti así que… –no terminé la frase. 
–Él intentó acercarse muchas veces a ti y tú lo alejabas.  
–Intentó acercarse después de años de abandono querrás decir. ¿Cómo querías que reaccionara al ver que se presentaba solo por compromiso el día de mi cumpleaños? Tú y Carolina destruyeron mi vida. 
Roxana apretó su bolso. 
–La mujer a la que tanto odias ya no está en este mundo –ella hizo una pausa para inspirar profundamente– Mi mamá está muerta y yo estoy sola. No tengo a nadie más. 
La ira empezó a un ritmo imparable dentro de mí. Ella era tan egoísta que no podía ver más allá de su propia perdida y su propio dolor. 
–Mi mamá murió el año pasado. Tampoco tuve a nadie a mi lado y he estado sola desde entonces. Tuve que hacer todo yo sola porque Gustavo ni siquiera se dignó a aparecer.  
Ella miró al suelo. 
–Lo sé. Lamento mucho tu perdida. Nunca pude decírtelo porque te negaste a conocerme. 
La vi por accidente varias veces cuando salía de clases, pero fue mucho tiempo atrás. Ella todavía era una niña y ahora había cambiado mucho físicamente. Se parecía mucho a Carolina y se me hacía insoportable verla. Me recordaba mucho a ella. 
–Ya sé lo que estás pensando –continuó ella sin saber absolutamente nada– Crees que yo me convertí en su hija favorita, pero no es así. Papá te dejó protegida en su testamento. 
¿Gustavo fue capaz de dejarme todo a mí? ¿Por primera vez en su vida dejó a Roxana a un lado?  
Roxana me extendió un papel y yo lo tomé por mera curiosidad. Empecé a leer, pero no me enfoque solo en lo que ella había subrayado, no era tan estúpida como para creer en sus palabras. El dolor, la ira, el resentimiento y la decepción fueron creciendo en mí ha medida que avanzaba. Gustavo le dejó a Roxana todo el dinero del seguro, le heredó su querido negocio que eran un pequeño supermercado y por último nos heredó su casa a ella y a mí, pero habían dos cláusulas muy claras en letras pequeñas que me hicieron de qué se trataba todo eso. La primera establecía que yo iba a perder todo derecho sobre la casa si intentaba desalojar a Roxana y la segunda dejaba muy claro que ella se iba a convertir en la única dueña de la propiedad  en cuanto cumpliera los dieciocho años, de manera que yo iba a terminar perdiéndola de todas formas. Ellos habían armado un circo y yo era su payasa. Roxana me debía de estar enseñando todo eso para burlarse de mí. 
La estocada final a mi corazón fue la carta de despedida que Gustavo había escrito para mí. Estaba hecho a máquina, sin embargo, podía oír si voz claramente en mi mente mientras lo leía. 
“Querida Jennifer. Sé que nunca has podido perdonarme por lo que te hice y no te culpo. Te fallé. Debí estar presente para ti cuando me necesitabas y no cuando decidiste que estaba muerto para ti. Lamento mucho todo el dolor que les causé a ti y a tu madre, pero no me arrepiento de amar a Carolina y de formar una familia con ella. Mi matrimonio con tu madre estaba destinado al fracaso, de alguna u otra forma siempre hubiéramos terminado divorciándonos. Me siento avergonzado por engañar a tu madre y por cómo se dieron las cosas, sin embargo, Roxana no tiene la culpa de nada. 
He preparado todo para mi inminente muerte, pero hay una cosa más la más importante, que no he podido solucionar. Necesito que alguien cuide a Roxana por mí. Sé que no la has querido conocer, pero ella es tu hermana menor y con mi partida será lo único que te quede en el mundo. Confío en que harás lo correcto.” 
Y entonces lo entendí. Gustavo solo me incluyó fantasmalmente en su testamento como un último intento para que me reconciliara con Roxana. Él quería que yo la cuidara. Pretendía traspasarme sus cargas a mí. Deseaba que la protegiera del modo en que no fui protegida. A él nunca le importó mi soledad ni la perdida de mi madre, pero sí estaba preocupado por dejar huérfana a su hija favorita. Era el colmo. 
Resistí el impulso de romper el testamento y hacerlo añicos y se lo devolví a Roxana con expresión seria. Había una ridícula luz de esperanza en sus ojos. 
–Te lo dejó todo a ti –afirmé tratando de ocultar mi decepción. Por una vez en la vida creí que nuestro padre me prefirió a mí y por supuesto no fue así. 
–¿Qué? ¿No lo leíste? Nos dejó la casa a las dos. 
Señalé la casa de una planta detrás de mí. 
–Mi mamá se encargó de asegurar mi futuro. No me interesa recibir nada de él.  
–¿Piensas que tendrás problemas conmigo? Nunca te echaría de mi lado si vinieras a vivir conmigo. 
–No soy tan tonta como para irme a vivir contigo. 
–De acuerdo. Te entiendo. ¿Pero leíste el mensaje que dejó para ti? 
La conversación ya me estaba hartando. 
–Creo que es el hombre más cínico que he conocido en mi vida. No me pidió disculpas ni se mostró arrepentido. Solo estaba preocupado por ti. 
–Él estaba preocupado porque sabía lo que iba a pasar.  
–Que curioso. Estaba preocupado por ti, pero nunca se preocupó por mí cuando mi madre murió. Tuve que enterrar a mi madre y salir adelante sola. Si no me morí tú tampoco lo harás –diciendo eso le di la espalda y comencé a acercarme a la entrada de mi casa. 
–¡Siempre quiso que fuéramos una familia y yo también! ¡Te invité a todos mis cumpleaños y nunca llegaste –gritó a mis espaldas. 
La miré por encima de mi hombro y vi que no se había movido de lugar. 
–¿Y por qué lo hubiera hecho? No eres nadie para mí. 
Entré a mi casa y cerré la puerta de un portazo. Odiaba mostrarme débil frente a los demás, aunque en el silencio de mi casa era libre para hacerlo. Me desplomé en el suelo con la espalda apoyada sobre la puerta y las lágrimas que tanto estaba conteniendo por fin pudieron salir. Mi padre estaba muerto. Y no tenía ningún recuerdo suyo porque me había deshecho de todos. Deseé poder tener una foto suya en mis manos, pero no era posible. 
No esperaba que me heredara algo. Roxana podía quedarse con todas sus propiedades, sin embargo, sí hubiera querido despedirme de él. Debí haberlo buscado cuando tuve un mal presentimiento. 
Él quería que cuidara a Roxana y yo no me sentía capaz de hacerlo. Mi resentimiento sin dudas le haría daño así que era mejor para ella que yo me mantuviera alejada. 
 




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