Zenfrex - El Poder De Mantenerte Con Vida

54. Amarte bajo lucesitas y flores

—Neefar, no vuelvas a alejarte de mí, por favor.

—Lo siento, temía poder enloquecer al tenerte cerca. Yo alejándote de mí sin saber que toda mi cordura aguardaba en tus ojos.

Amo cuando la brisa juega con sus largos rizos, cuando su mirada se inclina con timidez y una suave sonrisa brota tras un cumplido; amo cada detalle de ella, desde el rubor que tiñe sus mejillas hasta los cambiantes matices de sus ojos. Incluso amo cuando me obliga a tomar mis medicamentos, cuando se preocupa por mí y se adentra en mi desastrosa realidad solo para crear una donde pueda sentirme mejor.

Sus labios tienen el poder de convertir la ciencia que me rodea en una hermosa fantasía… Sus ojos, esos cautivadores faros, no me dejan escapar de sus encantos. Ella ha entrado en mi corazón para llenarlo por completo. Para mí, todo es ella; ella lo es todo en mi mente y en mis deseos.

—¿Realmente quieres hacerlo? —le pregunto, temeroso de cometer una imprudencia.

Ella asiente, con timidez, pero con una firme seguridad en sus ojos.

Deseo verla desnuda, sentir su piel sobre la mía; así que agarro su brazalete y desactivo la tecnología de su nanotraje. Ella no se opone en lo absoluto. Empiezo a bajar el cierre con delicadeza, desde sus pechos, pasando frente a su plano abdomen y terminando en su vientre. Mis manos se deslizan sobre sus hombros, bajando su nanotraje hasta la cintura, dejando expuesta la desnudez de su torso. Al contemplarla, siento que el tiempo corre lento. Cuando levanto la mirada, encuentro aquel sonrojado que tanto amo ver en sus mejillas.

Desactivo mi nanotraje y ella decide ser quien baje mi cierre. Lo hace lentamente, saboreando el momento en que mis pectorales se revelan frente a sus ojos. Puedo sentir su respiración sobre mi cuello. El dulce aroma de su cabello se adentra sutilmente por mi nariz. Realmente quiero tocarla..., pero mi poder...
Un momento... ¡Claro, puedo equilibrar la situación!
Con suavidad, mis dedos rozan su barbilla y la guían hacia mí, encontrando sus labios en un profundo beso. Al hacerlo, siento una oleada de energía fluir entre nosotros, rejuveneciéndola apenas un poco. Ella lo nota, sus ojos lo dicen todo, pero no hay incomodidad en su mirada, solo aceptación y una quieta alegría. En ese instante, el mundo parece detenerse, y la ciencia de nuestros cuerpos se transforma en magia pura, un lazo que nos une más allá de las palabras.

Dejo caer lentamente mi cuerpo sobre ella, haciendo que se recueste sobre el césped lleno de flores. Ella acaricia mi rostro con sus guantes, no puede dejar de usarlos, y eso sí que lo lamento; me gustaría poder sentir sus caricias. Es un hecho que ambos estamos limitados por este poder.

—Kiharu..., ¿y si nos ven los Tiakamitas?

Levanto la mirada y observo a mi alrededor.

—No veo a nadie, tal vez ni sepan que estamos aquí.

«Y si están, qué más da..., que se entretengan».

—¿Y esa sonrisa pícara? —me pregunta, también sonriendo.

—Recordaba todas las veces que deseé tenerte así —respondo, y ella sonríe con timidez.
Recuerdo cuando en mis sueños me dijo que aún nos aguardaban muchos momentos en este lugar. Estoy seguro de que este será el más especial para ambos; espero que no sea el último. Definitivamente recordaré cada detalle: las flores que parecen emerger entre sus cabellos, las luces de los insectos destellando en su rostro, el reflejo del satélite en sus ojos y sus labios rojos, semiabiertos, llenos de promesas y secretos compartidos.

Dejo un beso bajo su mentón, recorro su cuello con mis labios. Con mi mano derecha, empiezo a tocar uno de sus pechos; su rostro excitado empieza envejecer un par de años, no se ve diferencias. Con mi mano izquierda toco su entrepierna y empieza a rejuvenecer hasta lograr su normalidad. Al llegar a su intimidad se sobresalta y muerde su labio inferior intentado reprimir un gemido.

Rápidamente, nos despojamos de nuestros nanotrajes, dejándolos caer sobre el césped con una sensación de liberación. Nuestras respiraciones se entrelazan con agitación mientras el frío nocturno empieza a acariciar su piel. Bajo el manto estrellado, comienzo a hacerle el amor. Al sentirme por primera vez dentro de ella, Neefar arquea su espalda y deja escapar un gemido sutil, un susurro de placer en mi oído. Busco su rostro y encuentro en su expresión una sonrisa de satisfacción pura. Con movimientos suaves y lentos, disfruto cada roce, cada fricción. Sus labios encuentran mi cuello, justo debajo de mi oreja; sus besos en esa zona me hacen estremecer de placer.
En medio del éxtasis, decido levantar la mirada y me encuentro con una vista extraordinaria. Alrededor nuestro, las luces de los insectos bailan en la penumbra, acompañadas por el pasto y cientos de pequeñas flores que flotan en el aire. Todo gira en espirales etéreas sobre nosotros, creando un espectáculo de ensueño. Comprendo que esto es obra del poder de Neefar; en algún momento, se despojó de sus guantes y ha logrado alterar la gravedad. Sus manos, llenas de pasto y flores aún ancladas al suelo, parecen aferrarse a ellas como si fueran la última conexión con el mundo tangible. La sensación es la misma para mí; me siento como si estuviéramos a punto de elevarnos, flotando en un estado de sublime levitación.

Ella abre los ojos y se da cuenta del fenómeno mágico que nos rodea, su expresión de asombro es evidente. Nunca imaginó que su poder pudiera manifestarse de esta manera. Sus ojos se encuentran con los míos y, con una sonrisa que la tranquiliza, le hago saber que también he notado lo que está ocurriendo.

Sus ojos siguen brillando con intensidad, lo que me dice que no está cansada, que esta experiencia puede prolongarse y intensificarse.

Con mi mano izquierda en la parte baja de su espalda, la acaricio suavemente mientras la rejuvenezco, y con mi mano derecha en su glúteo, la presiono con firmeza, observando cómo vuelve a envejecer a su ritmo natural. Parece que encuentra un placer inmenso en esta dinámica, aunque no puedo estar seguro de lo que realmente siente, está disfrutando cada momento.




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