Un cielo rebelde parece gritar enfadado mientras deja caer la lluvia torrencial sobre el primer asentamiento. El pronóstico de Ashtaria se ha cumplido a la perfección. Antes de que el aguacero comenzara, contacté a Foxer para detener el trabajo en las minas hasta que el clima mejorara. La brisa húmeda no es lo único refrescante del día; desde la puerta del Dominio Élite, varios de nosotros observamos cómo Handul se aleja. Su modo de ataque está activado, y con las nanopartículas de su traje ha creado una plancha metálica que protege su cuerpo de la lluvia, dejando que solo sus botas se mojen al pisar los charcos. Su partida ofrece un respiro a quienes realmente le conocemos.
—Ojalá nunca regrese —dice Ashtaria a mi lado, su expresión llena de asco y enfado—. Haría cualquier cosa por no volver a ver ese estúpido rostro.
—Lamento que tengas que pasar por todo esto. Me hubiera gustado llevarte conmigo para que trabajaras en el nuevo asentamiento —respondo, sintiendo el peso de la situación.
—Pero era imposible. Como la legítima mujer de Handul, me toca soportar este martirio diario. Cada vez que estamos cerca, es una pelea. Últimamente, me presiona para que le dé un hijo; quiere que active mi fertilidad.
—Si no deseas eso, no dejes que te obligue —le aconsejo con preocupación.
—Ya se lo he dejado claro. Prefiero estar muerta antes que ceder —dice con un suspiro, antes de continuar—. El problema es que sus amenazas no van dirigidas a mí, sino a las personas que quiero.
Todo este tiempo he intentado aprender más sobre estos poderes singulares. Hace años envié una orden a Mikadea para investigar en los textos más antiguos y extraños; incluso Neefar ha intentado contactar con Ran para pedir su ayuda, pero no ha habido respuesta. No hay información y Ran no responde a los llamados.
—Te confieso que hubo una noche en que intenté matarlo mientras dormía —dice con un tono frívolo—. Pero esta maldita nobleza me lo impide. No puedo asesinar al hijo del Mikadeano que me crió y me dio una familia.
—Si pudiera, lo haría, pero perder la batalla también significaría condenar a Neefar, y no quiero arrastrarla a este problema.
Handul es abducido por la nave que lo llevará a Mikadea. Es una nave de poca tripulación, más ligera y rápida que la nave nodriza. En pocos días estará de regreso en su planeta natal.
Ahora que Handul ha partido, me corresponde tomar el mando en ambos asentamientos. Es el momento de alzar mi voz y dar órdenes sin ser menospreciado por mi hermano. Sin embargo, antes de asumir plenamente este rol, necesito descubrir qué ha estado ocultando todo este tiempo. Desde la inauguración del nuevo asentamiento, no he tenido acceso a sus movimientos. Según Ashtaria, Handul desaparece durante ciertas horas del día y solo regresa al final de la jornada para patrullar las minas. Es difícil saber qué hace exactamente, especialmente cuando él está aquí y yo controlo el otro lado del mundo. Ashtaria es la única que tengo en este asentamiento, y ella ha tenido problemas para seguirle el rastro. Dice que Handul siempre parece anticipar sus movimientos; cada vez que planeaba seguirle, él ya sabía que lo estaba intentando.
Después de que la nave de Handul se perdiera en el cielo, regresamos al interior del Dominio Élite para esperar a que el clima mejore y podamos retomar el trabajo. Mientras tanto, decido volver a mi antigua habitación. Me siento un poco cansado, creo que debería recostarme un rato.
—¿Vas a descansar un poco? —pregunta Ashtaria, siguiéndome.
Me detengo frente a la puerta de mi habitación y me vuelvo hacia ella.
—Sí, no he podido dormir bien desde que llegué.
—¿Tienes problemas para dormir? ¿Pesadillas, insomnio?
Siento una punzada de vergüenza y el silencio entre nosotros hace que la conversación sea aún más incómoda.
—Sí, trata sobre Handul.
—Ahora que Handul ya no está aquí, deberías relajarte y descansar —me anima Ashtaria.
—Lo sé, pero aun así me perturba. Neefar no está aquí para ayudarme, y sus tés siempre han sido mi forma de relajarme y dormir. Ahora que ella no está, me resulta difícil.
Es imposible dejar de pensar en Neefar. Su sonrisa se proyecta en mis recuerdos y, a veces, hasta me parece escuchar su voz. Apenas ha pasado un día desde que la dejé en el nuevo asentamiento, y ya la extraño profundamente. Desde que nos unimos, nunca habíamos estado tanto tiempo separados.
—Puedo preparar té para ti. Tal vez no sea tan bueno como el de Neefar, pero lo intentaré —dice Ashtaria.
—Nunca he probado nada hecho por ti —le respondo con una sonrisa mientras le abro la puerta.
—En el palacio, todo lo hacían los sirvientes —explica mientras entra—. Competir con ellos era imposible. Sus platillos eran tan perfectos que era una vergüenza intentar hacer algo parecido.
Ambos entramos en la cocina. Ella busca entre los cajones un recipiente para hervir el agua, y yo me siento en la silla frente a la mesa.
—En aquellos tiempos, hubiera comido cualquier cosa que hubieras preparado, incluso si el sabor fuera horrible. No me importaba, lo habría comido… Lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé… —responde mientras prepara el agua caliente, agachando la mirada y tratando de reprimir una sonrisa—. Pero ya es algo tarde y tal vez sea inapropiado pensar en el pasado. Ahora estamos casados…, no lo digo por Handul; para mí tu hermano es irrelevante. Pero Neefar merece respeto de ambos.
—Amo a Neefar, y respetarla es lo que siempre he hecho —digo con firmeza—. Eso no significa que me arrepienta de haberte amado, Ashtaria. Todos esos sentimientos han quedado atrás como recuerdos agradables… Y tranquila, ya no duele —le digo mientras ella me mira atentamente—. Aprendí a superarte de la mejor manera.
Le sonrío con la boca cerrada, y ella intenta corresponder con una sonrisa. Me alegra que podamos estar así de serenos; tal vez esta es la relación que siempre deseó tener conmigo.