—¡Ayuda! Trox y la líder Crooler están… —la desesperación en la voz de mi hermano resuena a través del brazalete de transmisión. De repente, un estruendo estremece la comunicación, seguido del quejido de Handul.
Un escalofrío recorre mi espalda al darme cuenta de que algo anda terriblemente mal en la nave nodriza. La incertidumbre me invade al no poder comunicarme con el hangar y pedir la nave que debería llevarme de regreso, y la ausencia de cualquier mensaje de Neefar intensifica mi temor. La llamada de Handul fue breve y llena de angustia: Trox está a bordo de la nave nodriza, algo que podía haber anticipado, pero lo que no preví en absoluto fue la presencia de la líder Crooler. ¿Cómo logró abordarla sin que nadie lo notara? ¿Cuándo ocurrió?
Levanto el brazalete de transmisión intentando contactar a Neefar, pero es ella quien me llama primero, haciendo que mi corazón dé un salto de felicidad y alivio.
—¡Neefar! Qué bueno escucharte…
—¡Kiharu! —me interrumpe con urgencia—. ¡¿Ya te has dado cuenta de los problemas en la nave nodriza?!
—¡Sí, pero no tengo acceso para controlar las naves de la fuerza armada!
—Después de que salí de la nave nodriza, Handul bloqueó todo acceso a las naves desde la escotilla. ¡Yo tampoco puedo controlarlas!
—¡Maldición!
—Kiharu, ve con Nod y entra en la nave que está en la cima del monte. Estoy entrando en la atmósfera de Tiakam y en unos segundos levantaré el mar.
—¡Entendido!
Tanto Neefar como yo sabemos que tenemos poco tiempo para cumplir esta misión y regresar a la nave nodriza para salvar a los mikadeanos en peligro.
Cierro el sistema de transmisión del brazalete y un fuerte temblor sacude el suelo de Tiakam, haciendo que las copas de los árboles se estremezcan y los seres alados salgan volando aterrorizados. Todo ser vivo corre descontrolado, y detrás de mí, los gritos aterrorizados de los tiakamitas se oyen claramente, a pesar de la estruendosa lluvia. Espero que Nod y los demás tiakamitas ya estén subiendo a la nave en la cima del monte, porque el mar pronto cubrirá todo el asentamiento.
Corro a través del inestable terreno con mi supervelocidad, tan rápida como la nave de Neefar. La distancia es considerable, así que no puedo permitirme perder ni un segundo en llegar a la cima del monte donde deberían estar Nod y los demás tiakamitas. El crujido del bosque a lo lejos, causado por el tsunami creado por Neefar, es aterrador y acompaña el constante movimiento del suelo.
Afortunadamente, llego a la cima rápidamente. Al detenerme frente a la nave, intento abrir la puerta con el sistema táctil, pero no se abre. Recuerdo que programé la nave para que se desbloqueara en siete días. ¡Maldición!
Levanto la vista y doy un rápido vistazo al casco de la nave. Ahí arriba podría sobrevivir, siempre y cuando pueda sujetarme a la estructura de la nave y controlar mi respiración al ser golpeado por la ola del tsunami. Cubro mi cuerpo con nanopartículas doradas, doy un gran salto y aterrizo sobre el casco de la nave. Clavo mis extremidades metálicas en el metal de la estructura y me preparo para enfrentar el impacto de la ola. Miro el paisaje en la distancia y veo la aproximación del tsunami. En el cielo, la nave de Neefar se acerca… y entonces sucede.
El corazón se me rompe al ver cómo un rayo fotónico atraviesa la nave de Neefar, haciéndola explotar en el aire.
—¡¡NO!! —grito con desesperación, como si mi grito pudiera desgarrar el tejido del espacio-tiempo mismo. Mi alma parece vaciarse con el grito, y el mundo se detiene mientras observo cómo su nave se convierte en una nube de fuego y escombros. Los restos caen al mar devastado y se desvanecen de mi vista.
«Nada importa más ahora, ni siquiera mi propia supervivencia, si ya no estás conmigo».
Quedo paralizado sobre el casco de la nave, en estado de shock, perdido en el dolor y olvidando todo lo que había planeado para sobrevivir al tsunami que se aproxima. El agua rocía mi rostro y mis lágrimas se mezclan con la lluvia.
El tsunami golpea la nave y mi cuerpo, hundiéndome en un torbellino que azota mi cuerpo contra la estructura metálica. El dolor físico es nada comparado con el sufrimiento que siento por la explosión que acabo de presenciar. Aunque intento pensar en cómo encontrar su cuerpo, la imagen de la explosión no me abandona. Con el agua salada ardiente en mis ojos y el mar mezclado con barro y ramas golpeando mi rostro, me esfuerzo por mantenerme aferrado a la nave. Cuando parece que moriré ahogado, la nave finalmente sale a flote. Mi cuerpo está de espaldas sobre el casco, el sol encandilando mi visión irritada, mis pulmones expulsando agua salada mientras recupero el aliento.
—¡NEEFAR! —grito al cielo, con el poco aliento que me queda, rogando por una señal de que aún pueda estar viva—. Por favor, no…
La nave flota a la deriva siguiendo la ruta de una la rebelde corriente, y así continuará hasta que el agua vuelva a su nivel habitual. Estoy acostado boca arriba sobre su fría superficie, con la lluvia cayendo implacable sobre mi rostro, fundiéndose con las lágrimas que no cesan de brotar. No puedo moverme, no quiero moverme. Cada gota es como un recordatorio cruel de la explosión que le arrebató la vida, y el sonido del agua contra el metal es un eco constante de mi impotencia. El rostro de Neefar, lleno de luz, me persigue tras los párpados cerrados, y solo puedo imaginar lo que habrá sentido en esos últimos instantes.
Sé que hay una posibilidad de traerla de vuelta, que mi hermano tiene el poder para devolverle la vida…, pero antes, tengo que encontrar su cuerpo. Debe estar ahí, sumergido en las profundidades bajo esta tormenta. Y, sin embargo, no puedo hacer nada más que yacer aquí, derrotado, preguntándome si tal vez fue consciente del fin que se acercaba, si sintió miedo, o dolor… o si pensó en mí en esos últimos segundos, como yo estoy pensando en ella ahora.
También sé que hay otra posibilidad, y esa idea me atormenta aun más: el miedo de haberla perdido para siempre ronda en mi mente como una sombra sin dueño. ¿Qué haré si Handul se niega a revivirla, solo para verme desmoronar? Él sabe que ella es mi mayor debilidad, que sin ella no soy más que un cascarón vacío, muerto en vida. Mi hermano me odia profundamente, y esta podría ser su jugada más cruel, su manera de condenarme a una desgracia interminable.