Me llamó Tatiana, aunque la mayoría osa decirme Tati como resultado de flojera o fatiga, como si mis padres hubieran decidido nueve meses un nombre que ni siquiera son capaces de decir completo. No me gusta encasillarme en algo, no soy lo que uno espera, jamás lo fui, soy un remolino, un día siento que mi vida se va por la borda hasta que descubro mi mundo otra vez. Estoy enamorada, confundida, es la tercera vez que siento que va ser un amor de esos inolvidables, uno de los que me va costar dejar ir una vez que termine, un amor que se va a llevar mis primera veces, un amor que me va a destruir con la misma intensidad que lo quiero, me duele pensar en los finales cuando aún no hay comienzo alguno, y eso se lo reclamo a las inseguridades, al inconformismo que manejo a la hora de decidir a las personas que quiero. Veo sus fotos de vez en cuando pensando si de verdad hice lo correcto, si elegí bien o al final de cuentas él me eligió. Sus ojos me atraen, su sonrisa es el cielo más bonito que he visto y siento que cuando lo veo mis pies despegan de la tierra y comienzo a volar.
Seguramente estén pensando leyendo mi confesión, que soy la persona más segura en cuanto a lo que siento, pero se equivocan, siempre he declarado lo que he sentido en el momento y eso más que seguridad es impulso, es supervivencia. Dicen que todo lo que guardamos se nos acumula en el alma y la mía está muy llena para aguantar algo más, asique trato de sobrevivir sin llenar mi alma con preguntas, con reclamos, reproches, celos y eso significa que por sobre todas las cosas me sigo eligiendo, aunque ya esté rota y muy perdida.