Puedo sentir su respiración desenfrenada rozar mis mejillas, cada exhalación un recordatorio de la proximidad que compartimos. Ashtaria está tan cerca que el impulso de robarle un beso se vuelve casi irresistible, aunque sé que no me atrevería a cruzar esa línea. La tengo acorralada contra la puerta de mi dormitorio, mis brazos formando una barrera inquebrantable a su alrededor. Sus ojos, grandes y llenos de pánico, están fijos en los míos, y la mirada que me lanza está cargada de temor, desnudando su vulnerabilidad en este momento.
—¿Qué me vas a hacer? ¿Qué quieres? —pregunta, intentando parecer intimidante.
—Quiero que me escuches.
—Estás muy cerca.
—L-Lo siento —doy un paso atrás—. Por favor, sentémonos —invito, señalando el sofá detrás de mí.
Ambos nos sentamos en el sofá. Tras un breve silencio, la escucho suspirar.
—Kiharu, disculpa por lo que pasó en el Coliseo..., no quería tirarte del palco. Me siento mal por eso, pudiste haber muerto.
Ashtaria baja la cabeza, evitando mirarme a los ojos, su expresión una mezcla de vergüenza y tristeza.
—¡Ey! ¡No!, no te sientas mal —digo, levantando su mirada hacia la mía con una mano, mientras con la otra limpio las lágrimas que deslizan por sus mejillas. Lo que daría por quitarme estos guantes y sentir su tersa piel—. Ashtaria, te conozco, no intentarías matarme. Confío en ti.
—Hay cosas que no te he dicho, a pesar de que confías en mí, te he ocultado verdades.
Tomo sus manos y las presiono suavemente.
—Todos tenemos nuestros secretos. No necesito saber cada detalle de tu vida.
—Es importante lo que tengo que contarte.
—Ahora mismo, lo que me importa es conocer tus sentimientos.
Se ha sonrojado... No siempre se puede apreciar un momento tan perfecto.
«Ashtaria, discúlpame, sé que me habías dicho que no me acercara tanto, pero es que si no lo hago voy a explotar».
—Kiharu..., yo no puedo enamorarme de ti.
—¿Por qué lloras? ¿Por qué lo dices con tanto dolor?
«Te está costando responder... ¿Qué está pasando conmigo? ¿Es tan terrible enamorarse de mí?».
—Porque... hace tiempo que Handul y yo tenemos una relación a escondidas.
¿Escucharon eso? No, no me refiero a lo que dijo Ashtaria, sino a algo que se ha roto dentro de mí... Sí, fue mi corazón, y ahora está en pedazos. Se sintió como cuando sostienes con dificultad una paloma y, de repente, se te escapa de las manos. Así me ha hecho sentir.
—¿E-Estás Ha-Hablando en serio? —mi voz tiembla, apenas reconociéndome en ella.
—Sí... Lo siento.
—Pero ¿por qué nunca han dicho algo?
«Mis mejillas están mojadas. ¿Hace cuánto estoy llorando?»
—Porque yo soy como una hija para el gran Halu. Él no permitiría nuestra unión. Handul me prometió que me desposaría cuando tomara el lugar de su padre.
—¿Unión...? ¿Tú lo amas?
Le cuesta un poco responder, pero finalmente murmura:
—Sí...
—Esto es demasiado.
Me levanto del sofá, el aire me falta y necesito espacio. Me aparto de ella y camino hacia el imponente ventanal de vidrio que domina la habitación. La vista de la galaxia se despliega ante mis ojos, pero no encuentro consuelo en su belleza. No digo nada más; intento controlar mi tristeza mientras finjo contemplar el vasto universo.
—Kiharu...
—Sabes... El día que te perdí vi a Handul, y supe que él también te amaba.
—Lo siento... yo... me siento fatal. No quería darte falsas esperanzas.
Regreso mi atención a ella. La veo levantarse del sofá con una evidente depresión. Se dirige hacia la puerta, pero antes de que la cruce, le respondo:
—No fue así... Yo me enamoré solo.
Ashtaria detiene sus pasos frente a la puerta. Sin girarse para mirarme, concluye diciendo:
—Lo siento...
Ella cruza la puerta, y con un suspiro apenas audible, esta se cierra automáticamente. Aunque el sonido es apenas perceptible, su partida parece resonar en cada rincón de la habitación, dejando un eco invisible pero palpable que se expande a mi alrededor. Quedo allí parado, sintiendo cómo el silencio se apodera del espacio que antes ocupaba su presencia. Me encuentro solo, rodeado de los susurros de mis propios pensamientos y la pesadez de un corazón hecho añicos. En este momento, en este rincón de la galaxia, la persona que más amo me abandona.
«No te sientas mal, Ashtaria. Yo soy el culpable de todo esto. Fui yo quien te trajo aquí y te exigió que me escucharas, pero fuiste tú quien habló y me sorprendío».
Estaba preparado, pero no para algo tan doliente.
Han transcurrido varios minutos y aún me encuentro tendido en la cama, perdido en mis pensamientos, sumido en una profunda melancolía. Me esfuerzo por secar mis lágrimas y contener la marejada de emociones que amenaza con desbordarse una vez más, pero mis esfuerzos son en vano.
De repente, la puerta se abre, interrumpiendo mis pensamientos. Sé que no es Ashtaria.
—Kiharu, ya estamos listas para regresar —escucho la voz de Klea, y la busco con la mirada mientras entra junto con Neefar—. ¿Kiharu...?
Ambas se acercan hacia mí, pero me siento tan abrumado por la tristeza que no quiero que me vean en este estado. Es posible que mis ojos estén hinchados por el llanto, y no quiero que lo noten.
—Kiharu, ven, levántate de la cama y vámonos...
«Lo siento, Neefar, no puedo permitir que me veas así».
—Me podrían esperar afuera unos minutos —les pido a ambas.
—¿Pasó algo? ¿Estabas llorando? —Klea es muy perceptiva en situaciones como esta.
—Kiharu, ¿qué sucedió? —Neefar me insta a responder, su tono lleno de preocupación.
Klea se precipita hacia la cama y se tumba a mi lado, tomándome la cabeza con firmeza y obligándome a mirarla a los ojos. Es evidente que ha notado que he estado llorando, que mi aparente fortaleza se desvanece frente a ella. Aunque haya ganado las partículas doradas, sigo siendo vulnerable ante el peso abrumador de mis emociones.