No hay mayor satisfacción que haber logrado algo en equipo. Todos nos esforzamos y conseguimos acabar con el líder de una de las mayores amenazas para Mikadea: los Croolers, esa asquerosa raza que invadía planetas habitados solo para robar sus recursos. Finalmente, no habrá más víctimas, no a manos de esa raza.
Volteo a ver a Neefar y la veo muy golpeada. Tiene una cortada que le atraviesa la mejilla, un moretón sobre el ojo derecho, otro en la frente, y el labio partido. Sin dudarlo, corro hacia ella para intentar asistirla.
—Neefar, mira cómo te han dejado…
—No te preocupes por esto, con el tiempo va a sanar —responde ella, con una fuerza que contrasta con su aspecto herido.
Luego de perderme un rato en la serenidad con la que danza polvo de estrella en sus ojos, limpio con mis dedos la sangre que brota de la cortada en sus labios, rejuveneciéndola un poco. Luego, con mi otra mano, la vuelvo a la normalidad. Me lamento por no tener poderes de sanación y por no tener disponible el bálsamo regenerativo, que podría haberla sanado rápido.
—Kiharu, es hora de lanzar esta nave contra el planeta Vezto —dice Ashtaria, llegando con un semblante bastante golpeado, aunque no tanto como Neefar. Puedo percibir que está un poco molesta. Con rudeza, me agarra del brazo y me aparta de Neefar. Mujer posesiva y celosa, parece pensar que podría olvidarme de ella.
—Ashtaria, ¿tú cómo estás? —pregunto, tratando de sonar tranquilo.
Se detiene, da media vuelta y me mira fríamente a los ojos.
—¡Con ganas de estrellar esta mierda! —responde, su voz llena de determinación.
—¡Genial, hagámoslo de una vez! —respondo, compartiendo su energía.
Ashtaria vuelve a jalarme del brazo, sin soltarme hasta llevarme frente a los controles del centro de mando. Nos detenemos frente a los monitores y damos un vistazo a cada pantalla. Los símbolos alienígenas parpadean en un idioma desconocido. Tras un corto suspiro, cruzamos miradas y comprendemos que ninguno de los dos tiene idea de cómo mover esta nave.
—No entiendo nada de esto —admite Ashtaria, con frustración evidente en su voz.
—Yo tampoco —respondo, rascándome la cabeza—. Pero creo saber quién podría ayudarnos.
Ashtaria alza una ceja, curiosa.
—¿Quién?
—Kimku —respondo, volviendo la vista hacia donde él está, observando los controles en el otro extremo de la habitación—. Si alguien puede descifrar estos controles, es él. Como líder de las flotas mineras, debe tener al menos una idea básica de cómo cambiar la trayectoria de la nave.
—Buena idea —dice Ashtaria, asintiendo.
Nos acercamos a Kimku, quien levanta la vista al vernos aproximarnos.
—Kimku, ¿entiendes los controles?
Kimku frunce el ceño, analizando los controles del centro de mando, responde:
—Bien, puede que tengamos tres formas de controlar esta nave: a través de coordenadas, comandos de voz o mediante un timón.
Handul llega tras mi espalda, parece haber escuchado.
—¡Rápido, busquemos algo que se asemeje a eso! —ordena Handul, con urgencia en su voz.
Nos lanzamos todos a la tarea de escudriñar los paneles en busca de cualquier indicio de una interfaz de voz, coordenadas o controles similares a un timón.
Los minutos pasan y la tensión aumenta a medida que la búsqueda resulta infructuosa. Handul, frustrado, comienza a golpear los controles de forma desesperada y violenta.
—¡Solo hay botones y más botones! —grita, exasperado.
—¡Tranquilízate, Handul! —interviene Ashtaria, acercándose para sujetarlo del brazo y detener sus embates.
De repente, veo a Klea caminar hacia uno de los ventanales de la nave. Se para frente al cristal, contemplando las estrellas de la galaxia, y se queda observando detenidamente. En el fondo, noto algo alarmante: ¡hemos empezado a movernos! Debe ser que Handul tocó algo durante su arrebato.
Klea se aleja de la ventana y se dirige hacia mí. Su expresión es seria, reflejando la urgencia de la situación.
—Kiharu, ya notaste que nos estamos moviendo, ¿verdad?
—Sí, ¿hacia dónde nos movemos?
—Supongo que ha retomado la ruta que tenían cuando los interceptamos...
Tiene razón. El destino original de esta nave era Mikadea. Si no logramos detenerla o desviar su curso, podríamos provocar una colisión con nuestro propio planeta.
—Kimku, necesitamos redirigir esta nave de inmediato —le digo, señalando el paisaje exterior con urgencia evidente en mi voz.
Todos voltean a ver y se percatan de lo que está pasando.
—¡Oh, maldito seas! ¡¿Ves lo que hiciste, Handul?! —Ashtaria regaña a Handul, quien solo observa el paisaje estrellado que ha empezado a moverse del otro lado del cristal del ventanal.
—¡Miren! —exclama Brawn, señalando un holograma sobre el precipicio—. El puntito verde que se está moviendo debe ser el indicador de navegación. Por lo que muestra el holograma, vamos directo a Mikadea.
—¿Será que ese holograma es tangible? —se pregunta Klea, quien sin perder tiempo toca un espacio dentro el holograma —No ha pasada nada, aunque se sintió raro tocarlo.
—¿Será que ese holograma es tangible? —se pregunta Klea, tocando un espacio dentro del holograma—. No ha pasado nada, aunque se sintió raro tocarlo.
Kimku se aleja del holograma y camina hacia el cuerpo de Rid, observándolo un rato antes de voltear a verme.
—Kiharu, ¿tienes suficiente fuerza como para arrancarle el brazo a Rid? —todos saben que el poder de Zen me ha hecho más fuerte. Supongo que Kimku quiere usar el brazo de Rid para ver si al tocar el holograma hay una reacción, y a mí me parece una excelente idea.
—Sí, arranquemos ese asqueroso brazo.
Me paro frente al cuerpo inerte de Rid, sintiendo una mezcla de asco y determinación. Coloco firmemente mis pies sobre su pecho escamoso, buscando un punto de apoyo adecuado. Empiezo a jalar el brazo con todas mis fuerzas, sintiendo cómo mis músculos se tensan bajo la presión. La piel de los Croolers es conocida por su increíble resistencia, y la de Rid es especialmente gruesa y dura, casi como si estuviera hecha de un metal orgánico.