—¡Señor Kiharu, tenemos oro aquí!
Más sensores han empezado a sonar y activaron otras alarmas verdes. Al parecer, la cantidad de oro que estamos encontrando es extraordinaria.
—¡Señor, aquí hay más oro! —anuncian varios científicos.
—¡También tengo oro en mi análisis! —informo al ver que mi análisis también dio positivo en el escaneo.
Ashtaria se levanta de su silla y se lleva ambas manos a la cabeza mientras observa cada uno de los monitores. La veo sonreída, muy emocionada. De repente, dirige toda su atención al equipo de trabajo y comienza a aplaudir. Todos deciden unirse y levantarse para acompañarla con los aplausos. Ríen alegres y se felicitan entre ellos, y yo me uno a la celebración con entusiasmo.
Me llena de felicidad ver a mi equipo celebrar con tanto ánimo. Con este descubrimiento, los mikadeanos hemos conseguido una bocanada de esperanzas, llevamos dos mil trescientos eclipses investigando planetas en busca de oro. Cuando se inició la búsqueda, apenas era un niño de mil eclipses. Mi padre fue el pionero en esta tarea, comenzando tres años después de la muerte de la reina.
—¡Kiharu, tenemos una muy buena cantidad de oro en este sistema planetario! Y no solo eso..., ¡tenemos dos planetas en zonas habitables!
—Eso es más que perfecto. —Me acerco a ella y le tomo las manos—. ¡Lo conseguimos, Ashtaria!
—¡Sí!, también he conseguido que me invites a cenar.
Y ahí está, esa sonrisa que hace que mi corazón dé saltos.
—Sí... —respondo con una sonrisa amplia—. Ya me está dando hambre, estoy ansioso por ir.
—Vas a tener que esperar hasta cuando salgamos del gran podio.
—Sí, lo sé. —Mi sonrisa es imparable.
Ashtaria me sonríe y yo no puedo ocultar mi alegría. Soy un idiota por reprimir estos sentimientos y un cobarde por no atreverme a decírselo. Todas las noches me pregunto si estará pensando en alguien más, si yo soy dueño, aunque sea de una pequeña parte, de sus pensamientos. Pero aquí estamos, haciéndolo bien. Ella no solo es una pieza clave en este éxito, sino la fuerza que me ha impulsado a avanzar incluso cuando creí que todo estaba perdido.
El mejor día laboral de toda la existencia mikadeana está llegando a su fin, todos los científicos se preparan para regresar a sus casas.
—Voy a mandar estos reportes a mi padre, de seguro va a querer hablar de esto en la reunión con la élite —le digo a Ashtaria mientras organizo los informes.
Hago un escaneo con mi brazalete sobre los monitores espaciales y envío los hologramas al brazalete de mi padre.
—Listo —confirmo una vez enviado.
—Ok, vámonos. Ya deberíamos estar en el gran podio, Kiharu.
—Sí, vamos.
Estando en el jardín del palacio, activo mi brazalete y abro el portal que está frente al portón principal. Ingreso las coordenadas que conducen al portal instalado al lado del gran podio. Atravieso el portal y en un par de segundos ya estoy allí, en el gran podio. Es aquí donde el reino siempre reúne al pueblo para dar sus anuncios. Una plataforma alta y rectangular, alcanzada por dos escaleras en ambos extremos, con un techo de concreto sostenido por altas esculturas talladas con los cuerpos de los antiguos gobernantes de Mikadea.
Al terminar de subir las escaleras, me encuentro con aquel mar de pieles pálidas y cabellos plateados. Un discurso resuena en tono imponente, mi padre está frente al podio con la élite en fila detrás de él, y parece que ha decido hablar primero de la situación actual de nuestra estrella. Al notar mi llegada, mi padre gira su cuerpo y me hace señas para que me una a él en el discurso. Tomo un gran respiro para darme valor y me dirijo al centro del podio.
Al llegar junto a mi padre, me da un golpecito en la espalda con una mirada que dice «sé que puedes hacerlo». Con ese impulso, comienzo mi discurso frente a miles de personas:
—Mikadeanos, amigos de miles eclipses; estoy aquí porque deseo que cada uno de ustedes quede con una idea clara de nuestra situación actual. Como ya el gran Halu ha confirmado, el planeta Mikadea está en peligro. Nuestra estrella está cada vez más grande y el calor pronto será insoportable. Junto con mi equipo de científicos hemos estado investigando, pero los avances siempre fueron pocos. Lo peor dentro de la investigación fue enterarnos de que nuestros recursos están agotados. Hace cien mil eclipses que hemos logrado sobrevivir invadiendo otros mundos y tomando sus recursos, pero aquí en Mikadea no hay mucha materia prima con la que se pueda trabajar.
Los Mikadeanos han empezado a alterarse...
«Yo y mi problema para dar buenas noticias».
—Pero hoy les traigo buenas noticias, ¡tenemos la solución definitiva!
El pueblo guarda silencio y presta más atención. Detrás de mí, se enciende un holograma con un enorme diagrama que muestra a Mikadea junto con nuestro sistema planetario. Continúo con mi discurso:
—Vamos a crear un escudo que cubra todo Mikadea, un escudo que absorba toda la energía que la gigante roja irradie hacia nosotros.
Al alzar mis manos, el holograma muestra la estructura del futuro escudo planetario. Es gratificante escuchar los aplausos y buenos deseos que el pueblo de Mikadea me da.
Yo continúo explicando:
—Para lograr esta gran tecnología, necesitamos una gran cantidad de metales y cristales que escasean en nuestro planeta Mikadea.
»Hemos encontrado un sistema planetario que posee todos los metales que necesitamos, ¡la ruta es la constelación Draco! Sistema planetario Beta de ocho planetas, dos de sus planetas contienen todo lo que necesitamos.
»Vamos a obtener la información necesaria para prepararnos para la expedición, la cual tiene una duración de mil doscientos eclipses.
»Estamos necesitando muchos mineros e ingenieros, ya que vamos a ensamblar nuestras máquinas en el planeta destino. Así que todo aquel que quiera unirse a la expedición y quiera conocer el universo tendrá alimento y todo lo necesario para sobrevivir.