Zehra siguió a la señora hasta la sala, donde se encontraban Hilda y el señor Amir. La niña, no parecía tener más de diez años y exhibía una inteligencia palpable, lo que hizo que Zehra pensara, que Hilda en solo ver a las niñeras, podía de alguna manera intuir las intenciones de sus niñeras anteriores. Además de eso, la pequeña parecía frágil, pálida y delgada lo que hizo sospechar a Zehra que últimamente la salud de la niña no había sido la mejor.
– Hilda, saluda a Zehra. Ella es tu nueva niñera. – dijo su padre, empujándola suavemente hacia adelante.
– Hola, mi nombre es Hilda Hassad. Me alegra mucho conocerte. – expresó la niña, sonriendo con dulzura a Zehra.
– Yo igual, Hilda. Mi nombre es Zehra Mesut.
– Creo que se llevarán muy bien. – comentó la abuela con una sonrisa.
En ese momento, la niña se acerca a la joven sin timidez alguna, la toma de la mano y le dice:
– Zehra, ¿puedes hacerme unas trenzas?
– Por supuesto, vamos. – respondió la joven.
La niña la llevó a su habitación, decorada con delicados tonos pasteles y juguetes bien ordenados. Al sentarse en la cama, Zehra comenzó a tejer sus trenzas con dedos hábiles y cuidadosos, sintiendo la suavidad del mismo entre sus manos.
– ¿Sabes como hacer trenzas? – preguntó la niña, un tanto indecisa, como si temiera haber hecho una petición imprudente.
– Sí, sé hacerlas. – respondió Zehra, con una sonrisa tranquilizadora.
Luego de una breve pausa, la niña siguió conversando con ella.
– Zehra, ¿eres de aquí?
Hilda, parecía ser una niña muy extrovertida según la primera impresión de la joven, lo que desmentía los rumores sobre su supuesta caprichosidad.
– No, soy de una ciudad lejana.
– ¿Eres de Estambul?
– Sí, soy de allí.
– ¿Y por qué has venido aquí después de vivir en una ciudad tan bella?
– ¿Cómo sabes que es bella? ¿Conoces Estambul? – preguntó, intrigada la joven.
– Fui una vez con mi padre y mi abuela. Tenemos una casa allí.
– Oh, que bueno. Pero dime, Hilda, ¿vas a la escuela?
Respondió Zehra, cambiando de tema, para no abrumarla con sus razones de porqué decidió mudarse.
– Sí, mañana empiezo nuevamente. Hoy no fui porque no me sentía bien.
– ¿Estabas enferma?
– Sí, hoy recién me recuperé.
– Entiendo. ¿Tienes alguna tarea por hacer? – preguntó, queriendo asegurarse de que la pequeña estuviera al día con sus estudios.
– Sí, pero solo poca cosa. – respondió Hilda, restándole importancia.
– ¿Quieres que te ayudes luego de merendar?
– Claro, gracias.
Ante su respuesta, Zehra continuó tejiendo las trenzas, sintiendo que estaba empezando a contruir un vínculo especial con Hilda. Ahora para la joven, la casa con todos sus rumores y secretos, parecía menos intimidante al conocer a la dulce y conversadora niña.