Neefar ha sido mi amiga desde casi toda la vida; nos conocimos cuando estudiaba en el centro de aprendizaje de Mikadea, cuando apenas éramos adolescentes. Aunque es unos cien eclipses menores que yo, su inteligencia parece superar la mía unas cinco veces. Es una mujer brillante, no solo intelectualmente, sino también físicamente; una de las bellezas de Mikadea y actualmente uno de los prospectos más deseados como esposa. Durante nuestros entrenamientos, su timidez siempre la mantuvo alejada de los chicos. Neefar nunca ha mostrado interés en asuntos románticos; siempre estuvo centrada en sus objetivos, que en aquel entonces eran los estudios y alcanzar un puesto dentro de la élite de la fuerza armada. Logró llegar a la élite con la mejor puntuación de todo el centro de aprendizaje, demostrando no solo su inteligencia, sino también su excepcional habilidad en el campo de batalla.
Unos minutos después de que Ashtaria se fuera, Neefar me pide que le escuche. La veo sentarse a un lado mío, sobre la camilla, y por su rostro agachado puedo suponer que se trata de algo importante.
—En tus análisis cerebrales encontré algo sumamente inusual... —Neefar comienza, y mi sistema nervioso se dispara con sus palabras.
—¿D-De qué se trata? —pregunto titubeando, con la ansiedad recorriendo cada fibra de mi cuerpo.
—No es grave, es solo que... tu cerebro está utilizando mucha más capacidad de lo normal. Un cerebro en reposo generalmente utiliza alrededor del diez por ciento de su capacidad, pero en tu caso, es un treinta por ciento.
«¿Debería estar aterrado?... Porque sí, lo estoy».
—Me siento normal, Neefar.
—No es algo que represente un peligro, pero si llegas a sentirte extraño, no dudes en contactarme.
Neefar decide acompañarme hasta la salida del centro médico. Ya afuera, divisamos a lo lejos una nave de corto viaje acercándose; seguramente es la nave que envió mi hermano.
En Mikadea, contamos con una variedad de naves espaciales:
Naves de corto viaje: Estas naves fueron ampliamente utilizadas para el transporte antes de la revolución de los portales. No tienen conexión alguna con los brazaletes de transmisión y generalmente son operadas por transportistas civiles con licencia de pilotos. Aunque tienen capacidad para transportar hasta cuatro mikadeanos, su popularidad disminuyó con la llegada de los portales, debido a su limitada capacidad y porque son frágiles para instalarles armamentos y llevarlas a la guerra.
Naves de la fuerza armada: Diseñadas para el combate, estas naves son expertas en hacer explotar las cosas, ya sea en conflictos dentro de Mikadea o en la Galaxia. Solo pueden ser tripulada por una persona y están equipadas con armamento de última generación.
Naves mineras: Estas naves se encargan del transporte de recursos como metales y cristales desde los planetas hasta la Nave Nodriza. Son esenciales para la extracción y transporte de recursos vitales para Mikadea.
Nave nodriza: Es la nave más grande y poderosa que tenemos. Puede transportar a millones de mikadeanos y cuenta con un vasto almacén para almacenar los recursos recolectados durante invasiones planetarias. Cuando la Nave Nodriza alcanza su capacidad máxima, regresa a Mikadea para descargar los recursos y luego vuelve a la acción.
La nave de corto viaje se desliza suavemente desde el cielo, descendiendo con gracia hasta posarse frente a nosotros. La compuerta se abre con un ligero chirrido, dando paso al transportista que sale para recibirme. Me despido de Neefar con un beso en la mejilla y me dirijo hacia la nave que me llevará a casa.
—Un placer conocerlo en persona, señor Kiharu. Mi nombre es Tihám —se presenta el transportista mientras estrechamos manos—. Su hermano me ha enviado para traerlo.
—Hola Tihám, gracias por venir. Necesito que me lleves a casa, te daré las coordenadas.
—¡Por supuesto, suba a bordo!
Ambos trepamos un pie sobre el borde de la nave y saltamos al interior de esta. Tihám activa los controles de navegación junto con los propulsores. La nave se eleva suavemente, y pronto se encuentra levitando sobre el centro médico. Desde la ventana, puedo ver a Neefar despidiéndose con un gesto tímido desde los jardines del edificio.
—Señor Kiharu, ¿hace cuánto que no se sube a una de estas naves?
—La última vez que me subí era apenas un adolescente.
—Entonces volvamos a recordar esa parte de su adolescencia. —Tihám muestra sus dientes con una gran sonrisa, parece ser alguien bien entusiasta—. Asegure su silla que ya vamos aumentar la velocidad.
Cómo olvidar estas rústicas naves; cuando era adolescente, disfrutaba enormemente viajar en ellas. Junto con mi hermano Handul, competíamos en carreras a alta velocidad, deslizándonos por el cielo de Mikadea con una gracia majestuosa. Mientras rememoro esos momentos, Tihám regula algunos controles de la nave con destreza, aferrándose con firmeza al timón. Con un suave rugido de los propulsores, la nave cobra vida y comienza a desplazarse por el aire.
Mientras sobrevolamos la ciudad, el dolor me embarga al ver la devastación causada por la invasión. El humo y los escombros contrastan con el hermoso cielo rosa, iluminado por la tenue luz de los cristales solares que sobresalen de los techos de los altos edificios, alumbrando las avenidas. Las vías de campos magnéticos se reactivan para las naves de corto viaje, formando un trayecto translúcido que conecta todos los edificios. Desde aquí arriba, observo a los mikadeanos, muchos de ellos visiblemente afectados por la reciente invasión. La ansiedad se refleja en las avenidas, mientras los soldados de la fuerza armada trabajan incansablemente para restaurar la normalidad y mantener el orden. Algunos mikadeanos reviven viejos traumas, mientras otros enfrentan esta pesadilla por primera vez.
No tardamos en llegar a mi casa. Tihám comienza a descender la nave y la estaciona frente a mi residencia. La capota se levanta para permitirme salir.