—Y entonces me miró y dijo: “Jamás he visto omóplatos más perfectos.”
—Guau. Qué... original.
—¿Verdad que sí? —suspiró, completamente embobada— Hace ya treinta años de eso. Los jóvenes de hoy en día no son tan románticos.
En eso le doy la razón.
—Ya ve usted —negué con la cabeza.
—¡Y son groseros! —se quejó.
Eso también.
—Pero no creo que todos con los que ha hablado sean unos maleducados, ¿cierto? —reí, intentando sacar a colación al lechero. Preguntarle directamente sobre el chico que vende algo que no sé qué es no parecía una buena idea, pero tampoco sabía cómo hacer que hablara de él sin verme muy desesperada.
—¡Oh, no! ¡Por supuesto que no! El muchacho de las mermeladas, por ejemplo, es todo un caballero.
—¿El muchacho de las mermeladas?
—Sí, ese que antes pasaba por las casas del vecindario vendiendo esas delicias, ¡que él mismo prepara, imagínate!
¿“Pasaba"?
Mi corazón se aceleró. ¿Está hablando de él? ¿De la misma persona que estoy buscando?
—¡Oh, claro! Ese. Sí. Qué bueno que ya no lo hace. Vender mermelada a las ocho de la noche no me parece muy rentable, ¿no cree? A veces pasaba tan noche que nos despertaba a mí y a mi madre —comenté negando con la cabeza.
—Oh, sí. Pero no es culpa de él, hija. El chico no tiene un horario muy flexible. Pobrecito —se lamentó la mayor.
—Ay... ¿En serio? Debe ser muy duro para él —comenté yo, fingiendo estar acongojada.
La verdad, lo único que me interesa es saber quién rayos es. No si tiene una vida muy dura o no. Eso no es mi problema.
—Cómo no te imaginas. Él jamás se queja, pero es más que evidente —dijo, acercando su cara y bajando el tono de voz como si temiera que alguien nos oyera. Costumbres de chismosas (yo también lo hago)— Es una verdadera lástima. ¡Con lo guapo y buena gente que es, debería estar disfrutando de la vida como cualquier joven de su edad en vez de estar estudie y trabaje como un burro!
—Sí... Es una lástima —secundé, preparándome para lanzar mi siguiente pregunta— Él... —chasqueé los dedos, pretendiendo intentar recordar algo que tenía en la punta de la lengua—. Ay, ¿cómo se llamaba?
—¡Benedith! Hasta su nombre es hermoso, ¿no lo crees, niña Blues?
—¿Benedith?
—Así es. Me dolía tanto el corazón al verlo trabajar tan duro que me ofrecí a ayudarlo.
—¿Ayudarlo cómo? —pregunté, intentando mantener un tono tranquilo y paciente. Todo está resultando más sencillo de lo que imaginaba, pero no quiero parecer entrometida ni demasiado intensa; lo último que necesito es otra queja a mi madre diciendo que acoso a alguien— Si no le incomoda... ¿podría contarme un poco más?
••••
Tener asma y mala resistencia no es una buena combinación. De hecho, creo que tener asma es equivalente a una muy, muy mala resistencia física. Recordaba ese detalle casi todos los jueves, después de subir corriendo la primera docena de escalones para poder llegar a la primera clase.
Me paré en seco a unos metros de la puerta, intentando recuperar el aliento.
—No entiendo por qué corres. Si de todas formas ya llegamos tarde —comentó MJ unos pasos detrás de mí. Caminaba de lo más tranquila, como si no tuviéramos nueve minutos de retraso.
—Para no llegar todavía más tarde —repliqué con obviedad— Son las 6:24 —jadeé, mirando la pantalla del celular —Sabes cómo es Edward. Debió de avanzar al menos diez hojas mientras corríamos.
—Conociéndolo... —negó ella arrugando la nariz —No lo dudes.
Suspiré, empujando la puerta con la punta de los dedos. Al entrar, el profesor ni se inmutó. Nunca decía nada, pero de todas formas, no me gusta llegar tarde a su clase. Puede llegar a ser un poco... ¿Pedante? Caminé rápido hasta mi puesto, diciendo un atropellado "Buenos días" al pasar junto a su escritorio. Me senté y saqué mis cosas para tomar nota, mejor no atrasarse más de lo que ya estaba.
—Tardes será —oí a alguien susurrar.
Ay, no puede ser. No son ni las siete de la mañana. Respiré profundo antes de alzar la vista del cuaderno para encontrarme con aquella existencia tan, tan desagradable. Levanté una ceja, abriendo la boca para responder.
—Tarde y llega habladora —dijo el profesor, usando ese tono sarcástico tan chocante que lo caracterizaba.
Abrí la boca con indignación. ¿Perdón? ¡No he dicho una sola palabra!
Me mordí la lengua, tragándome mis réplicas. Responder a los profesores cuando te llaman la atención nunca termina bien. Lo toman a mal sin importar el tono y las palabras que uno use para excusarse. Qué más da.
En su lugar, le lancé una mirada fulminante al verdadero culpable. Él ni se inmutó: seguía mirando al pizarrón, fingiendo atención mientras jugueteaba con el lápiz en su muñeca.
Apreté los dientes, conteniendo el fuerte impulso de estrellarle el cuaderno en la cara. Maldito.
••••
La clase de física no era aburrida, pero yo debía concentrarme el triple que los demás para poder entender los ejercicios, especialmente cuando estoy trasnochada. Como hoy. Como en este preciso momento.
Recién había sonado el timbre de la primera hora y se sentían como tres. Froté mis ojos, intentando calmar el ardor.
—Oye, MJ.
—¿Mm?
—¿Qué número es ese? ¿Un cuatro o un nueve? —pregunté, señalando el lugar en la pizarra con la punta de mi bolígrafo.
—Deberías traer tus gafas si ves tan mal —respondió ella—Es una J.
Ah.
—¿Pues qué hace una J es una clase de física? No tiene sentido —
—Es por Jules, baby. J de Jules.
Ah.
MJ suspiró.
—¿No estabas prestando atención?
—¡Claro que sí! Pero... creo que me distraje.
—No me digas —la oí masmullar irónicamente.
—Mientras hacen ese ejercicio, reviso la tarea —anunció el profesor Edward —Pueden hacerlo en parejas.
Gracias al cielo. Me volví, sonriéndole a mi amiga. Ella siempre me ayuda con estos problemas, cosa que en verdad le agradezco. Me dispuse a mover mi silla.