En momentos en que me mandan a calmarme y dejar de estar pendiente de todo, al acecho de una tarea que no me corresponde, es que me arrepiento un poquito de haber abandonado la psicoterapia -que duró 2 sesiones o algo más.
No me gusta autodiagnosticarme, ni confío en los diagnósticos apresurados, ni confío en mi vista a veces -estoy bastante piti, no veo un carajo sin lentes- no obstante, la ficha médica que tenía mi nombre sobre una pila de papeles, decía claramente, "trastorno de ansiedad".
¿Eso me hace una persona ansiosa? ¿Un diagnóstico de unas horas a la semana? O lo que es más duro de afrontar... ¿Eso me hace una persona trastornada? ¿Alguien fuera de sus cabales?
No.
No me siento trastornado. Ni fuera del promedio. Soy perfectamente normal. Neurotípico, lo denominan los más entendidos.
La llamada ansiedad, que me diagnosticaron o que a estas alturas, me autodiagnostiqué, como buen usuario promedio de redes sociales e Internet, es algo que no se puede controlar, que limita diferentes aspectos de la vida.
Yo me siento normal.
Me levanto como todas las mañanas. Reviso mi correo. Veo un correo de mi profesor de econometría. Dejo que el pánico se apodere de mi cuerpo y el corazón me estalle dentro del pecho, como si un infarto estuviera a punto de suceder.
Lo ignoro y sigo con mis actividades cotidianas, porque eso hacen las personas normales, no dejan que nada se interponga con su rutina. Y cuando finalmente el golpeteo contra mi esternón es tan abrumador, que temo por mi vida, reviso el teléfono inteligente, preparado para los peores escenarios.
Pero, no hay nada de eso.
Una frase simple y concisa que me indica que la vida sigue, y no todo es malo. Que la ley de Murphy no es un axioma. Que no es necesario que me desvele por cosas que se salen de mi control.
Que después de una semana agotadora necesito un descanso y no seguir al pendiente de cosas que a veces no me incumben. Que no todo tiene que ser aquí y ahora.
Y en lugar de quejarme por mis innumerables fracasos, me tengo que enfocar en las herramientas que tengo.
Es fácil decirlo. Escribirlo no tanto, cuando mis manos están temblorosas por el nerviosismo que tiene agarrotados mis músculos. La tensión en mi espalda se vuelve dolorosa y solo quiero que alguien camine sobre ella para que vuelva a su lugar.
La punta de mis dedos sigue fría, tal vez, porque allí se escapa mi alma, mientras la succiona el computador.
Es irónico que me queje acerca de ello, cuando ahora mismo tecleo esto en un PC. Mas, no tengo la suficiente rapidez para poner en tinta lo que quiero decir. Mi verborrea es más ágil que la pluma.
Y mi ansiedad más fuerte que yo.
A veces. Solo a veces.