Zehra, luego de tener un duro día de trabajo, apareció en la cocina, Zaida al verla un poco cabizbaja dijo:
– Hoy si has tenido mucho trabajo Zehra. Parece que el señor Amir no vino de humor y te hizo trabajar el doble.
– Tienes razón Zaida, nunca lo había visto así y ahora estoy temerosa.
– ¿Por qué? – preguntó Zaida, sin entender la preocupación de su amiga.
– Pues... no pude hacer la tarea que me encargó, no me dio el tiempo.
– ¿Qué te encargó hacer?
– Me envió darle de comer a los caballos.
– ¿De verdad? – preguntó sorprendida – El señor Amir no es un hombre que mande a las empleadas a darle de comer a los caballos, para eso están los demás.
– Así es... pero eso no es todo lo extraño.
– ¿Hay más?
– Sí, cuando fui a ver si los caballos tenían pienso, me doy cuenta de que sí. Pues tenía lo suficiente para el resto del día y la noche.
– Que extraño, él no enviaría darle de comer a los caballos porque sí.
– Tal vez, se había olvidado que tenían comida los mismos y me envió pensando que no.
– Me parece poco probable, cada vez que viene de la empresa, el señor Amir pasa un rato con los caballos, por lo tanto, tiene que saber la cantidad de pienso que tienen.
– Entonces, ¿no encuentro explicación a esto?
– Yo tampoco – dijo encogiéndose de hombros Zaida.
Terminada la conversación, Zehra se preparaba para retirarse, pero antes de hacerlo, fue llamada por su patrón a la sala, tímidamente y temerosa se dirigió a ella.
– Buenas noches señor Amir, ¿me ha enviado a llamar?
– Sí... – respondió con el mismo gesto que en la tarde le había mostrado – quiero saber si hiciste lo que te mandé que hiciera.
– No señor, pero no se preocupe, fui a las caballerizas y los caballos tenían pienso suficiente para alimentarse y al ver que este trabajo no era tan urgente, empecé hacer otro y al final el tiempo se me pasó volando y no pude hacer lo que me ordenó.
Zehra pensó que su patrón entendería esto, pero el gesto que hizo a continuación, no era el que había esperado.
– Zehra... Si tu patrón te dice que debes darle pienso a los caballos, debes hacerlo, no porque tengan dejarás esa tarea de lado – sonaba tranquilo, pero por dentro contenía su rabia.
– Lo entiendo perfectamente señor y si no tuviera tanto trabajo que hacer (que también requerían de mi atención), hubiera dicho lo que me pedía, pero como observé que hasta mañana los caballos tendrán comida, pensé que no era necesario – trató de explicarse la joven.
– ¿Tenías mucho trabajo o bien te has puesto hablar con mi primo?
– No comprendo a que se refiere señor – respondió confundida la joven.
– Sabes perfectamente de qué estoy hablando – su tono de voz había subido un poco –, ¿crees que no me he dado cuenta?
– Señor, sigo sin comprender a que se refiere...
– ¡Has descuidado tus tareas desde que llegó mi primo, incluso has descuidado a mi hija! – dijo enojado.
– ¿Cómo dice señor? – preguntó Zehra desconcertada por las acusaciones de su patrón, que de por sí eran injustas – ¿Desde cuando he descuidado mis tareas? Con el debido respeto, le digo que usted está equivocado, yo en ningún momento he descuidado mi trabajo.
– ¡Pues no parece! ¡Porque te envié hacer esta simple tarea y no pudiste completarla!
– Señor, ya le he dicho, no me dio el tiempo...
– ¡MIENTES! – rugió Amir – ¡Esas son excusas para verte con mi primo y no hacer nada en la casa!
– ¡¿Cómo dice señor?! ¡Usted me disculpará, pero lo que dice es totalmente erróneo! ¡En ningún momento dejé de lado mis tareas en la casa! Por lo tanto, sus acusaciones resultan ser un poco injustas – dijo con los ojos humedecidos.
– ¡¿Injustas?! ¡¿Ahora dices que estoy equivocado?! ¡Pues no lo creo, es así! ¡Has descuidado tus tareas desde que él llegó aquí e incluso has dejado de lado a mi hija! ¡¿Quién paga por tu trabajo?! ¡¿Yo o él?!
Zehra no podía comprender porque Amir se estaba comportando de esa manera y acusando injustamente su integridad en el trabajo.
Los gritos de su patrón se habían escuchado por toda la casa, hasta su hija se levantó para ver lo que pasaba, con quien estaba discutiendo y porqué. Se dio cuenta de que era con Zehra y se quedó a principios de la escaleras para escuchar.
– Señor, con el debido respeto que se merece, usted no puede hablarme de esa manera, menos culpando a mi persona de algo que no es cierto, como le he dicho, yo en ningún momento he descuidado mi trabajo y hoy no hice lo que me pidió porque tenía mucho que hacer.
– ¡Y todavía tienes la osadía de responderme!
– Porque me estoy defendiendo, no voy a permitir que usted me trate de esa manera y me culpe de algo injustamente.