La tarde se ha vuelto abrasadora, y no solo por el clima. El fuego consume las edificaciones dentro del asentamiento, una conflagración que se alza como un muro de llamas sobre nuestras cabezas. Los tiakamitas inocentes huyen desesperadamente más allá de la barrera, buscando refugio en cualquier lugar seguro que puedan encontrar. Aquellos que antes estaban a nuestro lado ahora siguen las órdenes de los Crooler, incendiando sus propias residencias, destruyendo sus cultivos y arrasando con todo lo que habíamos construido para ellos. Esta es la obra de nuestros enemigos, una traición devastadora que agrava aún más nuestra desesperada situación.
Mis prioridades son claras: proteger a Neefar y asegurarme de que el cuerpo de Ashtaria esté a salvo del caos que nos rodea. Por eso, he dado instrucciones a Rauzet para que se dirija al centro médico, recoja el cuerpo de Ashtaria y se dirija a la nave nodriza en una de las naves de la fuerza armada.
—¡Kiharu, el fuego está alcanzando el Dominio Élite! —exclama Brawn, uno de los pocos mikadeanos que se ha unido a la lucha para detener esta revuelta. Empuña un largo arpón hecho de nanopartículas, balanceándolo con agilidad mientras lo clava en el pecho de los tiakamitas que intentan atacarlo.
—¡Tranquilo, el Dominio ya está siendo evacuado por Neefar y Kimku! —respondo con determinación, tratando de mantener el orden en medio del caos.
Esta guerra se ha convertido en una de las más difíciles que hemos enfrentado. El enemigo usa rostros tiakamitas y mikadeanos para infiltrarse entre nuestras filas, haciéndonos creer que están huyendo del fuego solo para revelar sus verdaderas intenciones cuando estamos desprevenidos. Los Crooler tienen la capacidad de convertir partes de su cuerpo en armas letales, al igual que sus ancestros, y su número es abrumador para los tres miembros restantes de la élite. Por primera vez, dudo de nuestra capacidad para vencerlos.
—¡Kiharu, detrás de ti! —grita Foxer, otro miembro del equipo élite que combate a mi lado. Su advertencia llega justo a tiempo, permitiéndome agacharme y derribar al enemigo con una zancadilla rápida y certera.
—¡Cualquiera que se acerque lo aniquilo! —espero que mi amenaza disuada a los que nos rodean.
Con las tres extremidades metálicas que he creado tras mi espalda, derribo cabezas con eficiencia. La mayoría de las cabezas que caen al suelo revelan una forma reptiliana, mientras que otras decapitaciones manchan mis nanopartículas con el rojo oscuro característico de la sangre tiakamita. Estos tiakamitas traidores merecen sentir la intensidad de mi ira, especialmente porque Ashtaria está al borde de la muerte por culpa de su traición.
Un grito agónico de Brawn me hace buscarlo desesperadamente. Mi compañero ha recibido un golpe fuerte en una de sus piernas, perdiendo el equilibrio y cayendo al suelo. Desde allí, veo cómo su adversario se prepara para degollarlo, algo que no puedo permitir. Rápidamente, formo una lanza puntiaguda con las nanopartículas de mi traje y, sin tiempo para afinar la puntería, la lanzo hacia el adversario de Brawn. La lanza acierta en la cabeza del enemigo, un Crooler.
—¡Brawn, acaba con él! —le grito, recordándole la acción final para neutralizar a un Crooler. Brawn, aún en el suelo, sigue quejándose del dolor; probablemente tiene la pierna rota.
—¡No puedo levantarme! —grita, viendo cómo varios tiakamitas se acercan.
Corro para socorrer a Brawn, enfrentándome a varios tiakamitas en el camino. Aunque los enfrento con determinación, cada segundo perdido en la batalla es un paso más hacia la muerte de Brawn. Uso mis extremidades metálicas para deshacerme de los tiakamitas que me atacan, pero el tiempo es escaso.
Otro grito de desesperación y terror se alza bajo el cielo en llamas de Tiakam. ¿Estamos condenados? ¿Es este nuestro fin? Foxer ha perdido un brazo, y un tiakamita le ha propinado una patada brutal en la espalda, derribándolo. Otros enemigos se abalanzan sobre él, golpeándolo con furia, mientras las patadas crooler se acumulan sin piedad.
No puedo enfrentar esta guerra en solitario. Mis dos compañeros están gravemente heridos, incapaces de levantarse, y nuestros nanotrajes en modo ataque apenas pueden soportar la fuerza descomunal de los Crooler. Su brutalidad es abrumadora.
Me falta energía. Cada golpe que recibo sacude mi estabilidad y me deja vulnerable. El dolor es casi insoportable y mi cuerpo apenas logra mantenerse en pie. La oleada de Crooler es interminable.
De repente, un mikadeano de cabello largo y lacio me pasa a un lado a gran velocidad. Lleva un nanotraje en modo defensa y blande un sable hecho de nanopartículas. La aparición de este individuo me distrae tanto que recibo un fuerte puñetazo en el mentón, dejándome tendido en el suelo.
—¿Handul? —pregunto con voz entrecortada, mi visión distorsionada por el dolor y la confusión.
¿Podría ser mi hermano quien blande esa espada contra los Crooler? Handul no debería estar aquí. ¿Es esto una ilusión, un grito inconsciente de socorro? Aquel individuo pelea con la misma habilidad y determinación que mi hermano, su agilidad protege las vidas de Foxer y Brawn, y su rudeza es idéntica a la que tenía en Mikadea.
—¡Kiharu, levántate y ayúdame! —la voz y el brillo verde neón de sus ojos son inconfundibles, algo que un Crooler jamás podría imitar.
Entonces, es él. Handul ha regresado.
Con el poco poder que me queda, me levanto lentamente. De pronto, una fuerza gravitatoria parece arrastrarme con facilidad hacia el lado derecho del Dominio Élite. Neefar está usando su poder, lo que indica que está en problemas.
—¡Handul, Neefar está en peligro! ¡Ve a ayudarla, por favor!
Handul debería ser capaz de encontrarla fácilmente, pues ambos deben sentir el poder de atracción de las singularidades. Quisiera ser yo quien corra a su rescate, pero no tengo fuerzas para siquiera mantenerme de pie.