Yo soy Juana, una sobreviviente de la vida, quizá no es muy importante, pero viví la mitad de mi vida con incertidumbre, la otra mitad de mi vida la forme con una familia enorme.
La cuestión acá, es que ya casi llego a los sesenta y sentada en la cama, viendo una de mis hijas dormir, me doy cuenta de las ganas que tengo de llorar, pero las lágrimas no salen de mis ojos, quizá ya se habrán acabado.
—¿Mamá qué pasa, estás por llorar?— me dijo mi hija menor sentándose a mi lado.
—No creo.— le dije dándole un beso en la coronilla.—Tengo lágrimas podridas.—sonreí
—¿Qué son?—preguntó curiosa.
—Lagrimas que no pudieron salir cuando debieron hija. —le respondí.
Se marchó intentando evitar la conversación, sospecho que mi hija también las tiene con tan poca edad. Todos intentamos sobrevivir en esta vida, cada persona hace lo que puede, pero por mi hija haré lo que sea necesario para que se descargue.