La música, suave y envolvente, parece inalcanzable para mi desesperación creciente. El bullicio de los espectadores resuena a mi alrededor, intensificando mi ansiedad a niveles insoportables. Quiero que Neefar tome mi mano, que al abrir mis ojos vea su sonrisa esperándome. Al menos puedo aferrarme a la certeza de que ella aún no ha aceptado la invitación de Rauzet; si lo hubiera hecho, el escándalo habría sido inmediato y recibiría un «Lo siento, Kiharu» de parte de ella.
«¿Qué piensas, Neefar?... ¿Qué te impide tomar mi mano?»
Antes de que su mano toque la mía, ya siento el calor que su tacto desprende sobre mí. Cuando finalmente sus dedos se posan sobre la palma de mi mano, abro los ojos de golpe y conecto instantáneamente con su mirada. Ella me sonríe con una expresión que dice claramente «te acepto», y yo le respondo con una sonrisa que apenas puedo describir.
De repente, la tolda estalla en un tumulto de júbilo, el escándalo de los espectadores sacude el aire con su entusiasmo. Mi padre se acerca a Neefar, y con solemnidad coloca en su mano izquierda una argolla ceremonial, que ella deberá prensar suavemente cerca de la comisura de su labio inferior.
Esta es la felicidad que tanto anhelaba… Ahora, Neefar es solo mía, y así será para siempre.
—¿Por qué tardaste tanto en tomar mi mano? —le susurro, con un toque de angustia en mi voz.
—Porque Handul nos sorprendió a todos... —Neefar gira la mirada y, al instante, me doy cuenta de que Handul también ha extendido su mano y que le han aceptado. Al notar que lo estoy observando, él me dedica una sonrisa llena de cinismo. Un instante de confusión se apodera de mí cuando veo a Ashtaria a su lado. ¿Cómo es posible?—. Se supone que Ashtaria conoce la verdadera naturaleza de Handul... ¿Por qué ha aceptado su mano, Kiharu?
«Ashtaria..., ¿qué has hecho?»
Mi padre se dirige hacia Handul, toma la mano de Ashtaria y en ella coloca una argolla ceremonial. Con una sonrisa inalterable, él acepta la unión y bendice a la pareja con un beso en sus frentes. Este gesto no es simplemente una aceptación, sino una formalización de algo mucho mayor: el futuro rey de Mikadea y, por extensión, la futura reina. La magnitud del momento hace que el impacto de la proposición se sienta aún más profundo.
—Neefar, mírame —le pido, tratando de centrar su atención en mí—. Este es nuestro momento. No permitamos que Handul o nadie más lo arruine, ¿de acuerdo?
—Está bien —responde ella con una sonrisa que refleja confianza y determinación.
Los acordes finales de la música se desvanecen, marcando el inicio de la siguiente etapa de la ceremonia. En el interludio musical que sigue, se inicia un juego simbólico que definirá el nombre de nuestro primer hijo.
Neefar coloca la argolla ceremonial sobre su labio inferior. De ella cuelga una delicada pluma de acero brillante, que tradicionalmente proviene de la cola de un phoenix pichón. El ritual consiste en que yo trate de desprender la pluma usando únicamente mis labios, sin recurrir a la fuerza física. Si tengo éxito antes de que termine la pieza musical, tendré el privilegio de elegir el nombre de nuestro hijo. En caso contrario, si Neefar logra mantener la pluma en su lugar hasta el final de la música, será ella quien determine el nombre.
La música desciende a un tono bajo, su suavidad es tan sutil que apenas es perceptible al oído. Las parejas, tomadas del brazo, avanzamos hacia el centro del área ceremonial. Mientras nos dirigimos hacia allí, nuestros nanotrajes comienzan a transformarse automáticamente, adaptándose a la ocasión.
El nanotraje de Neefar se empieza a transformar en un resplandeciente vestido de gala. El material parece fluir con cada movimiento, en tonos de azul profundo que cambian sutilmente bajo la luz de los reflejos estelares. El vestido tiene un escote elegante y delicado en su espalda, adornado con finos bordados plateados que capturan la luz como estrellas fugaces. Sus mangas se extienden en suaves capas de seda, y la falda se despliega en un suave vuelo alrededor de sus piernas, realzando su figura con gracia.
El mío, por otro lado, se transforma en un traje negro de corte impecable que se ajusta perfectamente a mi cuerpo, con detalles en plateado que complementan el elegante diseño. La chaqueta tiene solapas de satén que brillan con un suave resplandor, y la camisa blanca, con un sutil toque de brillo, se asoma por debajo del chaleco. Los pantalones se estrechan en un ajuste perfecto, con detalles en los puños que combinan con la sofisticación de todo el conjunto.
Cuando finalmente nos colocamos frente a frente, levantamos nuestras manos hasta la altura de los hombros y unimos las puntas de los dedos en un símbolo de una unión que trasciende el tiempo.
—Te ves maravillosamente hermosa —le digo con una sonrisa cálida, mi voz llena de admiración.
Neefar se sonroja ligeramente, el rubor en sus mejillas es apenas perceptible pero encantador. Sus ojos brillan con una mezcla de felicidad y sorpresa al escuchar mis palabras, y esa reacción solo profundiza mi amor por ella. La forma en que su rostro se ilumina con ese rubor me hace sentir aún más afortunado de tenerla a mi lado.
Nos colocamos frente a frente, con delicadeza levantamos nuestras manos hasta la altura de los hombros, y unimos las puntas de los dedos como símbolo de una unión que trasciende el tiempo.
Cada dedo representa una etapa de nuestra vida compartida: al juntar los meñiques, nos conectamos en amor desde nuestra niñez, un vínculo forjado en la inocencia de dos niños que ignoraban la profundidad de su afecto. Los anulares simbolizan nuestra adolescencia, una época de confusión en la que el amor aguardaba sin que pudiéramos reconocerlo plenamente. Los dedos del medio nos unen en la juventud, en el presente, cuando finalmente entendemos el impacto del amor en nuestras vidas. Los índices nos representan en la vida adulta, el futuro cercano en el que seguiremos juntos. Finalmente, los pulgares nos unen eternamente, hasta la vejez, simbolizando una conexión que perdurará más allá del tiempo.