En la casa de su padre...
Desde que Azad leyó la carta de su hija, se había sumido en una profunda melancolía.
Extrañaba a Zehra y la culpa por su precipitada partida lo atormentaba. ¿Dónde estaría? ¿Estaría a salvo? ¿Cómo podría defenderse en este mundo, si apenas comenzaba a descubrirlo? Estas preguntas y muchas más, lo angustiaban día y noche, temiendo que si algo le sucedía, jamás la volviera a ver.
Este estado de ánimo, comenzó a afectar sus negocios. La depresión en la que estaba sumido, lo hacía faltar a reuniones importantes, causando el declive de su pequeña empresa de exportación.
La falta de nuevos socios y el deterioro de las finanzas, preocupaban cada vez más a su esposa.
– Esto no puede seguir así. Si la situación continua pronto nos iremos a la quiebra y todo por culpa de esa muchacha. – pensaba la mujer, fastidiada. – Ya ni caso nos hace a mí y a su hijo. Debería entender que no solo Zehra es parte de la familia, sino también nosotros.
La mujer, no sentía ninguna compasión y nunca llegaría a entender el dolor que la partida de Zehra, le ocasionaba a Azad.
Desde un principio, la mujer había despreciado a la joven, pues su rostro de inocente niña y su belleza juvenil la irritaban haciéndola incapaz de quererla.
Dejando de lado sus pensamientos sobre su irritante hijastra, se acercó a su esposo y en un tono suave, el cual no provocara su mal humor, le dijo:
– Azad, no puedes seguir de esta manera.
– No me molestes mujer, por favor.
– Azad. – dijo fingiendo una exagerada preocupación. – Entiendo que estes mal por la partida de tu hija, pero también deberías pensar un poco en nosotros. Me has estado descuidando todo este tiempo, incluso a tu propio hijo.
En un tono irónico, el hombre le respondió:
– ¿Descuidando dices? ¿Te parece que estoy de humor para darte atenciones? – dijo, tratando de mantener la calma, pero por dentro ardía en rabia. –. A veces pienso... que fue un gran error casarme contigo, pensé que en ti, encontraría una madre para Zehra, pero lamentablemente me equivoqué y Allah, me está castigando por eso. ¿Y tú pretendiendo que te llene de atenciones? Es que de verdad mujer no sé que pensar, si reírme de ti o enviarte al infierno. Pero no te preocupes, no soy la clase de persona que se mancha las manos por alguien que no vale la pena. – mirando al niño –. En cuanto a nuestro hijo... me encargaré de él, porque lleva mi propia sangre y no tiene la culpa de nada. Ahora sino es mucha molestia, retírate y déjame en paz antes de que pierda la paciencia.
La manera con la que Azad le había hablado a Celia (su esposa), era realmente de temer, por lo tanto, sin reprocharle nada ni discutir, se fue, tragándose sus propias palabras.
***
Mientras tanto, en la casa de Yamile, Zehra, aprovechando su tiempo libre, fue a visitarla y su amiga, la recibió con una enorme alegría.
– ¡Zehra! – exclamó envolviéndola en sus brazos con un enorme abrazo. – ¡Qué alegría me da verte, por fin has encontrado el tiempo para visitarnos!
– Sí, disculpa por no haberlo hecho antes. Es que he tenido mucho trabajo en la mansión.
– No pasa nada, no hay problema. Ven, entra, siéntate y cuéntame como te ha ido.
Zehra se acomodó en uno de los sillones frente a su amiga, y antes de comenzar a contarle como le estaba yendo en el trabajo, le preguntó:
– ¿Y tu madre? ¿Cómo está?
– Bien, ahora está haciendo algunas compras. Pero dime... – dijo ansiosa. – ¿Cómo te va en el trabajo? ¿Has podido adaptarte bien?
– Sí. Y como resultado me está yendo bastante bien. – respondió Zehra, encogiéndose de hombros.
– La hija del señor Amir. ¿Es tan caprichosa como dicen los rumores?
– Te aseguro que no es así. La niña es muy dulce y está bien criada.
– Entonces. ¿Por qué duran tan poco las niñeras en su casa? ¿Acaso el señor Amir...?
– Por supuesto que no, Yamile. – dijo Zehra, interrumpiendo la frase de su amiga, adivinando por donde iba el tema. – El señor Amir es una persona incapaz de meterse con sus empleadas, mucho menos de faltarles al respeto. Se nota en su semblante que es una persona seria y de principios, la raíz del problema proviene en las jóvenes que iban por el puesto. Aquellas muchachas que llegaban a la mansión por el mismo, trataban de conquistar al señor Hassad y no exactamente cumplían con su trabajo como cuidadoras de la niña.
– ¡Madre mía! ¿Tan guapo es?
Zehra no pudo evitar soltar una pequeña risa ante la expresión de su amiga.
– Bueno, debo admitir que no es un hombre feo; tiene su elegancia. Creo que las mujeres se sienten atraídas por él por dos cosas: primero, por su dinero, es un hombre poderoso y eso tú lo sabes bien. Segunda y última observación, por su gesto serio y elegante.
– ¡Vaya! Parece que le has echado un buen ojo a tu patrón. – dijo Yamile, con una sonrisa pícara.
– ¡Ay Yamile por favor! Solo digo lo que me parece, no porque yo lo sienta así. – respondió Zehra, un poco fastidiada.
– De acuerdo. Por esta vez diré que te creo. Pero dime. – expresó cambiando de tema. – ¿Te has enterado de algo más acerca de su ex esposa?
– No, solo lo que sabemos. No se habla mucho de eso en la mansión.
– Está bien. – dijo, haciendo una breve pausa y luego continuó hablando. – Ahora, responde esto, ¿tienes pensado en escribirle una carta a tu padre?
– ¿Por qué preguntas eso? – preguntó, confundida. – ¿Por qué debería escribirle a mi padre?
Yamile se inclinó un poco hacia adelante y respondió:
– Porque sería lo correcto. Después de todo, él es tu padre.
Zehra hizo una mueca y se echó hacia atrás, mirando con desconcierto a su amiga. Luego, se volvió a inclinar hacia adelante y dijo:
– ¿Me estás hablando en serio?