La agonía de no saber nada de ella me consume. Intento enfocar mi visión a través de la espesa lluvia, pero ni con la potente luz de la nave consigo encontrarla. No está en el bosque, ni en las colinas, ni en la aldea tiakamita, ni en el área de cultivos. Neefar ha desaparecido. El sistema de transmisión ha dejado de detectarla. Es como si ya no estuviera en Tiakam… o como si estuviera sin vida.
No, muerta no puede estar, es más probable que Neefar no esté en este planeta. Para confirmarlo, hago otro intento de contacto a través del sistema de transmisión:
—Hola, Yazu.
—Kiharu, ¿cómo estuvo la ceremonia?
—Algo complicada, pero nada fuera de control.
—Me lo imagino…
—Yazu, ¿has detectado algún movimiento inusual con alguna de las naves de la fuerza armada?
—Ahora que lo mencionas, los radares de la nave nodriza han detectado una nave de la fuerza armada viajando a alta velocidad hacia el planeta vecino. Contacté con la nave y me respondió Neefar. Dijo que estaba en medio de una misión.
—Necesito que revises la ubicación exacta de esa nave.
—¿Neefar se ha ido sin tu autorización?
—Sí, y necesito encontrarla. Es peligroso que ande sola en un planeta desconocido.
—¡Entendido!
—Yo iré por ella, así que cualquier novedad en Tiakam, por favor, infórmame. Espero no tardar mucho. Ah, y comunícale a Ashtaria que ya hemos encontrado a Neefar y que yo iré por ella.
—De acuerdo, yo le informaré. No te preocupes.
Introduzco las coordenadas desde el centro de control de la nave y salgo disparado a la velocidad de la luz rumbo al planeta vecino, donde, según Trox, está la nueva colonia de Yowta. Este viaje tomará alrededor de treinta minutos, así que Neefar aún no debe haber llegado al planeta.
Inicialmente, planeamos ir al planeta vecino después de extraer el oro de Tiakam. Sin embargo, ante la necesidad urgente de obtener información sobre los crooler, decidí posponer el viaje y programar una expedición con Ashtaria para mañana. A pesar de esto, Neefar, impaciente, partió hoy para encontrarse con los yowtas. Solo espero que esté a salvo; no deseo desatar otra guerra contra una raza diferente. Entiendo sus intenciones: no busca venganza, sino garantizar la seguridad de cada mikadeano en Tiakam. Como discutimos previamente, los yowtas podrían ofrecer información valiosa sobre los croolers, y necesitamos conocer todo lo que puedan revelar sobre el enemigo para asegurar nuestra protección.
Desde la distancia, se distingue un pequeño disco anaranjado, apenas iluminado por la luz de su estrella distante. Al acercarme, el punto se agranda gradualmente y, al llegar a su órbita, descubro un mundo que brilla con una luz tenue, muy distinta de la radiancia vibrante de Tiakam. Sus océanos, reducidos a espejos opacos de agua estancada, reflejan un brillo apagado. La superficie del planeta está marcada por profundas grietas, formadas por la erosión de ríos caudalosos que serpentean entre amplias llanuras.
La vegetación es escasa y luchadora, con manchas dispersas de flora resistente que sobreviven en el suelo seco y polvoriento. La atmósfera está envuelta en un manto de nubes de dióxido de carbono congeladas, dando al cielo un matiz grisáceo y siniestro, comparable a la de Mikadea. La temperatura es extremadamente fría y el aire, cargado de gases tóxicos, resulta mortal para cualquier ser no adaptado a sus condiciones.
Al ingresar a la atmósfera, la nave se enfrenta a una gravedad ligeramente menos intensa que la de Tiakam. Activo el sistema antigravitatorio para asegurar un descenso suave. Bajo el helado cielo, el paisaje se revela como un vasto desierto, con extensiones interminables de arena áspera salpicada aquí y allá por altas palmas y plantas de troncos gruesos y espinados, adaptadas a las duras condiciones del entorno.
Recibo una notificación del sistema de transmisión de la nave: es Yazu, quien seguramente tiene información sobre Neefar. Respondo de inmediato.
—Dime, Yazu.
—Kiharu, ya tengo la ubicación exacta de Neefar. Te enviaré las coordenadas.
—Perfecto, gracias.
En el tablero de control de la nave aparece la coordenada de la ubicación de Neefar. No pierdo un segundo y ajusto la nave para dirigirla a esa ubicación. La nave se lanza a gran velocidad.
A lo lejos, distingo edificaciones inusuales construidas con piedras negras. Al acercarme, noto que algunas estructuras tienen forma de rostros mirando al cielo: narices respingadas, cabezas alargadas y algunos con cuernos enroscados. Aunque no son modernas, la belleza del lugar es innegable. Las paredes de los edificios brillan como piedras preciosas, sugiriendo que el planeta está lleno de recursos minerales valiosos.
«¿Dónde debería empezar a buscarte, Neefar?»
Los Yowtas notan la presencia de mi nave y parecen impresionados, pero no alarmados. No muestran intenciones hostiles. Vuelo hacia la edificación más grande y luminosa en el centro de la ciudad, desciendo frente a ella, y, tras equiparme con oxígeno y un casco con nanopartículas, activo el sistema de evacuación. Mi cuerpo es transportado por el cilindro luminoso que emerge bajo mi nave.
El gran portón del edificio se abre y bajo él aparece un Yowta que luce imponente. Su rostro marcado por arrugas pronunciadas, calvo y grisáceo como Trox, con ojos negros y una mirada intimidante. Lleva ropa gruesa y oscura adecuada para las bajas temperaturas del planeta.
—Otro pálido que viene a pisar mi planeta —dice mientras se acerca.
—¿Su planeta? —pregunto, sorprendido.
Siempre creí que solo Trox entendía nuestro idioma, pero parece que estaba equivocado.
—Este es el planeta que ahora habita mi raza. Soy el líder de esta nueva civilización —afirma, levantando el brazo a medio cuerpo y flexionándolo frente a mí en un gesto solemne—. Mi nombre es Gerebav Fhalam.
Parece esperar una respuesta de mi parte, así que imito su postura y, en un impulso, choco mi codo con el suyo, creyendo que es su forma de saludo. Sin embargo, al ver su expresión de sorpresa, me doy cuenta de que mi intento de imitación no era lo que él había previsto.